El Rechazo del regalo de Dios en época de necesidad.

Mateo 13:53–16:12

Desde aquí hasta el capítulo 18 hallamos a Jesús preparando a los discípulos para edificar su iglesia, los capacita diciéndoles lo que deben decir y hacer, demostrándoles esas cosas en el comportamiento de su propio ministerio. Cuando llegó a Nazaret, el pueblo donde creció, Jesús fue a la sinagoga local para enseñar a la gente, el resultado: quedan atónitos (7:28, 29). Los líderes del pueblo aprovecharon cada oportunidad para negar Su mensaje. No les interesaba averiguar la verdad. A pesar de la demostración clara que Jesús era El Mesías, le rechazaron y empezaron a luchar contra Su mensaje. Después de describir la confrontación inicial que anticipó la oposición posterior, y que les advirtió en cuanto a las consecuencias del rechazo de su Mesías, Mateo señala cómo la oposición empezó a crecer (13:53–18:35). En una visita previa a Nazaret, el populacho había rechazado su enseñanza e intentaron arrojarlo por un despeñadero (Lucas 4:16–29).

I. Despreciaron a la persona que les ofrecía el regalo de parte de Dios. Cómo expresaron el desprecio que sentían hacia Él: Les enseñaba en la sinagoga de ellos, de tal manera que se quedaban asombrados; no maravillados de sus divinas enseñanzas, sino asombrados de que se atreviera a enseñar en público. Dos cosas le echaban en cara:

1. Le despreciaron por su falta de educación académica. No podían menos de reconocer que era sabio para enseñar y poderoso para obrar milagros, pero la pregunta era: ¿De dónde le viene todo esto? (v. 56). Nótese cómo las personas viles, llenas de celos y prejuicios, están siempre prestas a juzgar a otros, no por su sabiduría, sino por sus títulos académicos, no por sus razones, sino por su alcurnia y posición social: ¿De dónde tiene este esta sabiduría y estos prodigios? (v. 54). Si no hubiesen estado voluntariamente ciegos, habrían inferido que, al dar tan extraordinarias pruebas de sabiduría y de poder, sin la ayuda de una educación académica, había sido dotado y comisionado por Dios para ello. En cuanto a los milagros, habían tenido oportunidad de saber de ellos, porque muchos de ellos habían sido hechos en Galilea (4:23–25; cap. 8; cap. 9; 11:4, 5, 20–23).

2. Le depreciaron por su baja condición social de su parentela (vv. 55–56). Le echan en cara el oficio de su padre legal: ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿Y qué tenía eso de deshonroso? No tenía por qué avergonzarse de ser hijo de un honrado artesano. Este carpintero era de la casa de David (Lucas 1:27), hijo de David (1:20), aunque carpintero, era de noble linaje. Aquellos espíritus sórdidos no tenían ninguna consideración con la rama o raíz familiar ni siquiera con la vara del tronco de Isaí (Isaías 11:1), a no ser que fuese la rama más alta. Le echaban también en cara la condición modesta de su madre: ¿No se llama su madre María? Sí, es cierto que era un nombre bastante común, y todos sabían que era una mujer modesta y humilde (Lucas 1:48) pero esto no era ningún desdoro, pues los seres humanos no se miden por sus títulos espléndidos, ni por su exterior pomposo, sino por la santidad de su vida y la nobleza de su carácter. También le echaban en cara la condición de sus hermanos y hermanas, cuyos nombres conocían bien y, por su condición modesta, los despreciaban y a Jesús también por tener tales familiares. Naturalmente, conocen muy bien a María, y conocen a los hermanos de Jesús Jacobo, José, Simón y Judas que vivían con él en el hogar paterno. En cuanto a las hermanas, posiblemente casadas, todavía viven aquí en Nazaret con sus maridos. Ya ha sido contestada la pregunta: “¿Eran estos hermanos y hermanas de Jesús en el sentido de que había venido a una misma matriz?”.

Y se escandalizaban de Él, cuando debían apreciarle más y estar orgullosos de Él, por ser paisano de ellos y poseer tales cualidades. La familia de Jesús y los vecinos en Nazaret no lo entendieron y no aceptaron su ministerio (12:46–50; Juan 7:5). Solamente después de su muerte y resurrección, sus hermanos creyeron en él.

II. Cual fue el resultado de ese desprecio en la persona de Cristo (vv. 57–58). Jesús era más sabio de lo que hubiera sido un sabio del lugar, y ellos lo reconocen, pero simplemente cuestionan la fuente de esa sabiduría y de sus poderes milagrosos. La gente de Nazaret fue incrédula, por eso el Señor los privó de muchos milagros. Aunque el poder de Dios es libre y soberano para usarlo como Él quiere, hay casos en que la respuesta de ese poder depende de la fe con que se espera esa respuesta (Mateo 9:27–30). Así los nazarenos perdieron la bendición divina. Sucedió ayer, y sigue sucediendo hoy en muchos individuos, familias y pueblos. Por incredulidad pierden la salvación y las bendiciones resultantes de recibir este regalo que Cristo nos da.

1. Cristo no se perturbó su corazón. Con toda mansedumbre, aplicó el proverbio (Marcos 6:4) No hay profeta sin honra, sino en su propia tierra y en su casa (Juan 7:5). Es una observación general, no una verdad absoluta sin excepción, pero en este caso describe muy bien la situación. Los verdaderos profetas y los hombres de Dios habrían de tener el honor que les corresponde. Sin embargo, no es corriente que sean tenidos en gran aprecio entre sus paisanos, a no ser que de ellos esperen grandes apoyos. La familiaridad procrea desprecio, y la envidia misma hace que se tienda a destacar los aspectos débiles de la persona menospreciada. Las gentes se escandalizaban de él (57) tropezaban en el hecho de que lo habían conocido muy bien como muchacho. Esta reacción indica que Jesús vivió una vida normal hasta la edad de 30 años y que durante ese lapso no realizó ningún milagro. También cuando “se escandalizaban” de Jesús, consideraban que era un profeta falso peligroso. Lucas informa que la gente se volvió violenta; intentaron arrojar a Jesús por una cuesta muy pronunciada en el costado oriental de la colina en la que se encontraba la villa.

2. Cristo disminuyo el trabajo de sus manos. La incredulidad es el gran obstáculo que obstruye los canales de la divina gracia, como pasó aquí con los milagros de Cristo. De lo cual podemos deducir que, si no se producen en nosotros efectos poderosos, no es por falta de poder en la gracia de Cristo, sino por falta de fe en nosotros. Por la injustificable incredulidad de la gente de Nazaret, Jesús se abstuvo de hacer muchos milagros allí. Por otra parte, sería necio negar que la fe impartida divinamente era de gran ayuda (Mateo 8:10; 9:22, 28, 29; Marcos 9:23), y que una incredulidad testaruda no era un impedimento importante.

III. Cristo nos muestra su misericordia ofreciéndonos su regalo en múltiples oportunidades. Cristo no vuelve la espalda para siempre a quienes le rechazan una vez, sino que repite sus ofertas a quienes le han rechazado muchas veces. Tenía un afecto especial divino y humano, a su propia patria (Juan 1:11). La sabiduría misma que aquí había revelado y las obras portentosas de las que constantemente se estaba sabiendo debieran haber convencido a estos nazarenos que Jesús era ciertamente lo que pretendía ser, por medio del cumplimiento de las profecías mesiánicas (Lucas 4:17–21), pero su mezquindad y probable envidia les impidieron reconocer la verdad.

  1. Cristo les hablo que él era el regalo perfecto de Dios. El principal de la sinagoga estaba a cargo de los oficios religiosos, pero a otros hombres normalmente se les daba la oportunidad de leer y explicar las Escrituras en los oficios. Todo lo que hacían era levantarse y pedir la palabra. El evangelio de Lucas menciona este incidente: Lucas dice que Jesús leyó el rollo del profeta Isaías 61:1, 2 y que se aplicó esas palabras a sí mismo. Eso ayuda a aclarar por qué la gente estaba asombrada con su enseñanza.
  2. Cristo les hablo de lo que incluía su regalo. El asombro se combinó con el escepticismo y hasta con hostilidad. No podían negar que Jesús habló con profunda sabiduría, ni podían explicar sus obras poderosas. No obstante, rechazaban obstinadamente las afirmaciones de Jesús. Así es con frecuencia la incredulidad; es irracional e ilógica, por eso no se puede vencer usando sólo la razón o la lógica para demostrar que la palabra de Dios es verdad. La razón y la lógica pueden ser por completo convincentes en otros asuntos, pero las verdades espirituales requieren discernimiento espiritual y eso viene sólo del Espíritu Santo. Quienes obstinadamente resisten al Espíritu Santo y rechazan la verdad de Dios piensan que muestran una sabiduría superior. Pero la Escritura dice que el ateo es necio, y eso se puede demostrar sobre la base de la razón humana, ya que la evidencia de la existencia de Dios es abrumadora en los cielos y en la tierra. Por eso muchos sabios y letrados de nuestra generación no han progresado más allá del nivel de los incrédulos obstinados e ignorantes de Nazaret.

Conclusión. En este final de capitulo Jesús termino de explicar las verdades del reino de los cielos por medio de parábolas, y vemos que ahora habla en lenguaje que todos podían entender. Y aunque no sabemos lo que Jesús decía, los oyentes “se maravillaban” y “se escandalizaban de él”, demostrando la dureza de su corazón. Veamos en esta porción una melancólica página de la naturaleza humana desplegada ante nuestros ojos. Todos tenemos una tendencia a despreciar las muestras de misericordia, si estamos acostumbrados a ellas y las tenemos en poco. Las biblias y los libros religiosos, tan abundantes en nuestro país; los medios de gracia, de los que se nos ha provisto tan generosamente; la predicación del Evangelio, que escuchamos cada semana; todas estas cosas son propensas a ser subestimadas. La gente olvida que la Verdad es la Verdad, al margen de lo vieja y “trillada” que suene, y la desprecian por ser muy antigua. Y muchos buscan en las nuevas ideologías y formas de vida el resguardo que solo puede ser hallado en el regalo que nos ofrece Cristo.

El capítulo acaba con las temibles palabras: “No hizo allí muchos milagros, a causa de la incredulidad de ellos”. Podemos ver en esta pequeña frase el secreto de la ruina eterna de multitudes de almas. Perecen para siempre porque no quieren creer. No hay ninguna otra cosa, ni en la Tierra ni en el Cielo, que les impida ser salvos; todos sus pecados, por muchos que sean, se les pueden perdonar; el amor del Padre está preparado para recibirlos; la sangre de Cristo está preparada para limpiarlos; el poder del Espíritu está preparado para renovarlos. Pero se alza en el medio una gran barrera: no quieren creer. No queréis venir a mí dice Jesús para que tengáis vida” (Juan 5:40). Hay tres grandes enemigos contra los que los hijos de Dios deberían orar a diario: el orgullo, la mundanalidad y la incredulidad. De ellos, el mayor es la incredulidad. Hoy nuestro mundo adolece de incredulidad. Pareciera que ha sido infectado en su mente y en su corazón de este terrible mal. Tiene oídos, pero no oyen, ojos pero no ven. Y lo único que puede sanarles es la palabra de Dios. Oremos en nuestros hogares para que Dios tenga misericordia de este mundo lleno de incredulidad y les sane por medio de su Palabra. Y puedan recibir con alegría y gozo este regalo que Dios nos ofrece por medio de Cristo Jesús, Señor y Salvador nuestro. Oremos.

5 de marzo del 2020, Ajijic, Jalisco, Mexico.

Misión Cristiana Bautista Agua Viva.

Ibrahim Mauricio Mateo Cruz

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