La necesidad en las multitudes: una oportunidad para ejercitarnos en la compasión.

Mateo 14:13–21

El Maestro ve una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, sanó a los enfermos. El término compasión es la traducción de un verbo griego, esplagcnízomai 4697 significa literalmente un fuerte retorcimiento de los intestinos, o sea un fuerte dolor en la región estomacal; significa literalmente conmoverse en lo profundo, en los intestinos o vísceras que era lugar en que los antiguos consideraban estaba el asiento de las emociones. Jesús se conmovió por el sufrimiento, confusión, desesperación y estado espiritual de quienes lo rodeaban. El Señor, entonces, decidió posponer su propio descanso que era su tiempo a solas con los discípulos y con el Padre con el fin de ayudar y satisfacer las necesidades de quienes sufrían, estos eran como ovejas lastimadas por brutal trasquila: destrozadas, exhaustas y perdidas. Dos veces más vemos que tuvo compasión al contemplar a la multitud con hambre y sin comida (Mateo 14:14; 15:32). Los dos ciegos (Mateo 20:34) y el leproso (Marcos 1:41) también despertaron su compasión, igualmente la viuda de Naín (Lucas 7:13). La vista de una gran multitud necesitada mueve justamente a compasión, y nadie aventaja a Cristo en esta compasión por los hombres.

Jesús sentía compasión por los que tenían necesidad de instrucción en cuanto al reino y por los enfermos. Su compasión siempre le llevó a tomar medidas para satisfacer las necesidades espirituales y físicas.Realmente es difícil distinguir con claridad entre las obras y las enseñanzas de Jesús. Jesús usó esta expresión en tres de sus parábolas: 1. El rey tuvo compasión de su siervo en bancarrota (Mateo 18:21–35). 2. El samaritano tuvo compasión del judío víctima (Lucas 10:25–37). 3. El padre tuvo compasión del hijo descarriado (Lucas 15:20). Si nuestro Padre celestial tiene tal compasión por nosotros, ¿no deberíamos nosotros tener compasión los unos de los otros? Por alguna razón, nunca es el lugar apropiado o la hora apropiada para que Dios obre. Jesús observó a sus frustrados discípulos tratando de resolver el problema, pero él sabía lo que había de hacer (Juan 6:6). Quería enseñarles una lección sobre la fe y la entrega. Jesús aprovecha la ocasión para enseñarles a los discípulos cuatro lecciones con este evento, del cual podemos aprender hoy igualmente que sus discípulos aquel día:

I. El Hecho: Hay una multitud hambrienta, necesitada, confundida, extraviada, destrozada y desesperada (v. 15) Los discípulos recomiendan despedir a la multitud. Cristo nos dice empieza con lo que tienes. Andrés halló a un muchacho que tenía su merienda y trajo al muchacho a Jesús. ¿Estuvo el muchacho dispuesto a entregar su merienda? Sí, lo estuvo. Dios empieza donde estamos y usa lo que tenemos. El Maestro les encargó explícitamente la tarea de alimentar a los hambrientos: quería que reconocieran su falta e insuficiencia ante la necesidad de la gente.

Este milagro es una prueba irrefutable del poder divino de nuestro Señor. Saciar el hambre de más de 5000 personas con tan poca comida sería obviamente imposible sin multiplicarla de manera sobrenatural. Era algo que ningún mago, ni ningún impostor ni ningún falso profeta habría intentado hacer jamás. Sabría muy bien que no podría convencer a tantos hombres, mujeres y niños de que estaban saciados cuando en realidad tenían hambre: se descubriría que es un tramposo y un impostor inmediatamente. Sin embargo, ese es el prodigio que efectuó nuestro Señor, y al hacerlo dio una prueba concluyente de que Él era Dios. Hizo existir lo que antes no existía: proveyó comida material, tangible, visible, para más de 5000 personas, con una provisión que no habría saciado ni a cincuenta. Verdaderamente seríamos ciegos si no viéramos en esto la mano de Aquel que “da alimento a todo ser viviente” (Salmo 136:25) y creó el mundo y todo lo que hay en él. Crear es una prerrogativa de Dios solamente.

a. Jesús quiere que sus seguidores no sean tan prontos a rechazar las responsabilidades. Muchas veces mostraron disposición para hacer exactamente esto, y decir: Despide a la multitud (aquí en 14:15); Despídela (a la mujer sirofenicia, 15:23). Aun reprendieron a los padres que trajeron sus hijitos a Jesús para que los bendijese (19:13, Lucas 9:49, 50). No molestes al Maestro ni nos molestes a nosotros, parecía ser con frecuencia el lema de ellos. A la luz de esta evidencia podemos decir que Jesús quiere recordar a estos hombres que no es solución el querer simplemente deshacerse de la gente necesitada. Ciertamente no es el modo divino de hacer las cosas (Mateo 5:43–48; 11:25–30; Lucas 6:27–38; Juan 3:16).

b. Jesús quiere que sus seguidores pidan, busquen y llamen (Mateo 7:7, 8); en otras palabras, que pidan la promesa de Dios para ellos mismos, y que acudan a quien puede suplir en toda necesidad. Si buscamos primero el reino de Dios (6:33), y hacemos de ello nuestra preocupación primordial, bien podemos depender de Él en cuanto a las demás cosas, en la medida que Él cree conveniente para nuestro mayor bien. Aquel que proveyó el vino cuando faltó (Juan 2:1–11), ¿no puede también proveer pan?

c. Jesús quiere que sus seguidores sean el medio en las manos de Dios para proveer para las necesidades espirituales de la gente. Considerando el hecho de que el “pan”, en el sentido que se usa en este relato (v. 17, 19), al mismo tiempo que se refiere al que satisface una necesidad física, también es símbolo de Jesús como el pan de vida (Juan 5:35, 38), ¿no está diciendo también a estos “pescadores de hombres” que deben ser el medio en las manos de Dios para proveer para las necesidades espirituales de la gente? Seamos las manos de Dios en acción.

II. Una realidad: Un Proveedor divino (v. 18) En los inmensos recursos de ese Proveedor estaba todo el pan necesario para satisfacer a aquella multitud. Y sigue siendo cierto que en Jesús están representadas las múltiples provisiones para todas las necesidades del hombre, así los materiales como los espirituales, así las temporales como las eternas.

a. Cristo les encargó explícitamente la tarea de alimentar a los hambrientos: Dadles vosotros de comer (v. 16), quería que aprendiesen que cuando uno entrega lo poco que tiene al Señor, él lo aumenta hasta que sea suficiente para las necesidades. Nunca pide más de lo que tenemos: Da hoy a Jesús lo que tienes, es el mejor administrador que hay, administra el universo y todos los recursos en él. Jesús tomó la sencilla merienda, la bendijo y la repartió. El milagro de la multiplicación estaba en sus manos. “Lo poco es mucho cuando Dios está allí”. Jesús partió el pan y les dio los pedazos a sus discípulos y ellos, a su vez, lo repartieron a las multitudes.

b. Cristo multiplico el alimento milagrosamente. No hay mención de que Jesús pronunciase ninguna palabra para obrar el milagro; no la necesitaba. Tampoco se nos dice de qué forma se iba multiplicando el alimento, pero no cabe duda de que el milagro tuvo su lugar en las manos de Cristo, no en manos de los discípulos. Así también las gracias se incrementan al compartirlas, del mismo modo que la luz y el calor se aumentan en proporción al número de objetos que, al recibirlos, les sirven de combustible. Esta es la razón por la que hay una diferencia esencial entre comunión y participación; en la primera, todos disfrutan de algo que no disminuye con el número de los agraciados; en la segunda, cada uno toma una parte (=parti-cipa), cuyo volumen disminuye a medida que aumenta el número de los participantes; por eso, la comunión es propia de las cosas espirituales, que aumentan en la medida en que se comparten con otros; mientras que la participación es propia de las cosas materiales, que disminuyen y se consumen con el uso.

c. Cristo muestra la compasión por los hombres. Jesús sabía que muchos de entre aquella multitud en realidad ni creían en Él ni le amaban; le seguían porque todo el mundo lo hacía, o por curiosidad, o por algún otro motivo igual de vulgar (Juan 6:26). Pero nuestro Señor tuvo compasión de todos ellos; a todos les alivió su hambre; todos participaron de la comida que se había provisto milagrosamente. Todos se saciaron, y ninguno se marchó con hambre. Consideremos en esto el amor de nuestro Señor Jesucristo por los pecadores. Él es siempre el mismo. Es ahora, como lo fue en otra época, fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad (Éxodo 34:6). No hace con los hombres conforme a sus iniquidades, ni les paga conforme a sus pecados. Aun a sus enemigos los colma de beneficios. Cristo no es como los reyes y magnates de la tierra, que tienen contados los minutos para sus audiencias, sino que, a todo el que se acerca a Él, de ningún modo lo lanza fuera (Juan 6:37, Romanos 2:4). En todo lo que hizo entre los hombres en la Tierra, demostró ser alguien que “se deleita en misericordia” (Miqueas 7:18). Esforcémonos hoy por ser como Él.

III. Una resolución: Obedecer lo que Cristo ordena (v. 19). Reparten el pan después de vencer todas las objeciones humanas sobre el lugar desierto, la escasez de alimentos, la falta de recursos para comprarlos, la conveniencia de despedir a la gente, etc. (Marcos 6:37.) Según el pasaje paralelo de Marcos, hubo un plan de repartición ya que se recostaron por grupos, de ciento en ciento, y de cincuenta en cincuenta (Marcos 6:39–40). Después, según el plan propuesto, entregaron a la multitud el pan multiplicado por el Señor. En el reparto de los alimentos los discípulos sólo fueron intermediarios, y no productores. De la misma manera sucede con el evangelio: no lo producimos, sino que solo lo compartimos. Como siervos del Señor, somos distribuidores, no fabricantes. Si le damos lo que tenemos, él lo bendecirá y nos lo devolverá para que lo usemos para alimentar a otros. Por ello cuando el ordena, nosotros obedecemos, es nuestro deber como siervos aprobados.

El Salvador llama hoy al pueblo para repartir el pan: lo llama para que reparta ese pan con sus esfuerzos, su dinero, su tiempo, con sistema o plan de repartición, con todo lo que esté a nuestro alcance y sea digno del Señor. Y sobre todo nos llama a repartirlo con compasión. Tenemos los recursos espirituales para administrar la salvación: la Palabra de Dios, el Espíritu Santo, la presencia del Señor, y sus promesas que son fieles y verdaderas, pero nos hace falta la compasión de Cristo. Debemos estar convencidos como lo estaba El de que quienes no lo acepten como Salvador personal sufrirán las consecuencias de sus pecados, no sólo en esta tierra, sino también en la eternidad. Eso es terrible y debe inspirarnos tanto a la compasión como a la acción. Este milagro es un símbolo de la suficiencia del Evangelio para suplir lo que necesitan las almas de toda la Humanidad.

a. Que la provisión que Cristo hace para los suyos no es pobre y escatimada, sino rica y abundante; Sólo podemos suponer cuántas mujeres y niños había allí, además de los cinco mil hombres. Desde luego, eso no cambia nada; no hubiera sido un milagro mayor si hubiera habido diez o quince mil personas. Jesús hubiera estado a la altura de la obra. Ésta no es la única ocasión en que el Señor alimentó milagrosamente a su gente. Piense que a los israelitas los alimentó con maná en el desierto durante 40 años, los cuales su número pudo haber sido mucho más de dos millones. Aún hoy, cuando la población del mundo excede siete mil millones, y millones se acuestan cada noche con hambre, el problema no es la providencia de Dios. El hambre y la inanición se deben más bien al mal manejo de los recursos que nuestro misericordioso Dios nos da.

b. Que la abundancia que nos provee Jesús no debe contribuir al derroche, sino a la economía, es decir, una buena administración y mayordomía. Es lamentable que miles y miles de personas arrojen a la basura o arrojen a mascotas lo que bastaría para satisfacer el hambre que mata a millones de personas, sin mencionar otros derroches, igualmente inhumanos; Juan (Juan 6:9) tiene buen cuidado en notar que era un muchacho el que los llevaba, y que los panes eran de cebada, panes baratos y, probablemente, pequeños. No se nos dice si el joven los cedió gratis o se lo pagaron, aunque lo segundo es más probable. Vemos, pues, que no era una comida variada, ni abundante ni delicada; un plato de pescado no tendría ninguna novedad para pescadores y gentes acostumbradas a esta clase de alimento; el pan de cebada era el más común que podía obtenerse; no había vino ni otra bebida fuerte; pero todo ello era muy conveniente desde el punto de vista alimenticio. Esto le bastaba a Cristo para alimentar bien a la gente. Los que tienen poco, verán bendecido y suficiente esto poco que tienen, si saben compartirlo generosamente con los que están urgentemente necesitados (1 Reyes 17:8–16).

c. Que el mismo poder en Cristo da acceso a la abundancia a todos los hombres (Romanos 14:6; 1 Timoteo 4:3). Al dar gracias, Cristo alzó los ojos al cielo, para enseñarnos a alzar, en oración, nuestros ojos hacia arriba, al Padre, de quien desciende toda buena dádiva (Santiago 1:17). Así hemos de tomar todo: como venido de la mano de Dios, y depender de Él para bendición de todo. Cristo les dio de comer a todos, a pesar de que habían de ser muy pocos los que le habían de seguir. Ver multitudes que escuchan la Palabra de Dios es un buen panorama y puede ser una buena señal, pero, al fin y al cabo, la aceptación del Evangelio no se mide por la cantidad de oyentes, sino por el número de sinceras conversiones.

IV. Un resultado: Una multitud satisfecha (v. 20) El Hijo de Dios ministra a las necesidades humanas por medio de sus seguidores. Llama la atención que sólo Mateo menciona que los favorecidos con el reparto de los alimentos eran cinco mil, “sin contar las mujeres y los niños” (v. 21). Tal explicación es consecuente con la cultura judía, que no permitía que niños y mujeres comieran juntamente con los hombres. Probablemente estuvieran cerca, pero en lugar aparte. La multitud hambrienta de alimentos es símbolo de las multitudes que hoy están hambrientas no sólo de pan material sino también de pan espiritual. Hoy hay hambre de verdad, y con ella, hambre de salvación, justicia, paz, gozo, satisfacción espiritual, amor, poder moral para vencer el mal, y hambre de tantas otras cosas que atañen a la felicidad y el bienestar. Nuestro mundo está padeciendo, están extraviadas como ovejas sin pastor.

¿Qué representan estos panes y peces, en apariencia tan incapaces de solucionar la situación, pero gracias a un milagro suficientes para alimentar a 10 000 personas? Son un símbolo de la doctrina de Cristo crucificado por los pecadores, como su Sustituto vicario que expía mediante su muerte el pecado del mundo. Cristo crucificado era “para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura” (1 Corintios 1:23). Y, sin embargo, Cristo crucificado ha sido “el pan de Dios […] que descendió del cielo y da vida al mundo” (Juan 6:33). La historia de la Cruz ha suplido de sobra para las necesidades espirituales de la Humanidad allí donde ha sido predicada. Miles de personas de toda posición social, edad y nación son testigos de que es “poder de Dios, y sabiduría de Dios”. Han comido de ella y se han “saciado”; han hallado que es “verdadera comida y verdadera bebida”.

a. Señala más allá del milagro, señala al Don de Dios. (Marcos 6:52, 8:17–21, Mateo 16:8–11, Juan 6:35, 48). Percibir que el mejor modo de tener alivio y consuelo en situaciones difíciles así como el disfrute legítimo de lo que poseemos, es ponerlo todo a los pies del Señor, para que Él lo tome en sus manos y lo bendiga. Ese es el camino de la verdadera prosperidad, pues si Jesús puede disponer de lo nuestro como a Él le plazca, lo que nos venga de sus manos nos llegará doblemente bendecido.

b. Señala hacia Cristo como el cumplimiento de la profecía del AT. Aquel hacia quien señalan los profetas. ¿Había dado Moisés maná a los israelitas (Éxodo 16:15)? Esto era sólo una sombra de aquel que era “el verdadero pan del cielo” (Juan 6:32). ¿Había Dios usado a Elías para que a la viuda no le quedara vacía la tinaja de harina ni menguara la vasija del aceite (1 Reyes 17:16)? ¿Y recordaba la gente cómo por medio de Eliseo cien hombres fueron alimentados con veinte panes de cebada, de modo que sobró (2 Reyes 4:43, 44)? No es sorprendente que la gente dijera: Este es realmente el profeta que iba a venir al mundo (Juan 6:14; Deuteronomio 18:15–18).

c. Señala que nuestro deber es conservar los resultados. Doce canastas llenas de pedazos de panes y pescados sobraron después que la gente comió cuanto deseaba. Pero recogieron cuidadosamente los pedazos para que no se desperdiciara nada (Marcos 6:43; Juan 6:12). ¿Cuántos pedazos se llevó el muchacho de regreso a su casa? Imaginemos la sorpresa de la madre cuando el niño le contó la historia. Meditemos bien estas cosas, este milagro tuvo lugar en Betsaida justo antes de la pascua (Juan 6:4). El significado de este hecho se dirigía primordialmente a los discípulos. Jesús estaba ilustrando el tipo de ministerio que ellos llevarían a cabo después de su partida. Ellos estarían involucrados en la tarea de alimentar a las personas, pero con comida espiritual. La fuente para su alimentación sería el Señor mismo. Cuando su provisión se agotara, como con el pan y los peces, necesitarían regresar al Señor por más. Él les daría la provisión, pero la tarea de alimentar a otros sería hecha por medio de ellos.

Y Sí, la gente estaba llena de entusiasmo, vemos a la muchedumbre que estuvo dispuesta a recibir el pan físico, pero no quería recibir el Pan de Vida: el Hijo de Dios que había venido del cielo. El milagro de alimentar a los 5.000 en realidad fue un sermón en acción. Jesús es el Pan de Vida y sólo él puede satisfacer el hambre espiritual del corazón del hombre. La tragedia es que el hombre desperdicia su tiempo y dinero en lo que no es pan (Isaías 55:1–7). La gente de hoy comete la misma equivocación.

Conclusión.  Jesús todavía tiene compasión por las multitudes que tienen hambre y todavía le dice a su iglesia: Deles algo de comer. Qué fácil puede ser para nosotros despedir a la gente, presentar excusas, alegar falta de recursos, etc. Jesús nos pide que le demos todo lo que tenemos y que le permitamos que él lo use como lo considere apropiado. Un mundo hambriento está alimentándose con sustitutos vacíos mientras que nosotros no le damos el Pan de Vida. Cuando le damos a Cristo lo que tenemos, nunca perdemos. Siempre terminamos con más bendición que cuando empezamos. Sin embargo hay errores que pueden estorbar una bendición y en vez de aceptar el desafío, la iglesia podía cometer errores como los cometidos por los discípulos el día que debieron alimentar a las cinco mil personas. Estas equivocaciones suelen repetirse en cada ocasión:

  I. Cuando la iglesia es la que decide la agenda sin consultar a su Señor. Rechazan a la gente para liberarse de un problema que los hacía sentirse infructuosos, v. 15.

  II. Cuando la iglesia es la que pone límites a los mandatos del Señor. Arguyen la carencia de recursos para responder a la solicitud, vv. 16, 17.

  III. Cuando la iglesia desecha lo que posee por considerarlo de ínfimo valor. Rechazan que el valor no está en las cosas sino en las personas que se entregan al Señor, vv. 18, 19.

Aprendamos hoy que como instrumentos del Señor nunca hemos de ser impedimentos para que él se proyecte como una gran bendición a los necesitados. Habría que atesorar en nuestras mentes todas las pruebas del poder divino de nuestro Señor. Puede que el hombre inconverso, frío y ortodoxo vea poco de valor en esta historia; pero el verdadero creyente debería conservarla en su memoria, y saber discernir que una multitud en necesidad es una oportunidad que Dios mismo nos da para ejercitarnos en compasión y misericordia.                         

Oremos por ello.

  Amen.                                                                                                     

                19 de abril del 2020, Ajijic, Jalisco, México.

Misión Cristiana Bautista Agua Viva

Ibrahim Mauricio Mateo Cruz