Los atributos “comunicables” de Dios

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+     ¿En qué sentido es Dios como nosotros?

I. EXPLICACIÓN Y BASE BÍBLICA

En este capítulo consideramos los atributos de Dios que son «comunicables», o que comparte más con nosotros que los mencionados en el capítulo anterior. Hay que recordar que esta división entre «incomunicables» y «comunicables» no es absoluta, y que hay campo para diferencias de opinión respecto a cuáles atributos deben caer en cada categoría. La lista de los atributos que se ponen aquí en la categoría de «comunicables» es común, pero hay que entender que la definición de cada atributo es más importante que poder catalogar los atributos de la manera exacta en que se presentan en este libro.1

Este capítulo divide los atributos «comunicables» de Dios en cinco categorías principales.

A.     Atributos que describen el ser de Dios

     1.     Espiritualidad

     2.     Invisibilidad

B.     Atributos mentales

     3.     Conocimiento (u omnisciencia)

     4.     Sabiduría

     5.     Veracidad (incluyendo fidelidad)

C.     Atributos morales

     6.     Bondad (incluyendo misericordia, gracia)

     7.     Amor

     8.     Santidad

     9.     Justicia (o rectitud)

     10.     Celos

     11.     Ira

D.     Atributos de propósito

     12.     Voluntad (incluyendo libertad)

     13.     Omnipotencia (o poder, incluyendo soberanía)

E.     Atributos «en resumen»

     14.     Perfección

     15.     Bendición

     16.     Belleza

Debido a que debemos imitar en nuestra vida los atributos comunicables de Dios (Ef 5:1 nos dice: «imiten a Dios, como hijos muy amados»), algunas de estas secciones incluirán una breve explicación de la manera en que debemos imitar el atributo en cuestión.

 

 

A. Atributos que describen el ser de Dios

1. Espiritualidad. Algunos a menudo se preguntan: ¿De qué está hecho Dios? ¿Está hecho de carne y sangre como nosotros? Por cierto que no. ¿Cuál es entonces el material que forma su ser? ¿Está Dios hecho de materia alguna? ¿Acaso es energía pura? ¿Acaso es en algún sentido pensamiento puro?

La respuesta de la Biblia es que Dios no es nada de esto. Más bien, leemos que «Dios es espíritu» (Jn 4:24). Esta afirmación la dice Jesús en el contexto de su conversación con la mujer junto al pozo en Samaria. La conversación se refiere al lugar donde se debe adorar a Dios, y Jesús le dice que la verdadera adoración a Dios no requiere que uno esté presente ni en Jerusalén ni en Samaria (Jn 4:21), porque la verdadera adoración no tiene que ver con un lugar físico sino con la condición espiritual de uno. Esto se debe a que «Dios es espíritu» y al parecer significa que Dios no está limitado de ninguna manera a un lugar espacial. No debemos, por consiguiente, pensar que Dios tiene tamaño o dimensiones, ni siquiera infinitas (vea en el capítulo anterior la explicación sobre la omnipresencia de Dios).

También hallamos que Dios prohíbe que su pueblo piense que su ser es similar a algo que existe en la creación física. El segundo mandamiento (Éx 20:4) nos prohíbe adorar o servir a «ídolos» o «cualquier cosa que guarde semejanza» con algo en el cielo o en la tierra. Esto es un recordatorio de que el ser de Dios es diferente de todo lo que él ha creado. Pensar en cuanto a su ser en términos de cualquier otra cosa en el universo creado es conceptuarlo erróneamente, limitarlo, pensar que es menos de lo que realmente es. Ciertamente, si bien debemos decir que Dios ha hecho toda la creación de modo que cada parte de ella refleje algo de su propio carácter, también debemos afirmar que describir a Dios como si existiese en una forma o modo de ser que se asemeje a algo en la creación es describirlo de una manera horriblemente equivocada y deshonrosa.

Así que Dios no tiene cuerpo físico, ni está hecho de ninguna clase de materia como casi todo el resto de la creación. Todavía más, Dios no es energía, pensamientos ni ningún otro elemento de la creación. Mas bien debemos decir que Dios es espíritu. Sea lo que sea que eso signifique, es una clase de existencia que no se parece a ninguna otra cosa en la creación. Es una existencia muy superior a nuestra existencia material. En este punto podemos definir la espiritualidad de Dios: Cuando se habla de espiritualidad de Dios se quiere decir que Dios es un ser que no está hecho de ninguna materia, no tiene partes ni dimensiones, no lo pueden percibir nuestros sentidos corporales y es más excelente que toda otra clase de existencia.

Pudiera parecer que la espiritualidad de Dios se clasificaría mejor como un atributo «incomunicable», puesto que el ser de Dios es completamente diferente al nuestro. No obstante, subsiste el hecho de que Dios nos ha dado espíritus para adorarlo (Jn 4:24; 1 Co 14:14; Fil 3:3), en los cuales estamos unidos al Espíritu del Señor (1 Co 6:17), con el que el Espíritu Santo se une para dar testimonio de nuestra adopción en la familia de Dios (Ro 8:16), y en el que pasamos a la presencia del Señor cuando morimos (Ec 12:7; Lc 23:46; He 12:23; cf. Fil 1:23–24). Por consiguiente, es obvio que hay alguna comunicación entre Dios y nosotros de una naturaleza espiritual que es de alguna manera similar a nuestra propia naturaleza, aunque por cierto no en todo respecto. Por eso también parece apropiado concebir la espiritualidad de Dios como un atributo comunicable.

2. Invisibilidad. Relacionado con la espiritualidad de Dios está el hecho de que Dios es invisible. Sin embargo, también debemos hablar de las maneras visibles en que Dios se manifiesta. La invisibilidad de Dios se puede definir como sigue: La invisibilidad de Dios quiere decir que nosotros nunca podremos ver la esencia total del ser espiritual de Dios, aunque Dios se nos muestra mediante cosas creadas y visibles.

Muchos pasajes hablan del hecho de que no se puede ver a Dios. «A Dios nadie lo ha visto nunca» (Jn 1:18). Jesús dice: «No que alguno haya visto al Padre, sino aquel que vino de Dios; éste ha visto al Padre» (Jn 6:46). Pablo habla de Dios como el «único inmortal, que vive en luz inaccesible, a quien nadie ha visto ni puede ver» (1 Ti 6:16).

Debemos recordar que estos pasajes fueron escritos después de muchos acontecimientos de la Biblia en los que el pueblo vio manifestaciones externas de Dios. Por ejemplo, muy temprano en la Biblia leemos: «Y hablaba el Señor con Moisés cara a cara, como quien habla con un amigo» (Éx 33:11). Sin embargo, Dios le dijo a Moisés: «No podrás ver mi rostro, nadie puede verme y seguir con vida» (Éx 33:20). El Antiguo Testamento también registra varias teofanías. Una teofanía es una «aparición de Dios». En estas teofanías Dios asumió varias formas visibles para mostrarse a algunas personas. Dios se le apareció a Abraham (Gn 18:1–33), a Jacob (Gn 32:28–30), al pueblo de Israel (como columna de nube de día y de fuego de noche (Éx 13:21–22), a los ancianos de Israel (Éx 24:9–11), a Manoa y su esposa (Jue 13:21–22), a Isaías (Is 6:1), y a otros.

Una manifestación visible de Dios mejor que estas teofanías del Antiguo Testamento la hallamos en la persona de Jesucristo mismo. Él pudo decir: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14:9). Juan contrasta el hecho de que nadie ha visto jamás a Dios con el hecho de que el unigénito Hijo de Dios le ha dado a conocer: «A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo unigénito, que es Dios y que vive en unión íntima con el Padre, nos lo ha dado a conocer» (Jn 1:18). Por tanto, en la persona de Jesús tenemos una manifestación visible única de Dios en el Nuevo Testamento, que no estuvo disponible para los creyentes que vieron teofanías en el Antiguo Testamento.

Es correcto, por consiguiente, decir que aunque nunca podremos ver la esencia total de Dios, Dios nos muestra algo de sí mismo mediante cosas visibles, creadas, y especialmente en la persona de Cristo.

Pero, ¿cómo veremos a Dios en el cielo? Nunca podremos ver ni conocer todo de Dios, porque «su grandeza es insondable» (Sal 145:3; cf. Jn 6:46; 1 Ti 1:17; 6:16; 1 Jn 4:12). Y no podremos ver, por lo menos con nuestros ojos físicos, todo el ser espiritual de Dios. Sin embargo, la Biblia dice que veremos a Dios mismo. Jesús dice: «Dichosos los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios» (Mt 5:8). Tal vez no sabremos la naturaleza de este «ver» sino hasta que lleguemos al cielo.

Aunque lo que veremos no será una visión exhaustiva de Dios, será completamente una visión de Dios verdadera, clara y real. Le veremos «cara a cara» (1 Co 13:12), y «lo veremos tal como él es» (1 Jn 3:2). En la ciudad celestial «sus siervos lo adorarán; lo verán cara a cara» (Ap 22:3–4).

Cuando nos damos cuenta de que Dios es la perfección de todo lo que anhelamos o deseamos, que es el resumen de todo lo hermoso y deseable, nos comprendemos que el mayor gozo en la vida venidera será que «veremos su cara». Mirar a Dios nos cambiará y nos hará semejantes a él. «Seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es» (1 Jn 3:2; cf. 2 Co 3:18). Esta visión de Dios nos dará pleno deleite y gozo por toda la eternidad.

B. Atributos mentales

3. Conocimiento (omnisciencia). El conocimiento de Dios se puede definir como sigue: Dios se conoce plenamente a sí mismo y todas las cosas reales y posibles en un acto singular y eterno.

Eliú dijo que Dios tiene «conocimiento perfecto» (Job 37:16), y Juan dice que Dios «lo sabe todo» (1 Jn 3:20). La cualidad de saberlo todo se llama omnisciencia, y debido a que Dios lo sabe todo se dice que es omnisciente (o sea «todo sapiente»).

La definición anterior explica la omnisciencia en mayor detalle. Dice primero que Dios se conoce plenamente a sí mismo. Este es un hecho asombroso puesto que el propio ser de Dios es infinito e ilimitado. Por supuesto, solamente el que es infinito puede conocerse plenamente a sí mismo en todo detalle. Pablo implica este hecho cuando dice: «Ahora bien, Dios nos ha revelado esto por medio de su Espíritu, pues el Espíritu lo examina todo, hasta las profundidades de Dios. En efecto, ¿quién conoce los pensamientos del ser humano sino su propio espíritu que está en él? Asimismo, nadie conoce los pensamientos de Dios sino el Espíritu de Dios» (1 Co 2:10–11).

La definición también dice que Dios sabe «todas las cosas reales y posibles». Esto quiere decir todas las cosas que existen, todas las cosas que suceden y todas las cosas que pudieran suceder. El conocimiento de Dios de todas las cosas reales se aplica a la creación entera, porque Dios es ante quien «ninguna cosa creada escapa a la vista de Dios. Todo está al descubierto, expuesto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas» (He 4:13; cf. 2 Cr 16:9; Job 28:24; Mt 10:29–30). Dios sabe todas las cosas posibles, incluyendo cosas que pudieran suceder pero que en realidad no suceden. Por ejemplo, Jesús pudo decir que Tiro y Sidón no se habrían arrepentido aunque los milagros de Jesús se hubieran hecho allí antes (Mt 11:21; cf. 1 S 23:11–13; 2 R 13:19, donde Eliseo dice lo que hubiera pasado si el rey Joás hubiera golpeado la tierra cinco o seis veces con las flechas).

Nuestra definición del conocimiento de Dios habla de que Dios sabe todo en «un solo acto singular». Aquí la palabra singular se usa en el sentido de «no dividido en partes». Esto quiere decir que Dios siempre está consciente de todo. Si él quisiera decir el número de granos de arena de la orilla del mar, o el número de las estrellas de los cielos, no tendría que contarlas lo más rápido posible como lo haría una computadora gigantesca, ni tampoco tendría que hacer memoria de la cifra como si fuera algo en lo que no hubiera pensado por un buen tiempo. Más bien, él siempre lo sabe todo al instante. No tiene que razonar conclusiones ni meditar con cuidado antes de responder, porque él sabe el fin desde el principio, y nunca aprende o se olvida de algo (cf. Sal 90:4). Todo ápice del conocimiento de Dios está siempre presente en su conciencia; nunca se nubla ni se desvanece en una memoria inconsciente.

Finalmente, la definición habla del conocimiento eterno de Dios como un acto singular, y también como un «acto eterno». Esto simplemente quiere decir que el conocimiento de Dios nunca cambia ni crece. Si aprendiera algo nuevo, no hubiese sido omnisciente anteriormente. Así que desde toda la eternidad Dios ha sabido todo lo que sucedería y todo lo que haría.

4. Sabiduría. La sabiduría de Dios quiere decir que Dios siempre escoge las mejores metas y los mejores medios hacia estas metas. Esta definición va más allá de la idea de que Dios sabe todas las cosas y especifica que las decisiones de Dios en cuanto a lo que va a hacer son siempre decisiones sabias; es decir, que siempre producen los mejores resultados (desde la suprema perspectiva de Dios), y que producen esos resultados mediante los mejores medios posibles.

La Biblia afirma en varios lugares la sabiduría de Dios en general. Se le llama el «único sabio Dios» (Ro 16:27). Job dice de Dios que «profunda es su sabiduría» (Job 9:4), y que «con Dios están la sabiduría y el poder; suyos son el consejo y el entendimiento» (Job 12:7). La sabiduría de Dios se ve específicamente en la creación. El salmista exclama: «¡Oh Señor, cuán numerosas son tus obras! ¡Todas ellas las hiciste con sabiduría! ¡Rebosa la tierra con todas tus criaturas!» (Sal 104:24). Cuando Dios creó el universo lo hizo perfectamente apropiado para que le dé gloria, tanto en sus procesos de todos los días como en los objetivos para los que lo creó. Incluso ahora, aunque vemos los efectos del pecado y la maldición en el mundo natural, debemos asombrarnos de lo armoniosa e intrincada que es la creación divina.

La sabiduría de Dios también se ve en nuestra vida como individuos. «Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito» (Ro 8:28). Aquí Pablo afirma que Dios en efecto obra sabiamente en todo lo que nos sucede en nuestra vida, y que mediante todas estas cosas nos hace avanzar hacia la meta de conformarnos a la imagen de Cristo (Ro 8:29). Cada día de nuestra vida podemos acallar nuestro desaliento con el consuelo que viene del conocimiento de la sabiduría infinita de Dios. Si somos sus hijos, podemos saber que él está obrando sabiamente en nuestra vida para llevarnos a una mayor conformidad a la imagen de Cristo.

La sabiduría de Dios, por supuesto, es en parte comunicable a nosotros. Podemos pedir con confianza a Dios sabiduría cuando la necesitamos, porque él nos promete en su palabra: «Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará, pues Dios da a todos generosamente sin menospreciar a nadie» (Stg 1:5). Esta sabiduría, o habilidad para vivir una vida que agrada a Dios, viene primordialmente por la lectura y obediencia a su Palabra: «El mandato del Señor es digno de confianza: da sabiduría al sencillo» (Sal 19:7; cf. Dt 4:6–8). En cuanto a la motivación para adquirir verdadera sabiduría, «el principio de la sabiduría es el temor del Señor» (Sal 111:10; Pr 9:10; cf. Pr 1:7), porque si tememos deshonrar a Dios o desagradarle, y si tememos su disciplina paternal, tendremos la motivación que nos hace querer seguir sus caminos y vivir de acuerdo a sus sabios mandamientos.

Sin embargo, también debemos recordar que la sabiduría de Dios no es enteramente comunicable; nunca podemos participar plenamente de la sabiduría de Dios (Ro 11:33). En términos prácticos, esto quiere decir que habrá frecuentes ocasiones en esta vida cuando no podremos comprender por qué Dios permite que suceda algo. Entonces tendremos simplemente que confiar en él y seguir obedeciendo sus mandamientos sabios para nuestra vida: «Así pues, los que sufren según la voluntad de Dios, entréguense a su fiel Creador y sigan practicando el bien» (1 P 4:19; cf. Dt 29:29; Pr 3:5–6). Dios es infinitamente sabio y nosotros no, y le agrada cuando tenemos fe para confiar en su sabiduría aunque no entendamos lo que él está haciendo.

5. Veracidad (incluyendo fidelidad). La veracidad de Dios quiere decir que es el Dios verdadero, y que todo su conocimiento y palabras son a la vez verdad y norma suprema de verdad. La primera parte de esta definición indica que el Dios revelado en la Biblia es el Dios verdadero y real, y que todos los otros que se llaman dioses son ídolos. «Pero el Señor es el Dios verdadero, el Dios viviente, el Rey eterno.… Los dioses que no hicieron los cielos ni la tierra, desaparecerán de la tierra y de debajo del cielo» (Jer 10:10–11). Jesús le dijo a su Padre: «Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado» (Jn 17:3; cf. 1 Jn 5:20).

La definición que antecede también afirma que todo el conocimiento de Dios es verdad y norma suprema de verdad. Job nos dice que Dios tiene «conocimiento perfecto» (Job 37:16; vea también los versículos citados bajo la explicación de la omnisciencia de Dios). Decir que Dios lo sabe todo y que su conocimiento es perfecto es decir que nunca se equivoca en su percepción o comprensión del mundo. Todo lo que sabe y piensa es verdad y es una comprensión correcta de la naturaleza de la realidad. De hecho, puesto que Dios lo sabe todo infinitamente bien, podemos decir que la norma del conocimiento verdadero es conformidad al conocimiento de Dios. Si pensamos lo mismo que Dios piensa acerca de algo en el universo, estamos pensando lo correcto respecto a eso.

Nuestra definición también afirma que las palabras de Dios son verdad y norma suprema de verdad. Esto quiere decir que Dios es confiable y fiel en sus palabras. Con respecto a sus promesas, Dios siempre hace lo que promete hacer, y podemos confiar en que nunca será infiel a sus promesas. «Dios es fiel» (Dt 32:4). Es más, este aspecto específico de la fidelidad de Dios a veces se ve como un atributo distinto: La fidelidad de Dios quiere decir que Dios siempre hará lo que dice y cumplirá lo que prometió (Nm 23:19; cf. 2 S 7:28; Sal 141:6; et ál.). Se puede confiar en él, y él jamás será infiel a los que confían en lo que él ha dicho. En verdad, la esencia de la verdadera fe es tomarle la palabra a Dios y confiar en que hará lo que ha prometido.

La veracidad de Dios también es comunicable en que podemos imitarla en parte tratando de tener verdadero conocimiento acerca de Dios y de su mundo. Es más, al empezar a tener pensamientos verdaderos sobre Dios y la creación, pensamientos que aprendemos de la Biblia y al permitir que la Biblia nos guíe en nuestra observación e interpretación del mundo natural, empezamos a pensar los pensamientos de Dios como los piensa él. El crecimiento en el conocimiento es en parte el proceso de llegar a ser más semejantes a Dios. Pablo nos dice que nos vistamos de la «nueva naturaleza», la cual, dice, «se va renovando en conocimiento a imagen de su Creador» (Col 3:10).

En una sociedad a la que le importa extremadamente poco la verdad de las palabras habladas, nosotros como hijos de Dios debemos imitar a nuestro Creador y prestar mucha atención para asegurarnos de que nuestras palabras siempre sean ciertas. «Dejen de mentirse unos a otros, ahora que se han quitado el ropaje de la vieja naturaleza con sus vicios, y se han puesto el de la nueva naturaleza, que se va renovando en conocimiento a imagen de su Creador» (Col 3:9–10). Es más, debemos imitar la veracidad de Dios en nuestra reacción emocional a la verdad y a la falsedad. Como Dios, debemos amar la verdad yaborrecer la falsedad. El mandamiento de no dar falso testimonio contra el prójimo (Éx 20:16), como los demás mandamientos, exige no una simple conformidad externa sino también conformidad en la actitud del corazón. El que agrada a Dios «de corazón dice la verdad» (Sal 15:2), y procura ser como el justo que «aborrece la mentira» (Pr 13:5).

C. Atributos morales

6. Bondad (incluyendo misericordia, gracia). La bondad de Dios quiere decir que Dios es la norma suprema de lo bueno, y que todo lo que Dios es y hace es digno de aprobación. En esta definición «bueno» se puede entender como «digno de aprobación», pero esto nos lleva a la pregunta, ¿aprobación de quién? Debido a que no somos mas que criaturas, no tenemos libertad de decidir lo que merece aprobación y lo que no la merece. A fin de cuentas, y por consiguiente, el ser y las cosas que Dios hace son perfectamente dignos de su aprobación. Él es, por tanto, la norma definitiva de lo bueno. Jesús implica esto cuando dice: «Nadie es bueno sino solo Dios» (Lc 18:19). Los Salmos frecuentemente afirman que «el Señor es bueno» (Sal 100:5), o exclaman: «Den gracias al Señor, porque él es bueno» (Sal 106:1; 107:1, et ál.). Por consiguiente, podemos decir que «bueno» es lo que Dios aprueba, porque no hay norma más alta de bondad que el propio carácter de Dios y su aprobación de lo que sea que concuerda con ese carácter.

Nuestra definición también afirma que todo lo que Dios hace es digno de aprobación. Vemos evidencia de esto en la narración de la creación: «Dios miró todo lo que había hecho, y consideró que era muy bueno» (Gn 1:31). La Biblia también nos dice que Dios es fuente de todo lo bueno en el mundo: «Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, donde está el Padre que creó las lumbreras celestes, y que no cambia como los astros ni se mueve como las sombras» (Stg 1:17; cf. Sal 145:9; Hch 14:17). Todavía más, Dios solo hace buenas cosas por sus hijos. Leemos: «El Señor brinda generosamente su bondad a los que se conducen sin tacha» (Sal 84:11). Jesús enseña que mucho más que un padre terrenal, nuestro Padre celestial «dará cosas buenas a los que le pidan» (Mt 7:11), y el escritor de Hebreos observa que incluso su disciplina paternal es una manifestación de su amor y es para nuestro bien (He 12:10).

En imitación a este atributo comunicable, debemos también hacer el bien (o sea, hacer lo que Dios aprueba) y por consiguiente imitar la bondad de nuestro Padre celestial. Pablo escribe: «Por lo tanto, siempre que tengamos la oportunidad, hagamos bien a todos, y en especial a los de la familia de la fe» (Gal 6:10; cf. Lc 6:27, 33–35; 2 Ti 3:17). Es más, cuando nos damos cuenta de que Dios es la definición y fuente de todo bien, reconoceremos que Dios es el supremo bien que buscamos. Diremos con el salmista:

¿A quién tengo en el cielo sino a ti?

Si estoy contigo, ya nada quiero en la tierra.

Podrán desfallecer mi cuerpo y mi espíritu,

pero Dios fortalece mi corazón; él es mi herencia eterna.

(Sal 73:25–26; cf. 16:11; 42:1–2)

La bondad de Dios se relaciona estrechamente con varias otras características de su naturaleza. Por ejemplo, la misericordia y la gracia pueden verse como dos atributos separados, o como aspectos específicos de la bondad de Dios. Misericordia es la bondad de Dios hacia los que se hallan en miseria y aflicción.Gracia de Dios quiere decir bondad de Dios hacia los que solo merecen castigo.

Estas dos características de la naturaleza de Dios a menudo se mencionan juntas, especialmente en el Antiguo Testamento. Cuando Dios proclamó su nombre a Moisés, proclamó: «El Señor, el Señor, Dios clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor y fidelidad» (Éx 34:6). David dice en el Salmo 103:8: «El Señor es clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor».

La gracia como la bondad de Dios mostrada especialmente a los que no la merecen se ve frecuentemente en los escritos de Pablo. Él recalca que la salvación por gracia es lo opuesto a salvación mediante el esfuerzo humano, porque la gracia es algo que se otorga gratuitamente: «Todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó» (Ro 2:23–24).

7. Amor. El amor de Dios quiere decir que Dios se da eternamente a otros.

Esta definición entiende el amor como darse a uno mismo desprendidamente para beneficio de otros. Este atributo de Dios muestra que es parte de su naturaleza darse a sí mismo a fin de dar bendición o bien a otros.

Juan nos dice que «Dios es amor» (1 Jn 4:8). Vemos evidencia de que este atributo de Dios estaba activo entre los miembros de la Trinidad incluso antes de la creación. Jesús le habla a su Padre de «mi gloria, la gloria que me has dado porque me amaste desde antes de la creación del mundo» (Jn 17:24), indicando así que había amor y una entrega de honor de parte del Padre al Hijo desde toda la eternidad. Este amor también es recíproco, porque Jesús dice: «Pero el mundo tiene que saber que amo al Padre, y que hago exactamente lo que él me ha ordenado que haga» (Jn 14:31). El amor entre el Padre y el Hijo también presumiblemente caracteriza su relación con el Espíritu Santo, aunque no se dice explícitamente. Este amor eterno entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo hacen del cielo un mundo de amor y gozo porque cada persona de la Trinidad trata de dar gozo y felicidad a los otros dos.

Este dar de sí mismo que caracteriza a la Trinidad halla clara expresión en la relación de Dios con la humanidad, y especialmente con los pecadores. «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados» (1 Jn 4:10). Juan también escribe: «Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Jn 3:16). Debería ser causa de gran gozo para nosotros saber que es el propósito de Dios el Padre, Hijo y Espíritu Santo darse a sí mismos a fin de darnos verdadero gozo y felicidad. Es naturaleza de Dios actuar de esta manera hacia aquellos sobre quienes ha puesto su amor, y continuará actuando de esa manera hacia nosotros por toda la eternidad.

Nosotros imitamos este atributo comunicable de Dios, primero amando a Dios en reciprocidad, y segundo amando a los demás en imitación de la manera en que Dios los ama. Todas nuestras obligaciones ante Dios se pueden resumir en esto: «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente … Ama a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22:37–38). Si amamos a Dios, obedeceremos sus mandamientos (1 Jn 5:3) y haremos lo que le agrada. Amaremos a Dios y no al mundo (1 Jn 2:15); y haremos esto porque él nos amó primero (1 Jn 4:19).

8. Santidad. La santidad de Dios quiere decir que él está separado del pecado y dedicado a buscar su propio honor. Esta definición contiene una cualidad relacional (separación de) y una cualidad moral (la separación es del pecado o del mal, y la devoción tiene como propósito dar honor y gloria a Dios). El concepto de la santidad como separación del mal y devoción a la gloria de Dios se halla en varios pasajes del Antiguo Testamento. Por ejemplo, la palabrasanto se usaba para describir ambas partes del tabernáculo. El tabernáculo en sí mismo era un lugar separado del mal y del pecado del mundo, y el primer recinto se llamaba «Lugar Santo». Estaba dedicado al servicio de Dios. Pero luego Dios ordenó que hubiera un velo o cortina, «la cual separará el Lugar Santo del Lugar Santísimo, y coloca el arca del pacto detrás de la cortina» (Éx 26:33). El Lugar Santísimo, en donde se guardaba el arca del pacto, era el lugar más separado del mal y del pecado, y más completamente dedicado al servicio de Dios.

Dios mismo es el Santísimo. Se le llama el «Santo de Israel» (Sal 71:22; 78:41; 89:18; Is 1:4; 5:19, 24; et ál.). Los serafines alrededor del trono de Dios claman: «Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria» (Is 6:3). «Exalten al Señor nuestro Dios; adórenlo en su santo monte: ¡Santo es el Señor nuestro Dios!» (Sal 99:9; cf. 99:3, 5; 22:3).

La santidad de Dios es el modelo que su pueblo ha de imitar. Les ordena: «Sean santos, porque yo, el Señor su Dios, soy santo» (Lev 19:2; cf. 11:44–45; 20:26; 1 P 1:16). Cuando Dios sacó a su pueblo de Egipto, los acercó a él y les ordenó que obedecieran su voz, les dijo: «Ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación santa» (Éx 19:4–6). En este caso la idea de separación del mal y del pecado (que aquí incluyó de una manera muy contundente la separación de la vida en Egipto) y la idea de devoción a Dios (al servirle y obedecer sus estatutos), se ven en el ejemplo de una «nación santa». Los creyentes del nuevo pacto también deben buscar «la santidad, sin la cual nadie verá al Señor» (He 12:14) y saber que la disciplina de Dios se nos aplica «a fin de que participemos de su santidad» (He 12:10). No solamente los individuos, sino también la misma Iglesia debe crecer en santidad (Ef 5:26–27), hasta el día cuando todo en la tierra estará separado del mal, purificado del pecado y dedicado al servicio de Dios con verdadera pureza moral (Zac 14:20–21).

9. Rectitud (o justicia). En español los términos rectitud y justicia son palabras diferentes, pero lo mismo en el hebreo del Antiguo Testamento que en el griego del Nuevo Testamento hay solamente un grupo de palabras detrás de estos dos vocablos del español. Por consiguiente, se considerará que estos dos términos se refieren a un solo atributo de Dios. La rectitud de Dios es el concepto de que el Señor siempre actúa de acuerdo a lo que es correcto y es en sí mismo la norma suprema de lo que es recto.

Hablando de Dios, Moisés dice: «Todos sus caminos son justos. Dios es fiel; no practica la injusticia. Él es recto y justo» (Dt 32:4). Abraham apela con éxito al carácter recto de Dios cuando dice: «Tú, que eres el Juez de toda la tierra, ¿no harás justicia?» (Gn 18:25). Dios mismo dice: «Yo, el Señor, digo lo que es justo, y declaro lo que es recto» (Is 45:19). En virtud de su rectitud, Dios tiene que tratar a las personas de acuerdo a lo que se merecen. Es necesario que Dios castigue el pecado, porque el pecado no merece premio; es malo y merece castigo.

Cuando Dios no castiga el pecado, nos parece que es injusto, a menos que se vea que hay otra manera de castigar el pecado. Por esto Pablo dice que cuando Dios envió a Cristo como sacrificio para que llevara el castigo del pecado, fue «para así demostrar su justicia. Anteriormente, en su paciencia, Dios había pasado por alto los pecados; pero en el tiempo presente ha ofrecido a Jesucristo para manifestar su justicia. De este modo Dios es justo y, a la vez, el que justifica a los que tienen fe en Jesús» (Ro 3:25–26). Cuando Cristo murió para pagar la pena de nuestros pecados, mostró que Dios era verdaderamente recto, porque en efecto aplicó el castigo apropiado al pecado, aunque en efecto perdonó a su pueblo sus pecados.

Con respecto a la definición de rectitud dada anteriormente, podemos preguntar: ¿Qué es «recto»? En otras palabras ¿qué debe suceder y qué debe ser? Aquí debemos responder que todo lo que se conforma al carácter moral de Dios es recto. Pero, ¿por qué es recto todo lo que se conforma al carácter moral de Dios? ¡Es recto porque se conforma a su carácter moral! Si en verdad Dios es la norma suprema de rectitud, no puede haber una norma fuera de Dios por la que midamos la rectitud o justicia. Él mismo es la medida suprema.

En respuesta a las preguntas de Job sobre si Dios había sido recto en sus tratos con él, Dios le responde: «¿Corregirá al Todopoderoso quien contra él contiende?… ¿Vas acaso a invalidar mi justicia? ¿Me harás quedar mal para que tú quedes bien?» (Job 40:2, 8). Luego Dios no le responde en términos de explicación que le permitirían a Job entender por qué las propias acciones de Dios eran rectas, sino más bien en términos de ¡una afirmación de la majestad y poder de Dios! Dios no necesita explicarle a Job la rectitud de sus acciones, porque Dios es el Creador y Job es la criatura (cf. Job 40:9ss).

No obstante, debe ser motivo de acción de gracias y gratitud darnos cuenta de que Dios tiene rectitud y omnipotencia. Si fuera un Dios de perfecta rectitud sin el poder de llevar a la práctica esa rectitud, no sería digno de adoración y no tendríamos ninguna garantía de que la justicia a la larga prevalecerá en el universo. Pero si fuera un Dios de poder ilimitado, y no hubiera rectitud en su carácter, ¡cuán impensablemente horrible sería el universo! Habría injusticia en el centro de toda existencia y no habría nada que pudiera cambiarla. Debemos por consiguiente agradecer y alabar continuamente a Dios por lo que él es: «Todos sus caminos son justos. Dios es fiel; no practica la injusticia. Él es recto y justo» (Dt 32:4).

10. Celos. Aunque la palabra celos se usa con frecuencia en sentido negativo en español, también a veces toma un sentido positivo. Por ejemplo, Pablo les dijo a los corintios: «El celo que siento por ustedes proviene de Dios» (2 Co 11:2). Aquí el sentido es «fervientemente protector y vigilante». Tiene el significado de estar profundamente comprometido a buscar el honor y bienestar de alguien, sea de uno mismo o de algún otro.

La Biblia dice que Dios es celoso de esta manera. Continua y fervientemente protege su honor. Le ordena a su pueblo no postrarse ante ídolos ni servirlos, diciendo: «Yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso» (Éx 20:5). Él desea que se le rinda adoración a él y no a dioses falsos (Éx 34:14, cf. Dt 4:24; 5:9). El celo de Dios se puede definir entonces como sigue: El celo de Dios significa que Dios continuamente busca proteger su honor.

A algunas personas les cuesta trabajo pensar que el celo es un atributo deseable en Dios. Esto se debe a que el celo por su propio honor como seres humanos siempre es errado. No debemos ser orgullosos, sino humildes. Sin embargo debemos darnos cuenta de que el orgullo es malo por una razón teológica: Es que no merecemos el honor que pertenece solamente a Dios (cf. 1 Co 4:7; Ap 4:11).

Sin embargo, no es incorrecto que Dios busque honor porque se lo merece plenamente. Dios reconoce abiertamente que sus hechos en la creación y la redención fueron por su propio honor. Hablando de su decisión de retener el castigo de su pueblo, Dios dice: «Y lo he hecho por mí, por mí mismo. ¿Cómo puedo permitir que se me profane? ¡No cederé mi gloria a ningún otro!» (Is 48:11). Es saludable para nosotros espiritualmente cuando entendemos en nuestro corazón el hecho de que Dios merece todo honor y gloria de su creación, y que es correcto que él busque este honor. Sólo él es infinitamente digno de ser alabado. Darnos cuenta de este hecho y deleitarnos en él es hallar el secreto de la verdadera adoración.

11. Ira. Tal vez nos sorprenda descubrir cuán frecuentemente la Biblia habla de la ira de Dios. Sin embargo, si Dios ama todo lo que es recto y bueno y todo lo que se conforma a su carácter moral, es lógico que aborrezca todo lo que se opone a su carácter moral. Por consiguiente, la ira de Dios dirigida contra el pecado se relaciona estrechamente con la santidad y justicia de Dios. La ira de Dios se puede definir como sigue: La ira de Dios significa que él aborrece intensamente el pecado.

Se hallan frecuentes descripciones de la ira de Dios cuando el pueblo de Dios peca grandemente contra él. Dios ve la idolatría del pueblo de Israel y le dice a Moisés: «Ya me he dado cuenta de que éste es un pueblo terco … No te metas. Yo voy a descargar mi ira sobre ellos, y los voy a destruir» (Éx 32:9–10). Más adelante Moisés le dijo al pueblo: «Recuerda esto, y nunca olvides cómo provocaste la ira del Señor tu Dios en el desierto.… A tal grado provocaste su enojoen Horeb, que estuvo a punto de destruirte» (Dt 9:7–8; cf. 29:23; 2 R 22:13).

Sin embargo, la doctrina de la ira de Dios en la Biblia no se limita al Antiguo Testamento, como algunos han imaginado falsamente. Leemos en Juan 3:36: «El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rechaza al Hijo no sabrá lo que es esa vida, sino que permanecerá bajo el castigo de Dios». Pablo dice: «Ciertamente, la ira de Dios viene revelándose desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los seres humanos, que con su maldad obstruyen la verdad» (Ro 1:18; cf. 2:5, 8; 5:9; 9:22; Col 3:6; 1 Ts 1:10; 2:16; 5:9; He 3:11; Ap 6:16–17; 19:15).

Este también es un atributo por el que debemos agradecer y alabar a Dios. Tal vez no comprendamos de inmediato cómo se puede hacer esto, puesto que la ira parece ser un concepto negativo. Sin embargo, es útil preguntarnos qué sería Dios si fuera un Dios que no aborreciera el pecado. Sería entonces un Dios que se deleitaría en el pecado o por lo menos no se molestaría por el pecado. Tal Dios no sería digno de adoración, porque el pecado es aborrecible y digno de ser aborrecido. El pecado no debería ser. Es en verdad una virtud aborrecer el mal y el pecado (cf. Zac 8:17; He 1:9, et ál.), y nosotros imitamos correctamente este atributo de Dios cuando sentimos aborrecimiento contra el gran mal, la injusticia y el pecado.2

Además, como creyentes no debemos sentir temor de la ira de Dios, porque aunque «como los demás, éramos por naturaleza objeto de la ira de Dios» (Ef 2:3), ahora hemos confiado en Jesús, «que nos libra del castigo venidero» (1 Ts 1:10; cf. Ro 5:10). Cuando meditemos en la ira de Dios, nos asombraremos al pensar que nuestro Señor Jesucristo llevó la ira de Dios que era producto de nuestro pecado, a fin de que nosotros pudiéramos ser salvos (Ro 3:25–26).

Es más, al pensar en la ira de Dios debemos también tener presente su presencia. La paciencia y la ira se mencionan juntas en el Salmo 103: «El Señor es …lento para la ira y grande en amor. No sostiene para siempre su querella ni guarda rencor eternamente» (Sal 103:8–9). Por consiguiente, la demora en la ejecución de la ira de Dios sobre el mal tiene el propósito de llevar a su pueblo al arrepentimiento (vea Ro 2:4).

Cuando pensamos en la ira de Dios que vendrá, debemos simultáneamente estar agradecidos por su paciencia al esperar para ejecutar esa ira a fin de que incluso más personas puedan salvarse: «El Señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan» (2 P 3:9–10). La ira de Dios debería motivarnos a la evangelización y debería también hacernos estar agradecidos porque Dios finalmente castigará toda maldad y reinará sobre nuevos cielos y una nueva tierra en donde no habrá injusticia.

D. Atributos de propósito

En esta categoría de atributos hablaremos primero de la voluntad de Dios en general, y luego de la omnipotencia (o poder infinito) de la voluntad de Dios.

12. Voluntad. La voluntad de Dios es el atributo por el que Dios aprueba y determina toda acción necesaria para la existencia y actividad de sí mismo y de toda la creación. Esta definición indica que la voluntad de Dios tiene que ver con decidir y aprobar las cosas que Dios es y hace. Tiene que ver con las decisiones que Dios toma en cuanto a qué hacer y qué no hacer.

a. La voluntad de Dios en general. La Biblia frecuentemente indica que la voluntad de Dios es la razón definitiva o suprema de todo lo que sucede. Pablo se refiere a Dios como «aquel que hace todas las cosas conforme al designio de su voluntad» (Ef 1:11). La frase que aquí se traduce «todas las cosas» (ta panta) la usa Pablo con frecuencia para referirse a todo lo que existe o a toda la creación (vea, por ejemplo, Ef 1:10, 23; 3:9; 4:10; Col. 1:16 [dos veces], 17; Ro 11:36; 1 Co 8:6 [dos veces]; 15:27–28 [dos veces]). La palabra que se traduce «hace» (energeo, «obra, realiza, hace, produce») es un participio presente y sugiere actividad continua. La frase se podría traducir más explícitamente como «que continuamente lo realiza todo en el universo de acuerdo al consejo de su voluntad».

Más específicamente, todas las cosas fueron creadas por la voluntad de Dios: «Tú creaste todas las cosas; por tu voluntad existen y fueron creadas» (Ap 4:11). Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento afirman que el gobierno humano existe en conformidad con la voluntad de Dios (Dan 4:32; Ro 13:1). Incluso los hechos conectados con la muerte de Cristo fueron conforme a la voluntad de Dios. La iglesia de Jerusalén creía esto, porque en su oración dijeron: «En efecto, en esta ciudad se reunieron Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y con el pueblo de Israel, contra tu santo siervo Jesús, a quien ungiste para hacer lo que de antemano tu poder y tu voluntad habían determinado que sucediera» (Hch 4:27–28). Esto implica que la voluntad Dios predestinó que ocurrieran no solo el hecho de la muerte de Jesús, sino todos los acontecimientos conectados con ella.

Santiago nos anima a entender que todos los acontecimientos de nuestra vida están sujetos a la voluntad de Dios. A los que dicen: «Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y ganaremos», Santiago les dice: «No sabéis lo que será mañana.… En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello» (Stg 4:13–15). A veces es la voluntad de Dios que los creyentes sufran, como se ve en 1 Pedro 3:17, por ejemplo: «Si es la voluntad de Dios, es preferible sufrir por hacer el bien que por hacer el mal». Sin embargo, atribuir todos los acontecimientos, incluso los malos, a la voluntad de Dios, a menudo produce malos entendidos y dificultades para los cristianos. Algunas de las dificultades conectadas con este tema se tratarán aquí y otras las veremos en el capítulo 9 sobre la providencia de Dios.

b. Distinciones en aspectos de la voluntad de Dios. Voluntad secreta y voluntad revelada: A veces se hacen distinciones entre diferentes aspectos de la voluntad de Dios. Tal como nosotros podemos escoger algo lo mismo anhelante que renuentemente, alegremente o lamentándolo, secretamente o en público, también Dios, en la infinita grandeza de su personalidad, puede escoger o querer diferentes cosas de diferentes maneras.

Una distinción útil que se aplica a los diferentes aspectos de la voluntad de Dios es la distinción entre la voluntad secreta de Dios y su voluntad revelada. Incluso en nuestra propia experiencia sabemos que somos capaces de querer algunas cosas en secreto y luego más adelante dar a conocer esta voluntad a otros. A veces les decimos a otros lo que queremos antes de que tenga lugar, y en otras ocasiones no revelamos nuestro secreto sino hasta que el asunto en cuestión ha sucedido.

Es cierto que una distinción entre varios aspectos de la voluntad de Dios es evidente en muchos pasajes bíblicos. Según Moisés: «Lo secreto le pertenece al Señor nuestro Dios, pero lo revelado nos pertenece a nosotros y a nuestros hijos para siempre, para que obedezcamos todas las palabras de esta ley» (Dt 29:29). Las cosas que Dios ha revelado nos son dadas con el propósito de que obedezcamos la voluntad de Dios «para que obedezcamos todas las palabras de esta ley». Sin embargo, había muchos otros aspectos de su plan que no les había revelado: muchos detalles de hechos futuros, detalles específicos de la adversidad o bendición en sus vidas, y cosas por el estilo. Con respecto a estos asuntos, simplemente debían confiar en él.

Debido a que la voluntad revelada de Dios por lo general contiene sus mandamientos o «preceptos» para nuestra conducta moral, a la voluntad revelada de Dios a veces se le llama la voluntad de precepto o voluntad de mando. Esta voluntad revelada de Dios es la voluntad declarada de Dios respecto a lo que debemos hacer o lo que Dios nos ordena hacer.

Por otro lado, la voluntad secreta de Dios por lo general también incluye sus decretos ocultos por los que gobierna el universo y determina lo que sucede. Ordinariamente no nos revela estos decretos (excepto en profecías sobre el futuro), así que estos propósitos o planes son realmente la voluntad «secreta» de Dios. No hallamos lo que Dios se ha propuesto secretamente sino hasta que lo que quería que sucediera sucede. Debido a que esta voluntad secreta de Dios tiene que ver con su manera de decretar los acontecimientos del mundo, a este aspecto de la voluntad de Dios a veces se le llama la voluntad de decretar de Dios.

Hay varias instancias en las que la Biblia menciona la voluntad revelada de Dios. En el Padrenuestro la petición «hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo» (Mt 6:10) es una oración en que se pide que la gente obedezca la voluntad revelada de Dios, sus mandamientos, en la tierra tal como se hace en el cielo (es decir, total y completamente). Esta no pudiera ser una oración de que se cumpla la voluntad secreta de Dios (o sea, sus decretos en cuanto a cosas que ha planeado), porque lo que Dios ha decretado es un secreto que con certeza sucederá. Pedirle a Dios que haga que se realice lo que él ha decretado que va a suceder sería simplemente orar: «Que lo que va a suceder suceda». Esa sería una oración en verdad hueca, porque no pediría nada. Es más, puesto que no sabemos la voluntad secreta de Dios respecto al futuro, la persona que eleva una oración porque se haga la voluntad secreta de Dios nunca sabría por qué está orando. Sería una oración sin contenido entendible y sin efecto. Más bien, la oración «hágase tu voluntad» se debe entender como una apelación a que se siga en la tierra la voluntad revelada de Dios.

Por otro lado, muchos pasajes hablan de la voluntad secreta de Dios. Cuando Santiago nos dice que digamos: «Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello» (Stg. 4:15), no puede estar hablando de la voluntad revelada de Dios ni de su voluntad de precepto, porque con respecto a muchas de nuestras acciones sabemos que es de acuerdo al mandamiento de Dios que hagamos una u otra actividad que hemos planeado. Más bien, confiar en la voluntad secreta de Dios supera el orgullo y expresa humilde dependencia en el control soberano de Dios sobre los sucesos de nuestra vida.

Otro ejemplo hallamos en Génesis 50:20. José le dice a sus hermanos: «Es verdad que ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bienpara lograr lo que hoy estamos viendo: salvar la vida de mucha gente». Aquí la voluntad revelada de Dios a los hermanos de José era que debían amarle y no robarle, venderle como esclavo ni planear asesinarlo. Pero la voluntad secreta de Dios fue que en la desobediencia de los hermanos de José se hiciera un mayor bien cuando José, habiendo sido vendido como esclavo a Egipto, adquiriera autoridad sobre aquel país y pudiera salvar a su familia.

Revelar a algunos las buenas nuevas del evangelio y ocultarlas a otros es algo conforme a la voluntad de Dios. Jesús dice: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los que son como niños. Sí, Padre, porque esa fue tu buena voluntad» (Mt 11:25–26). Esto, de nuevo, debe referirse a la voluntad secreta de Dios, porque su voluntad revelada es que todos se salven. En verdad, solamente dos versículos más adelante Jesús ordena a todos: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso» (Mt 11:28). Y Pablo y Pedro nos dicen que Dios quiere que todos los hombres sean salvos (vea 1 Ti 2:4 y 2 P 3:9). Por tanto, el hecho de que algunos no serán salvos y para algunos el evangelio seguirá oculto se debe entender como algo que está de acuerdo con la voluntad secreta de Dios, desconocida para nosotros y que es inapropiado que tratemos de fisgonearla.

Hay peligro en atribuir sucesos malos a la voluntad de Dios, aunque a veces vemos que la Biblia habla de ellos de esta manera. Un peligro es que podemos empezar a pensar que Dios encuentra placer en el mal, lo que no es cierto (vea Ez 33:11: «Tan cierto como que yo vivo—afirma el Señor omnipotente—, que no me alegro con la muerte del malvado, sino con que se convierta de su mala conducta y viva»), aunque él puede usar el mal para sus buenos propósitos (como lo hizo en la vida de José y en la muerte de Cristo).3 Otro peligro es que podemos empezar a culpar a Dios por el pecado, en vez de a nosotros mismos, o pensar que nos tenemos la culpa de nuestras maldades. La Biblia, sin embargo, no vacila en unir afirmaciones de la voluntad soberana de Dios con afirmaciones de la responsabilidad del hombre por el mal. Pedro pudo decir en la misma frase que Jesús fue «entregado según el determinado propósito y el previo conocimiento de Dios» y también que «por medio de gente malvada, ustedes lo mataron, clavándolo en la cruz» (Hch 2:23). La voluntad secreta de Dios de decretar y la maldad deliberada de la «gente malvada» se reiteran en la misma declaración. Como quiera que entendamos la forma en que se ejecuta la voluntad secreta de Dios, nunca debemos concluir que implica que somos libres de culpa en cuanto al mal, ni que se puede culpar a Dios por el pecado. La Biblia nunca habla de esa manera, y tampoco debemos hacerlo nosotros, aun cuando esto continúe siendo un misterio para nosotros en esta edad.

También consideraremos la libertad de Dios como parte de la voluntad de Dios, pero se pudiera considerar como un atributo separado. La libertad de Dios es ese atributo de Dios mediante el cual hace lo que quiere. Esta definición implica que nada en la creación puede impedirle a Dios hacer su voluntad. Dios no está restringido por nada externo, y puede hacer todo lo que quiera hacer. Ninguna persona ni fuerza puede jamás dictarle a Dios lo que debe hacer. Él no está bajo ninguna autoridad ni restricción externa.

La libertad de Dios se menciona en el Salmo 115, en donde se hace un contraste entre su gran poder y la debilidad de los ídolos: «Nuestro Dios está en los cielos y puede hacer lo que le parezca» (Sal 115:3). Los gobernantes humanos no pueden ponerse contra Dios y oponerse efectivamente contra su voluntad, porque «en las manos del Señor el corazón del rey es como un río: sigue el curso que el Señor le ha trazado» (Pr 21:1). De manera similar, Nabucodonosor aprende en su arrepentimiento que es verdad decir de Dios: «Dios hace lo que quiere con los poderes celestiales y con los pueblos de la tierra» (Dn 4:35). Nosotros imitamos la libertad de Dios cuando ejercemos nuestra voluntad y tomamos decisiones, una capacidad esencial de la naturaleza humana de la que a menudo se abusa debido al pecado.

Puesto que Dios es libre, no debemos tratar de buscar otra explicación definitiva a las acciones de Dios en la creación que el hecho de que él quiso hacer algo y que su voluntad tiene perfecta libertad (en tanto y en cuanto las acciones que hace concuerdan con su propio carácter moral). A veces algunos tratan de descubrir la razón por la que Dios ha hecho algo (tal como crear el mundo o salvarnos). Es mejor limitarnos a decir que en definitiva fue en su voluntad libre (obrando en armonía con su carácter) que Dios creó el mundo, salvó a los pecadores y con ello se glorificó.

13. Omnipotencia (o poder, incluyendo soberanía). La omnipotencia de Dios quiere decir que Dios puede hacer toda su santa voluntad. La palabraomnipotencia se deriva de dos palabras latinas: omni que quiere decir «todo», y potens, que quiere decir «poderoso», y significa «todopoderoso». No hay límites al poder de Dios para hacer lo que decide hacer.

Este poder se menciona con frecuencia en la Biblia. La pregunta retórica: «¿Acaso hay algo imposible para el Señor?» (Gn 18:14; Jer 32:27) por cierto implica (en el contexto en que aparece) que nada es demasiado difícil para el Señor. Jeremías le dice a Dios: «Para ti no hay nada imposible» (Jer 32:17). En el Nuevo Testamento Jesús dice: «Para Dios todo es posible» (Mt 19:26); y Pablo dice que Dios «puede hacer muchísimo más que todo lo que podamos imaginarnos o pedir» (Ef 3:20; cf. Lc 1:37; 2 Co 6:18; Ap 1:8). En verdad, el firme testimonio de las Escrituras es que el poder de Dios es infinito.

Hay, sin embargo, algunas cosas que Dios no puede hacer. Dios no puede querer ni hacer nada contrario a su carácter. Por eso la definición de omnipotencia se da en términos de la capacidad de Dios para hacer «su santa voluntad». No se trata de todo lo que Dios es capaz de hacer, sino de todo lo que es congruente con su carácter. Por ejemplo, Dios no puede mentir (Tit 1:2), no puede ser tentado por el mal (Stg 1:13) y no puede negarse a sí mismo (2 Ti 2:13). Aunque el poder de Dios es infinito, el uso de ese poder queda calificado por sus otros atributos (tal como todos los atributos de Dios califican todas sus acciones). Esto es, por consiguiente, otro caso en donde resultaría un malentendido si se aislara un atributo del resto del carácter de Dios y se martillara de una manera desproporcionada.

Al concluir nuestra consideración de los atributos de propósito de Dios, es apropiado comprender que él nos ha hecho de tal manera que mostramos en nuestra vida algún reflejo tenue de cada uno de estos atributos. Dios nos ha hecho como criaturas con voluntad, y ejercemos nuestra capacidad de tomar decisiones reales respecto a lo que nos sucede en la vida. Por supuesto, no tenemos poder infinito u omnipotencia, pero Dios nos ha dado el poder de producir resultados, tanto poder físico como de otras clases de poder: poder mental, poder espiritual, poder de persuasión y poder en varias clases de estructuras de autoridad: familia, iglesia, gobierno civil, etc. En todos estos aspectos el uso de poder de maneras que agradan a Dios y armonizan con su voluntad es algo que le da gloria pues reflejan su carácter.

E. «Resumen» de atributos

14.     Perfección. La perfección de Dios quiere decir que Dios posee por completo todas las cualidades de excelencia y no le falta ninguna parte de ninguna cualidad que sería deseable para él. Es posible incluir estos atributos en la descripción de los otros atributos. Sin embargo, hay pasajes que nos dicen que Dios es «perfecto» o «completo». Por ejemplo, Jesús nos dice: «Por tanto, sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto» (Mt 5:48; cf. Dt 32:4; Sal 18:30). Parece apropiado entonces indicar de manera explícita que Dios posee completamente todos los atributos excelentes y no le falta nada en su excelencia.

15. Bendición. Ser «bendito» es ser dichoso en un sentido muy pleno y rico. La Biblia a menudo habla de la bienaventuranza de los que andan en los caminos del Señor. En 1 Timoteo Pablo llama a Dios «único y bendito Soberano» (1 Ti 6:15) y habla del «glorioso evangelio que el Dios bendito me ha confiado» (1 Ti 1:11). En ambos casos la palabra no es eulógetos (que a menudo se traduce «bendito»), sino makarios («feliz»).

Así pues, la bendición que tiene Dios se puede definir como sigue: La bendición de Dios quiere decir que Dios se deleita plenamente en sí mismo y en todo lo que refleja su carácter. En esta definición la idea de la felicidad o dicha de Dios está conectada directamente con su propia persona como foco de todo lo que es digno de gozo o deleite. Esta definición indica que Dios es perfectamente feliz, que tiene plenitud de gozo en sí mismo.

La definición también refleja el hecho de que Dios se complace en todo lo de su creación que refleja su propia excelencia. Cuando terminó su obra creadora miró todo lo que había hecho y vio que era «muy bueno» (Gn 1:31). Esto indica el deleite de Dios en su creación y su aprobación de ella. Luego en Isaías leemos una promesa del regocijo futuro de Dios en su pueblo: «Como un novio que se regocija por su novia, así tu Dios se regocijará por ti» (Is 62:5; cf. Pr 8:30–31; Sof 3:17).

Nosotros somos benditos como Dios cuando hallamos deleite y dicha en todo lo que agrada a Dios, tanto en los aspectos de nuestra vida que agradan a Dios como en las obras de otros. Es más, cuando estamos agradecidos y nos deleitamos por la manera específica en que Dios nos ha creado como individuos, también somos benditos. Somos benditos como Dios al regocijarnos en la creación conforme ella refleja varios aspectos del excelente carácter divino. Hallamos nuestra mayor bienaventuranza, nuestra mayor felicidad, al deleitarnos en la fuente de todas las buenas cualidades, que es Dios mismo.

16. Belleza. La belleza de Dios es ese atributo de Dios por el cual él es la suma de todas las cualidades deseables. Este atributo de Dios se relaciona especialmente con la perfección de Dios. «Perfección» quiere decir que a Dios no le falta nada deseable; «belleza» quiere decir que Dios tiene todo lo deseable. Estas son dos maneras diferentes de afirmar la misma verdad.

No obstante, tiene valor el afirmar que Dios posee todo lo que es deseable. Nos recuerda que todos nuestros deseos buenos y justos, todos los deseos que realmente deben estar en nosotros o en cualquier otra criatura, hallan su suprema realización en Dios y en nadie más.

En el Salmo 27:4 David habla de la belleza del Señor:

Una sola cosa le pido al Señor,

y es lo único que persigo:

habitar en la casa del Señor

todos los días de mi vida,

para contemplar la hermosura del Señor

y recrearme en su templo.

Una idea similar se expresa en otro salmo: «¿A quién tengo en el cielo sino a ti? Si estoy contigo, ya nada quiero en la tierra» (Sal 73:25). En ambos casos el salmista reconoce que su deseo de Dios, quien es la suma de todo lo deseable, supera con mucho todos los demás deseos.

 LECTURA BÍBLICA PARA MEMORIZAR

 Éxodo 34:5–7

El Señor descendió en la nube y se puso junto a Moisés. Luego le dio a conocer su nombre: pasando delante de él, proclamó: El Señor, elSeñor, Dios clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor y fidelidad, que mantiene su amor hasta mil generaciones después, y que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado; pero que no deja sin castigo al culpable, sino que castiga la maldad de los padres en los hijos y en los nietos, hasta la tercera y la cuarta generación.

 

1 Esta lista es bastante completa pero no cubre todo lo que se dice en la Biblia respecto al carácter de Dios. Debido a que la excelencia de Dios es tan rica y plena, se pudieran mencionar otros atributos aparte de los indicados, y algunos de estos se pudieran subdividir en otros atributos específicos.

2 Es apropiado en este respecto que nosotros «aborrezcamos el pecado pero amemos al pecador», como dice el dicho popular.

3 Vea el cap. 8 para más explicación.

Grudem, W. (2005). Doctrina Bíblica: Enseñanzas esenciales de la fe cristiana (85). Miami, FL: Editorial Vida.

 

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