Aprendiendo a identificar a Cristo en la tribulación.

Mateo 14.22-36

Juan escribió por qué Jesús se apresuró a despedir a la multitud y a enviar a sus discípulos en el barco: La multitud quería hacerle rey (Juan 6:14–15). El Señor sabía que la multitud quería hacerle a Jesús un rey terrenal, pero Jesús venció la tentación y fue a un lugar solitario en el monte donde pudiera orar a su Padre celestial, tal como hoy Jesús resucitado está a la diestra del Padre intercediendo por los suyos (Romanos 8:34). Vemos la experiencia de los discípulos en la tormenta que nos puede ser estímulo cuando atravesamos las tempestades de la vida. No es de extrañar que los discípulos no reconocieran inmediatamente a Jesús. Después de todo, estaba oscuro y había tormenta, y no esperaban verlo allí. Por eso reaccionaron aterrorizándose inmediatamente e imaginaron veían un fantasma. De inmediato Jesús les volvió a dar confianza. Al igual nosotros también, a menudo perdemos bendiciones que nuestro Señor estaría feliz de darnos, porque no creemos del todo que él en realidad cumplirá todas sus promesas. Las Escrituras dicen con claridad que el Espíritu Santo aumenta nuestra fe por medio del poder del evangelio de Cristo. Nuestra fe es un don del Espíritu Santo y somos absolutamente incapaces de traer fe a nuestro corazón. Pedro es un ejemplo de un hombre que aprendió con dificultad a confiar menos en sí mismo y más en las palabras, las promesas y el poder del Señor. El milagro que se recoge aquí expone de forma muy clara tanto el carácter de Cristo como el de su pueblo, ofrece un sublime modelo del poder y la misericordia del Señor Jesús, así como de la mixtura de la fe e incredulidad que hay aun en sus mejores discípulos.

I. Dios tiene el dominio absoluto sobre todas las cosas. Le vemos andando sobre el mar como si fuera tierra firme. Las olas furiosas que zarandeaban la barca de sus discípulos obedecen al Hijo de Dios y forman un suelo sólido bajo sus pies. Aquella superficie líquida que se agitaba por la más mínima ráfaga de viento sujeta los pies de nuestro Redentor como una roca.

a. Recordemos que no hay nada creado que no esté bajo el control de Cristo: “Todas las cosas le sirven”. Quizá permita que su pueblo pase una prueba durante algún tiempo, y sea zarandeado por tormentas de problemas; quizá se retrase en acudir en su ayuda más de lo que ellos desearían, y no llegue hasta la cuarta vigilia de la noche; Jehová en las alturas es más poderoso que el estruendo de las muchas aguas, más que las recias ondas del mar (Salmo 93:4). Esperemos con paciencia. El creyente suele disfrutar de buen tiempo al comienzo de su travesía espiritual, pero son frecuentes después las tormentas que hemos de resistir antes de llegar a las playas de la eternidad.

b. Recordemos que él nos trajo a este punto. Jesús obligó en seguida a sus discípulos a entrar en la barca e ir delante de Él a la otra orilla. La tormenta sucedió porque ellos estaban en la voluntad de Dios y no (como Jonás) fuera de ella. ¿Sabía Jesús que la tormenta se avecinaba? Por supuesto. ¿Los dirigió deliberadamente a la tormenta? ¡Sí! Ellos estaban más seguros en la tormenta y en la voluntad de Dios que en tierra con las multitudes y fuera de la voluntad de Dios. Nunca debemos juzgar nuestra seguridad solamente a base de las circunstancias. Al leer la Biblia descubrimos que hay dos clases de tormentas: tormentas de corrección, cuando Dios nos disciplina; y tormentas de perfección, cuando Dios nos ayuda a crecer. Jonás se halló en una tormenta porque desobedeció a Dios y tuvo que recibir corrección. Los discípulos se hallaron en una tormenta porque obedecieron a Cristo y tenían que ser perfeccionados. Muchos creyentes tienen la idea errada de que la obediencia a la voluntad de Dios aplaca la tormenta. Pero no es cierto. En el mundo tendréis aflicción prometió Jesús (Juan 16:33). Cuando nos hallemos en la tormenta debido a que hemos obedecido al Señor, debemos recordar que él nos puso allí y nos puede cuidar.

c. Recordemos que Cristo siempre está consciente de la situación en que se encuentran sus discípulos (v. 24). Vemos que Jesús entrena primero a sus discípulos para menores dificultades, y después para mayores, a fin de enseñarnos gradualmente a vivir por fe. Aunque las aflicciones y las dificultades puedan perturbarnos en el cumplimiento de nuestro deber, no debemos consentir que nos aparten de él, porque Cristo esta siempre pendiente de donde ponen su pie cada uno de sus discípulos. Aun hoy en día él no solamente hace intercesión, sino que realmente vive en el cielo con el fin de hacer intercesión (Hebreos 7:25).

II. Aprendemos el gran poder que Cristo les concede a quienes creen en Él. Vemos a Simón Pedro bajarse de la barca y caminar sobre el agua, igual que su Señor. Que Él anduviera sobre el mar fue un milagro grandioso, pero que le diera a un pobre y débil discípulo la capacidad de hacer lo mismo fue un milagro aún más grandioso. Vemos un ejemplo de su poder, pues vino a ellos andando sobre el mar. Este es un ejemplo admirable del soberano dominio que Cristo ejerce sobre toda criatura. No necesitamos preguntar cómo lo hizo, nos basta con el hecho para reconocer su gran poder.

a. Nos enseña cuán grandes cosas puede hacer nuestro Señor por aquellos que oyen su voz y le siguen. Les puede dar la capacidad de hacer cosas que en otro tiempo habrían creído imposibles; puede llevarlos en sus brazos al atravesar dificultades y pruebas a las que, sin Él, jamás se habrían atrevido a enfrentarse; puede darles fuerzas para andar por el fuego y el agua sin hacerse ningún daño, y para vencer a todos sus enemigos. Moisés en Egipto, Daniel en Babilonia y los santos en la casa de Nerón son todos ellos ejemplos de su gran poder. Si seguimos el camino de nuestro deber, no temamos a nada. Puede que las aguas parezcan profundas, pero si Jesús nos dice: “Ven”, no tenemos ninguna razón para tener miedo. “El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aún mayores hará” (Juan 14:12). Jesús declaró que quien cree en El, hará obras aún mayores que las de Él desde luego con el poder que su gracia (Juan 14:12). Después de enumerar momentos caóticos por los cuales puede pasar el creyente, Pablo afirma que en todo ello “somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Romanos 8:35–39).

b. Nos enseña el tipo de cuidado que tiene de nosotros. Esta escena es un cuadro dramático de la iglesia y del Señor en la actualidad. ¿no tiene esta imagen muchas aplicaciones para el presente y para todo tiempo de tribulación y angustia? El pueblo de Dios se halla en el mar, en medio de la tormenta. Sin embargo, Cristo está en el cielo intercediendo por nosotros (Romanos 8:34). Jesús vio a sus discípulos y sabía su apuro (Marco 6:48), así como nos ve a nosotros y sabe de nuestras necesidades. Siente nuestras cargas y sabe lo que estamos atravesando (Hebreos 4:14–16). Jesús estaba orando por sus discípulos para que su fe no faltara. Demoró su auxilio durante la tormenta, pero se apresuró a socorrerles cuando se asustaron, pues esto era más peligroso. Nada puede aterrorizar a quienes tienen consigo a Cristo, y pueden decir: Yo soy de mi amado, y conmigo tiene su contentamiento (Cantares 7:10). Somos de Cristo; por tanto ni de la muerte hemos de aterrorizarnos (1 Corintios 3:22–23) ¿con cuánta frecuencia no atribuyen los creyentes a las maquinaciones de algún poder siniestro sus experiencias desagradables, cuando en realidad son manifestaciones del cuidado amoroso de Cristo? ¿Con cuánta frecuencia no ocurre que lo que al principio parece una piedra de tropiezo se convierte en un peldaño hacia la gloria? Genesis 42:36; 50:20; Romanos 8:28.

c. Nos enseña que El vendrá siempre a nosotros sean cual sean las circunstancias. Vemos un ejemplo de su bondad, cuando un creyente, o una iglesia, se encuentra en situación de extrema gravedad, llega la oportunidad de que Cristo le visite y se manifieste en favor de él. En la vida, cuando atravesamos momentos de adversidad, a menudo nos sentimos como si Jesús nos hubiera abandonado. En los Salmos, David se quejaba de que Dios parecía estar lejos e indiferente. Sin embargo, sabía que Dios a la larga lo rescataría. Jesús siempre viene a nosotros en las tormentas de la vida. “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo” (Isaías 43:2). El esperó hasta que el barco estuviera lo más lejos posible de tierra, para que haya desaparecido toda esperanza humana. Estaba probando la fe de sus discípulos, esto quería decir eliminar todo apoyo humano. ¿Por qué caminó Jesús sobre el agua? Para mostrar a sus discípulos que la misma cosa que ellos temían (el mar) no era nada más que una vereda para que él viniera a ellos. Con frecuencia tememos las experiencias difíciles de la vida (tales como cirugías y duelo, etc.), tan sólo para descubrir que estas experiencias nos acercan más a Jesucristo. ¿Por qué no le reconocieron? Porque no lo esperaban. Si hubieran estado esperando con fe, le hubieran reconocido de inmediato. A menudo nos confundimos ante Su presencia y nos llenamos de pavor. Luego oímos Su voz tranquilizadora y recordamos que las olas que nos han hecho temer están bajo Sus pies. El temor y la fe no pueden estar en el mismo corazón, porque el temor ciega los ojos a la presencia del Señor. El mayor peligro de las aflicciones exteriores reside en la fuerza que tienen para perturbarnos interiormente, ya que, al perder la serenidad, se pierde el control mental y el equilibrio emocional. Jesús primeramente calmó la tempestad en el corazón de los discípulos y luego la tempestad en el mar.

III. Aprendamos cuántos problemas se ocasionan los discípulos a sí mismos por su incredulidad. Vemos a Pedro andar audazmente sobre el agua un cierto trecho, pero después, cuando ve “el fuerte viento”, tiene miedo y comienza a hundirse. La débil carne vence a su decidida voluntad: olvida las maravillosas pruebas de la bondad y poder de su Señor que acababa de recibir; no pensó que el mismo Salvador que le había dado la capacidad de dar el primer paso tenía que poder sujetarlo para siempre; no pensó que estaba más cerca de Cristo una vez en el agua que cuando acababa de bajarse de la barca. El miedo borró su memoria; la sensación de peligro confundió su razón. No pensó más que en el viento y las olas, y en el peligro que corría, y su fe cedió. ¡Señor —gritó—, sálvame! Cuántos hay que tienen suficiente fe para dar el primer paso para seguir a Cristo, pero no la suficiente para continuar igual que empezaron. Sucede sencillamente porque, como Pedro, han dejado de mirar a Jesús y han cedido a la incredulidad. Se ofuscan pensando en sus enemigos, en vez de pensar en Cristo.

a. Dejamos de ver que Él nos ayudará a crecer. Este fue el propósito de la tormenta: ayudar a los discípulos a crecer en la fe. Después de todo, Jesús un día los dejaría y ellos enfrentarían muchas tormentas en su ministerio. Tenían que aprender a confiar en él aun cuando no estuviera presente con ellos y aunque pareciera que no se interesaba. Antes de criticar a Pedro por haberse hundido, démosle el honor que le corresponde por su magnífica demostración de fe: Se atrevió a ser diferente. Cualquiera puede sentarse en el barco y observar, pero se requiere una persona de fe genuina para salir del barco y andar sobre las aguas. Pedro empezó con mucha fe, pero acabó con poca fe, porque vio dos caminos en lugar de uno solo. Debemos darle crédito a Pedro por saber que estaba hundiéndose y por clamar al Señor pidiéndole ayuda. Clamó cuando estaba comenzando a hundirse y no cuando estaba ahogándose. Tal vez este incidente vino a su memoria años más tarde cuando escribió en su primera epístola: “Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones” (1 Pedro 3:12).

b. Dejamos de crecer en el conocimiento de nosotros mismos y del Señor. Las tormentas de la vida no son fáciles, pero son necesarias. Nos enseñan a confiar solamente en Jesucristo y a obedecer su Palabra cualesquiera que sean las circunstancias. Bien se ha dicho: “La fe no es creer a pesar de la evidencia, sino obedecer a pesar de la consecuencia”. A pesar de que fue el único en la barca que reaccionó con fe, su pedido impulsivo lo condujo a experimentar una demostración poco común del poder de Dios. Su fe fluctuó cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Quizá no caminemos sobre las aguas pero sí caminaremos a través de situaciones adversas. Si nos concentramos en las olas de las circunstancias difíciles que se levantan cerca de nosotros sin buscar la ayuda de Dios, también terminaremos desesperados y hundiéndonos. A fin de mantener su fe en medio de las tormentas, mantengamos los ojos en el poder de Cristo y no en nuestra  incapacidad. A pesar de que empezamos con buenas intenciones, algunas veces nuestra fe decae. Esto no significa necesariamente que hemos fallado. Cuando la fe de Pedro decayó, buscó a Cristo, la única persona que podría ayudarle. Estaba temeroso pero aun así miró a Cristo. Cuando estamos recelosos de los problemas que nos rodean y dudamos de la presencia o capacidad de Cristo para ayudarnos, debemos recordar que es el único que en realidad puede ayudarnos. También vemos en esta acción de Pedro un ejemplo de precaución y de obediencia a la voluntad de Cristo, el decirle: Si eres tú, mándame ir a ti. Es prudente al pedir una garantía. Por eso, no le dice: Si eres tú, voy a ti. Los ánimos más osados deben esperar a recibir un claro llamamiento del Señor antes de lanzarse a tareas que comportan riesgos, ya que la precipitación en tales casos es señal de osada presunción más bien que de firme confianza. Es igualmente ejemplo de la fe y resolución de Pedro el aventurarse a lanzarse al agua cuando Cristo se lo mandó.

c. Dejamos que el mundo nos abrume. Y así marchaba Pedro sobre las aguas con el poder de Cristo: Esta es la victoria que vence de una vez al mundo, nuestra fe (1 Juan 5:4). La fe más fuerte y el coraje más bravo pueden sufrir depresiones de temor. Quienes pueden sinceramente confesar: Señor, creo, deben añadir: Señor, ven en ayuda de mi incredulidad (Marcos 9:24). La causa de este miedo: Al percibir el fuerte viento. Cuando nos fijamos en las dificultades con los ojos del cuerpo, más que en las promesas divinas con los ojos de la fe estamos en peligro de sucumbir atemorizados. El efecto de este miedo: Comenzó a hundirse. El hundimiento de nuestros espíritus se debe a la debilidad de nuestra fe: Somos guardados por el poder de Dios mediante la fe (1 Pedro 1:5). Fue gran misericordia de parte de Cristo que no le dejó hundirse al vacilar su fe, descendiendo a las profundidades como piedra (Éxodo 15:5), sino que le dio tiempo para gritar: ¡Señor, sálvame!

IV. Aprendamos lo misericordioso de nuestro Señor Jesucristo con los creyentes débiles. Le vemos extender su mano inmediatamente para salvar a Pedro, en cuanto este le pidió ayuda. No deja que coseche el fruto de su propia incredulidad y se hunda en las profundas aguas; parece pensar solamente en su problema, y no desear nada tanto como librarlo de él. Lo único que dice es un leve reproche: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?”. Veamos la inmensa benignidad de Cristo:  Puede soportar mucho, y perdonar mucho, cuando ve gracia auténtica en el corazón de un hombre. Igual que una madre trata con amor a su hijo y no lo rechaza por su naturaleza díscola y rebelde, así trata el Señor Jesús a su pueblo. Los amó y se compadeció de ellos antes de que se convirtieran, y después de convertirse los ama y se compadece de ellos aún más. Conoce su debilidad, y es muy paciente con ellos. Quiere hacernos ver que dudar no demuestra que no se tenga fe, sino solo que se tiene una fe pequeña; y aun cuando nuestra fe es pequeña, el Señor está preparado para ayudarnos. “Cuando yo decía: Mi pie resbala, tu misericordia, oh Jehová, me sustentaba” (Salmo 94:18). ¿Qué hombre va a temer empezar a correr la carrera cristiana, con un Salvador como Jesús? Si nos caemos, Él nos volverá a levantar. Si nos equivocamos, Él nos corregirá. Pero nunca se nos privará totalmente de su misericordia. Él mismo ha dicho: No te desampararé, ni te dejaré, y estamos ciertos que cumplirá su palabra (Hebreos 13:5). Ojalá recordemos tan solo que si bien no hemos de despreciar la poca fe, no debemos detenernos ahí y contentarnos con ella. Nuestra oración ha de ser continuamente: Señor, auméntanos la fe.

a. Él siempre  nos acompañará. Si Jesús dice Ven, entonces esa palabra va a lograr el propósito que tiene. Puesto que él es el autor y consumador de la fe (Hebreos 12:2), termina todo aquello que emprende. Nosotros fallamos en el camino, pero al final Dios triunfará. Jesús y Pedro caminaron juntos sobre el agua y subieron al barco. La experiencia de Pedro se convirtió en una bendición para los demás discípulos tanto como para sí mismo. Cuando ellos vieron el poder de Jesucristo al conquistar y calmar la tormenta, no pudieron evitar postrarse ante él y adorarle.

Sin duda, Pedro y los discípulos recordaron la experiencia de la tormenta cuando el Señor estuvo con ellos y cobraron valor. Este milagro engrandece la realeza de Jesucristo. De hecho, cuando Mateo escribió la petición de Pedro, “manda que yo vaya”, empleó un término griego que significa orden de un rey. Pedro sabía que Jesucristo era Rey sobre toda la naturaleza, incluyendo el viento y las olas. Su palabra es ley y los elementos deben obedecer. ¿Recordamos nosotros que él sufrió la tormenta del juicio para salvar nuestras almas? (Salmo 42:7). Sufrió la tormenta por nosotros para que no tuviéramos que enfrentar el juicio divino. Debemos imitar a los discípulos, postrarnos a los pies de Jesús y reconocer que él es Rey de reyes y Señor de señores.

b. El siempre desea el bien para todos los humanos. Tenemos aquí una breve referencia a los muchos milagros que Jesús obró en la tierra de Genesaret, una vez terminada la travesía. A dondequiera que iba, Jesús pasaba haciendo el bien. Cristo reconoce como el mayor honor que podemos tributarle, el que saquemos provecho de Él. El alimento espiritual no es para comerlo en solitario. En Cristo, hay más que suficiente para todos; así que nada se gana con intentar monopolizarlo. Siempre que tengamos oportunidades de conseguir para nosotros un bien espiritual, debemos atraer a cuantos podamos, para que participen con nosotros de lo mismo; ocasiones no faltarán, si estamos al acecho; más aún, debemos ir en busca de oportunidades. Si ardiéramos en celo por la salvación de las almas, no estaríamos tranquilos mientras se pierden nuestros vecinos. Maravilloso llegar a una tierra tan deliciosa después de haber sufrido un viaje tormentoso. Así será también cuando finalmente lleguemos a la ribera celestial después de las tormentas de esta vida.

c. Él es el supremo sanador.  Otra vez observamos cómo Jesús honra una fe deficiente, aun supersticiosa, con tal que se dirigiera a él. Quedaron sanos (v. 36) también podría ser traducido: fueron completamente sanados. Este mismo verbo en griego ( 1295) significa tanto sanidad física como espiritual. Cuando el amor a Cristo y a su doctrina no son motivo suficiente para atraer a otros, quizás lo sea el amor a sí mismos en el reconocimiento de sus necesidades personales. Hoy hay tanta miseria en el mundo, tanta insatisfacción, tanta aflicción, que sólo tienen remedio acudiendo a Jesucristo. Si la gente se percatara de las cosas que son para su paz, pronto buscarían también las cosas de Cristo.  La gente reconocía en Jesús a un gran sanador, pero ¿cuántos comprendieron quién era en realidad? Buscaban a Jesús para alcanzar sanidad física, pero ¿se acercaron a Él deseando la sanidad espiritual? Iban anhelando prolongar sus vidas en la tierra, pero ¿fueron también para obtener la seguridad de la vida eterna? La gente puede buscar a Jesús para aprender lecciones valiosas de su vida o en la esperanza de conseguir remedio para su dolor. Pero habremos perdido la totalidad del mensaje de Jesús si lo buscamos sólo para que cure nuestros cuerpos y no nuestras almas, si buscamos su ayuda sólo en esta vida y pasamos por alto su plan eterno para nosotros. Sólo cuando lleguemos a entender al Cristo verdadero podremos apreciar cómo puede cambiar de veras nuestras vidas. Las curaciones de Cristo son siempre perfectas; nunca cura a medias. Cristo está en los cielos, pero en la tierra tenemos su Palabra y en ella está Él por el poder de su espíritu. Cuando fusionamos con fe la Palabra (Hebreos 4:2), y nos sometemos a sus enseñanzas y a sus normas, basta con tocar el borde del manto de Jesús, para obtener sanidad completa. No es por magia, sino por fe, y de acuerdo con la voluntad de Dios, que sabe lo que más nos conviene y cuándo nos conviene.

Conclusión.

Entonces los que estaban en la barca le adoraron diciendo: Tú eres verdaderamente el Hijo de Dios. Los que estaban en la barca cayeron a sus pies en humilde adoración. Están abrumados por el poder infinito y el amor de Jesús, la adoración que le tributaron los que estaban en la barca: Vinieron y le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres el Hijo de Dios (v. 33). La fe de ellos en el Señor quedó robustecida, y tuvieron la oportunidad de tributarle la gloria debida a su nombre: Vemos, pues, que el objeto de nuestra fe debe ser también motivo de nuestra alabanza. La fe es la base genuina de nuestro culto, y el culto es el producto genuino de nuestra fe.

En Cristo encontramos a el médico divino. Todos los que se acercan a él quedan sanos, son salvos, son restaurados, tienen un nuevo nacimiento. Lo que el hombre no puede sanar, lo que la iglesia no puede sanar, lo que la sociedad no puede sanar, Cristo sí puede sanar, él lo hace posible:

Sanidad para creer en todas las promesas de Jesús, Sanidad, en fin, para lograr una iglesia y una sociedad sanas. La sanidad y restauración son el fruto y el buen resultado de este acercamiento a Cristo. Siempre vayamos a Él acudamos: (A) Con ruego apremiante. Así se obtienen del Señor los mayores favores y las mejores bendiciones: Pedid, y se os dará (7:7). (B) Con gran humildad. El deseo de tocar solamente el borde de su manto insinúa que se consideraban indignos de exponerle su caso y de pedirle que fuese Él quien les tocase para curarles; con este favor se conformaban. (C) Con gran confianza en el poder infinito de Jesús, pues no dudemos que, con sólo tocar el borde de su manto saldrá de Él suficiente virtud curativa. Oremos para que Dios permita sanidad espiritual a cada uno de nosotros, una renovación de nuestra fe y aprender a identificar la acción de Cristo en nuestra vida diaria.

Oremos.

26 de abril del 2020, Ajijic, Jalisco, México.

Misión Cristiana Bautista Agua Viva

Ibrahim Mauricio Mateo Cruz