La celebración en la vida de un hombre injusto y en la de un justo.

Mateo 14:1-12

Ahora vemos a Jesús retirándose de las multitudes para pasar tiempo a solas con sus discípulos, (Mateo 14:13; 15:21, 29; 16:13; 17:1–8) Observamos al menos cinco motivos que impulsaban a Jesús a realizar los retiros: (1) obtener descanso físico; (2) estar a solas con los discípulos y la necesidad de preparar a sus discípulos para su futura muerte en la cruz.; (3) desanimar el fanatismo creciente de las multitudes y así evitar una rebelión contra Roma; (4) debido a hostilidad de sus enemigos evitar la oposición creciente de los fariseos; y (5) salir del territorio de Herodes Antipas quien manifestaba hostilidad contra Jesús. Con frecuencia las multitudes siguieron a Jesús y él no podía estar a solas. Ministraba sin ningún egoísmo a las necesidades de la gente a pesar de sus propias necesidades de descanso y soledad.

En medio de esta situación vemos la vida de dos hombres que Mateo pone énfasis para darnos idea de lo que habría de venir, para Mateo, la muerte de Juan era un suceso profético que miraba hacia el futuro cuando Israel rechazaría al Mesías para quien Juan había venido a preparar el camino. Herodes vio la relación entre los dos de una vez, como líder político del pueblo, al matar al mensajero de Dios, Herodes representó de antemano el rechazo de parte de la nación del enviado de Dios. Veremos hoy por medio de la vida de estos dos personajes que tuvieron la oportunidad de escuchar de Cristo en sus vidas y el final de ellas.

I. La vida del hombre injusto. Todos los Herodes tenían sangre edomita en sus venas y como su antepasado Esaú, eran hostiles contra los judíos (Génesis 25:19ss). Practicaban la religión judía cuando les servía para sus planes de adquirir mayor poder o riqueza.

a. La genealogía de un hombre injusto. La familia de los Herodes aparece en los cuatro Evangelios y en el libro de los Hechos y es fácil confundir a los gobernantes de ese nombre. Para poder diferenciarlos ubiquemos que Herodes el Grande mató a los niños de Belén; Herodes Antipas degolló a Juan el Bautista; y Herodes Agripa mató a Jacobo y encarceló a Pedro. Herodes Antipas era uno de los tres hijos de Herodes el Grande: Arquelao, Antipas y Felipe. Entre ellos se dividieron sus dominios. La madre de Antipas era Maltace, una samaritana. La tetrarquía de Antipas abarcaba las provincias de Galilea y Perea, zona donde Jesús pasó la mayor parte de su ministerio.

 Herodes el Grande fundó la dinastía y gobernó desde 37 a. de C. hasta 4 d. de C. No era verdaderamente judío por nacimiento, sino idumeo, descendiente de Esaú. Era … pagano en la práctica y un monstruo de carácter. Tuvo 9 esposas (algunos dicen que 10) y no vaciló en asesinar a sus propios hijos o esposas si se interponían en sus planes. Fue él quien hizo matar a los niños de Belén (Mateo 2:13–18). Herodes Antipas, el Herodes de este capítulo, era hijo del anterior. Su título de “tetrarca” quiere decir que gobernaba sobre una cuarta parte del reino. Gobernó desde 4 a. de C. hasta 39 d. de C. y su gobierno fue engañoso y egoísta. Le encantaba el lujo y tenía gran ambición para llegar a ser un gran gobernante. Herodes Agripa es el que encarceló a Pedro e hizo matar a Jacobo (Hechos 12). Era nieto de Herodes el Grande. Herodes Agripa II fue el que juzgó a Pablo (Hechos 25:13ss). Era hijo de Agripa I.

b. La forma de vida de un hombre injusto. Herodías era la esposa ilegítima de Herodes Antipas. Se trataba de un lamentable lío como sucede con cualquiera de nuestros modernos divorcios. El primer marido de ella seguía vivo, y el matrimonio con una cuñada estaba prohibido a los judíos (Levítico 18:1620:21). Por causa de ella, Herodes Antipas había encarcelado a Juan en Maqueronte.  Este Herodes escuchó la voz de la tentación y se hundió en este terrible pecado. Habíamos oído acerca de Juan cuando estaba en la prisión (4:12; 11:2) y Mateo ahora completa la información. Herodes y Herodía se habían divorciado de sus cónyuges anteriores con el fin de casarse. No sólo fue un casamiento políticamente imprudente, sino que religiosamente era un escándalo, y la condenación en voz alta de Juan habría sido dañina para la reputación de Herodes entre sus súbditos judíos. Juan, por ello, no sólo puso en vergüenza a Herodes (como lo confirma Josefo en su historia), sino que también era una amenaza para su seguridad política.

Intrépidamente Juan el Bautista le advirtió a Herodes y le llamó al arrepentimiento. Juan sabía que el pecado del gobernante sólo contaminaría la tierra y haría más fácil que otros pecaran, y que Dios juzgaría a los pecadores (Malaquías 3:5). Debemos elogiar a Juan por su valor de llamar pecado al pecado y denunciarlo. Israel era la nación del pacto de Dios y los pecados de sus gobernantes (aun cuando éstos fueran incrédulos) acarrearían el castigo de Dios. En lugar de escuchar al siervo de Dios y obedecer la Palabra de Dios, Herodes arrestó a Juan y le echó en la cárcel. Herodías guardaba el rencor contra Juan (Marcos 6:19) e influyó en su esposo. Tramó con su hija adolescente para que ésta ejecutara una danza lasciva durante la fiesta de cumpleaños de Herodes. Herodías sabía que su esposo sucumbiría a los encantos de su hija y le haría alguna promesa precipitada. También sabía que Herodes querría quedar bien ante sus amigos y dignatarios. El complot resultó y Juan el Bautista fue decapitado. Se recuerda a Herodes como un gobernador débil, cuya única preocupación fue su propio placer y posición. No sirvió al pueblo, sino que se servía a sí mismo. Tiene el dudoso honor de ser el hombre que mató al más grande profeta enviado para proclamar la Palabra de Dios.

c. La celebración en la vida del injusto puede conducirle por desastrosos caminos de perdición. El cumpleaños de Antipas fue la ocasión del martirio de Juan, cuando probablemente todos estaban ebrios. En este caso, Herodes estaba siguiendo la costumbre romana. De todos modos tuvo que cumplir su juramento delante de los invitados, o perder el respeto de ellos. Todo lo relacionado con este juramento y esta promesa era un error desde el principio hasta el fin: él fue incitado por un espectáculo indecente; juró algo incierto y prometió lo que no tenía derecho de dar, porque ni siquiera era un verdadero rey. Un juramento que obligue a alguien a cometer un crimen terrible no se puede considerar obligatorio, pero Herodes no estaba muy interesado en lo correcto o incorrecto, estaba dispuesto a dejar que un acto pecaminoso lo condujera a una maldad mayor, pensando que de alguna forma podía escapar de las consecuencias de sus pecados, pero en el tiempo designado por Dios el día del juicio final llegó.

¿Sería la idea de Herodes que Salomé entrase a danzar, o de Herodía, o de Salomé misma? Lo más probable es que fue la idea de Herodía, pues estaba esperando el momento propicio para presionar a su esposo a que matara a Juan. Uno se pregunta también ¿qué clase de mujer estaba formándose en Salomé con el ejemplo de madre que tenía? El terror y el reproche de la conciencia que Herodes, como otros ofensores osados, no pudo quitarse, son prueba y advertencia de un juicio futuro y de su miseria futura. Herodes temía que mandar matar a Juan pudiera levantar una revuelta en el pueblo, lo que éste no hizo; pero nunca temió que pudiera despertar su propia conciencia en su contra, lo que sí ocurrió. Los hombres temen ser colgados por lo que no temen ser condenados. Las épocas de alegría y júbilo carnal son temporadas convenientes para ejecutar malos designios contra el pueblo de Dios. Herodes recompensó profusamente una danza indigna, mientras la prisión y la muerte fueron la recompensa para el hombre de Dios que procuraba salvarle su alma. Pero había una verdadera maldad contra Juan tras su consentimiento o, de lo contrario, Herodes hubiera hallado formas de librarse de su promesa.

II. La vida licenciosa de un hombre injusto. La suposición que Herodes dedujo de lo que oyó: Dijo a sus servidores: Éste es Juan el Bautista; ha resucitado de los muertos (v. 2). Herodes dedujo que al ser Juan resucitado de los muertos, había sido investido de un poder mayor que el que poseía cuando estaba vivo. Respecto a Herodes observemos que:

a. La decepción formaba parte de su diario vivir. Qué decepcionado quedó al ver que no había conseguido lo que pretendía cuando mandó decapitar a Juan. Pensaba que podía desentenderse de un individuo molesto, para continuar en su pecado sin que nadie se lo reprochase; pero, tan pronto como eliminó aquel obstáculo, oyó la fama de Jesús que predicaba la misma doctrina de pureza y dominio propio que Juan predicaba (Hechos 24:35). Antipas y Herodía se comparan con el famoso par en el AT: Acab y Jezabel. Antipas y Acab eran hombres egoístas, débiles y dominados por sus esposas. Antipas, además, era un hombre dominado por temores: (1) Temía a Juan; (2) temía a las multitudes quienes consideraban que Juan era profeta; (3) temía no cumplir su juramento frente a los huéspedes en el banquete; y (4) temía a Herodía. Es mejor ser llevado a Cristo por necesidad y por pérdida que dejar de ir a Él completamente. Los ministros del Evangelio pueden ser silenciados, encarcelados, exiliados y ejecutados, pero la Palabra de Dios no puede ser silenciada. A veces, como el ave Fénix, Dios levanta fieles ministros suyos de las cenizas de otros.

La voz de la conciencia (14:1–2). Cuando Herodes oyó de las maravillosas obras de Jesús, estaba seguro que Juan había resucitado de los muertos. Su conciencia le atormentaba, ni su esposa ni sus amigos podían consolarlo. La voz de la conciencia es poderosa y puede ser la voz de Dios para los que le prestan atención. En lugar de prestar atención a su conciencia, Herodes decidió matar a Jesús así como había matado a Juan. Algunos fariseos (probablemente participando en el complot) le advirtieron a Jesús que Herodes quería matarlo (Lucas 13:31–32). Pero Jesús no se inmutó por el informe.

La voz de Jesús (Lucas 23:6–11). Cuando finalmente conoció a Jesús, Herodes encontró que el Hijo de Dios guardó silencio ante él. Herodes había silenciado la voz de Dios. “… Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones …” (Hebreos 3:7–8).

La voz de la historia. Herodes debería haber sabido que no podía salirse con su pecado. La historia indica que Herodes perdió prestigio y poder. Sus ejércitos fueron derrotados por los árabes y su petición de que lo hicieran rey (acicateado por su esposa) fue rechazada por el emperador Calígula. Herodes fue desterrado a Galia (Francia) y luego a España, en donde murió.

b. La culpabilidad no le abandono más. Qué atemorizado quedó con el remordimiento de su propia conciencia: Al que yo decapité (Marcos 6:10; Lucas 9:9). Una conciencia culpable sugiere los terrores más inverosímiles y como el vértice de un remolino, atrae y reúne todo cuanto está dentro de su radio de acción. Así huye el impío sin que nadie lo persiga (Proverbios 28:1). [Este es el leitmotiv de Crimen y castigo, de Dostoievski.]

c. El pecado endureció su corazón. Qué endurecido quedó en su pecado, a pesar de todo. Aunque siente las punzadas de la conciencia, no por eso se arrepiente de haber decapitado a Juan. Los demonios creen y tiemblan (Santiago 2:19), pero no se arrepienten según Dios (2 Corintios. 7:10).

III. La vida de un hombre justo. En este pasaje tenemos una página del libro de los mártires de Dios: la historia de la muerte de Juan el Bautista. La maldad del rey Herodes, la valiente reprobación por parte de Juan, el consiguiente encarcelamiento del fiel reprensor y las deshonrosas circunstancias de su muerte, se recogen aquí para nuestra enseñanza. “Estimada es a los ojos de Jehová la muerte de sus santos” (Salmo 116:15).

a. La vida de un hombre justo nos sacude la conciencia. El rey Herodes oye hablar de “la fama de Jesús” y le dice a sus siervos: “Este es Juan el Bautista; ha resucitado de los muertos”. Se acordó de su mal proceder con aquel santo hombre y sintió que su corazón se hundía dentro de él. En Lucas 3:19 vemos que Juan lo reprendió no sólo por causa de Herodías, sino también por “todas las maldades que Herodes había hecho.” Su corazón le dijo que había desechado su piadoso consejo y había cometido un asesinato vil y abominable; y su corazón le dijo también que aunque había matado a Juan, había de llegar un día en el que se ajustarían las cuentas. Aún se habrían de encontrar de nuevo Juan el Bautista y él. “Un hombre malvado no necesita más atormentador sobre todo por pecados de sangre que su propio corazón”. Juan no obró milagros, pero uno renacido podría estar controlado por poderes invisibles. Así pensaba Herodes. Una conciencia culpable lo aguijoneó con temores. Es posible que viera ante sí la cabeza de Juan sobre un trinchero. El Rey tiene al Bautista en su cerebro

Hay una conciencia en todos los hombres por naturaleza. Esto no debe olvidarse nunca. Caídos, perdidos y tremendamente perversos como somos cuando nacemos en este mundo, Dios no obstante se ha asegurado de dejar un testigo de sí mismo en nuestro interior. Sin el Espíritu Santo, no es más que un pobre guía ciego: no puede salvar a nadie; no conduce a nadie a Cristo; puede “cauterizarse” y ser pisoteada. Pero el caso es que existe una conciencia en todos los hombres, la cual los acusa o los justifica, y tanto la Escritura como la experiencia lo declaran (Romanos 2:15). La conciencia puede hacer sentirse mal aun a los reyes cuando han rechazado su consejo voluntariamente; puede llenar a los príncipes de este mundo de temor y temblor, como hizo con Félix cuando oyó predicar a Pablo. Les resulta más fácil encarcelar y decapitar al predicador que someterse a su sermón, y en sus corazones acallan la voz de su reprensión. A los testigos de Dios se los puede quitar de en medio, pero muchas veces su testimonio sigue vivo y sigue surtiendo efecto mucho después de su muerte. Los profetas de Dios no viven para siempre, pero sus palabras suelen sobrevivirles a ellos ( 2 Timoteo 2:9; Zacarías 1:5).

HOY Que aquellos hombres insensatos e impíos recuerden esto, y no pequen contra sus conciencias. Que sepan que “sus pecados los alcanzarán”. Puede que se rían y que se lo tomen en broma, y que se burlen de la religión por algún tiempo. Puede que digan: “¿Quién tiene miedo? ¿Dónde está el terrible castigo de nuestro pecado?”. Pueden estar seguros de que están sembrando sufrimiento para sí mismos, y segarán una amarga cosecha tarde o temprano. Su iniquidad los alcanzará un día, y descubrirán, como Herodes, que es “malo y amargo” pecar contra Dios (Jeremías 2:19).

HOY Que los ministros y maestros recuerden que hay una conciencia en los hombres, y sigan trabajando con denuedo. La instrucción no se pierde siempre que parece no dar fruto cuando se imparte; la enseñanza no es siempre en vano, aunque nos parezca que no se le ha prestado atención y se ha perdido y olvidado. Hay una conciencia en los que escuchan los sermones; hay una conciencia en los niños de nuestras escuelas. Muchos sermones y lecciones volverán a levantarse cuando el que los predicó o enseñó esté, como Juan el Bautista, en la tumba. Miles saben que llevamos razón, pero, como Herodes, no se atreven a confesarlo.

b. La vida de un justo no busca su recompensa en este mundo. Si hubo alguna vez un caso de piedad no recompensada en esta vida, es el de Juan el Bautista. Pensemos por un momento en el hombre extraordinario que fue durante su corta carrera, y entonces pensemos en el fin al que llegó. Aquí, el que era el “profeta del Altísimo” y “el más grande de entre los nacidos de mujer”, encarcelado como un malhechor; aquí, cortada su vida por una muerte violenta antes de cumplir 34 años; la “antorcha que ardía”, apagada; el fiel predicador, asesinado por hacer lo que debía; y esto, ¡para satisfacer el odio de una mujer adúltera, y por orden de un tirano caprichoso! Ciertamente aquí tenemos un acontecimiento, si alguna vez hubo uno en este mundo, que podría hacer que un hombre ignorante dijera: “¿Qué aprovecha servir a Dios?”.

Pero estas son la clase de cosas que nos muestran que un día habrá un Juicio. El Dios de los espíritus de toda carne formará al final de los tiempos un tribunal y recompensará a cada uno conforme a sus obras. Está todo escrito en el Libro de Dios. La tierra descubrirá la sangre derramada sobre ella, y no encubrirá ya más a sus muertos (Isaías 26:21). El mundo sabrá que hay un Dios que juzga a la Tierra. Si opresión de pobres y perversión de derecho y de justicia vieres en la provincia, no te maravilles de ello; porque sobre el alto vigila otro más alto, y uno más alto está sobre ellos (Eclesiastés 5:8).

HOY Que los verdaderos cristianos recuerden que lo mejor para ellos aún está por llegar. Que no nos parezca extraño si tenemos sufrimientos en este tiempo presente. Es época de exámenes; aún estamos en aprendizaje. Estamos aprendiendo paciencia, longanimidad, benignidad y mansedumbre; cosas que malamente aprenderíamos si tuviéramos aquí ya nuestra recompensa. Pero hay un período de vacaciones eternas por llegar; esperémoslo con paciencia: lo compensará todo. Esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria (2 Corintios 4:17).

En cuanto a Juan, bien se ha dicho que los siervos de Dios no deben esperar su galardón en este mundo. Y aunque a veces al denunciar a la luz de la Biblia las injusticias de gobernantes y gobernados, en vez de ver resultados positivos los vemos negativos, finalmente habrá recompensa. La siembra fiel nunca es estéril.

c. La vida de un justo nos conmueve y nos anima. Los discípulos de Juan se expusieron al peligro de la ira de Herodes, yendo a retirar el cuerpo de su apreciado maestro. Lo enterraron y fueron a avisar a Jesús de la tragedia. El precursor había completado la misión de preparar el camino para el Mesías. A pesar de un momento de duda, se mantuvo fiel hasta el fin. A los discípulos de Juan se les permitió reclamar el cuerpo y darle decente sepultura. Le dijeron a Jesús acerca de su muerte, y entonces los discípulos de Juan siguieron a Jesús. Después de todo, eso era lo que Juan los había mandado hacer todo el tiempo. Había señalado claramente a Jesús como el Cordero de Dios, el Salvador prometido, y había declarado que Jesús debía crecer mientras él debía disminuir. Así que Juan murió no mucho después de cumplir 33 años, pero su ejemplo y su mensaje todavía viven.

Tal como correspondía después de haber dado una decente sepultura al cuerpo de Juan. Para el Maestro fue un golpe, Él que era el único en saber cuán grande era Juan realmente. La suerte de Juan era una profecía de lo que estaba por delante de Jesús. Podemos imaginarnos cómo fueron recibidos. Pero el pueblo maldijo después de esto al tirano sin darle tregua, y esperaban aquellos juicios de Dios que pronto habían de descender sobre él. Y el tirano vivió, a partir de entonces, inquieto, desgraciado y lleno de aprehensiones. Así terminó la carrera terrenal de este gran siervo de Dios que demostró abnegación, valor y humildad. Que Dios conceda suficiente gracia a sus siervos de hoy para ministrar con esas mismas excelentes virtudes.

Ciertamente que Jesús se conmovió profundamente cuando oyó que Juan había muerto. La nación judía permitió que se matara a Juan porque no hizo nada para ayudarlo. Pero estos mismos líderes pedirían que se matara a Jesús. Jesús no permitiría que los gobernantes judíos se olvidaran del testimonio de Juan (Mateo 21:23ss). Debido a que ellos rechazaron el testimonio de Juan, rechazaron a su propio Mesías y Rey. Al informar a Jesús de la muerte de Juan, los discípulos de Juan mostraron que en Jesús reconocían al verdadero “sucesor” como 11:7–19 ya ha indicado y como lo reafirmaría Jesús en 21:23–32. La retirada subsecuente de Jesús (13) sugiere que él se daba cuenta del peligro de esta asociación a los ojos de Herodes. Según Mateo 14:13, las nuevas del destino de Juan llevaron a Jesús a retirarse al desierto, a solas, un motivo añadido a la necesidad de reposo que tenía después de las tensiones de la semana anterior.

Conclusión.

Vemos primero la fidelidad de Juan al reprender a Herodes (vv. 3–4). Herodes había sido uno de los oyentes de Juan (Marcos 6:20). Por eso, podía Juan atreverse a reprenderle. Lo que, de acuerdo con la ley de Dios, es ilícito para el vulgo, lo es también para los reyes y magnates, por poderosos que sean. No hay potentado ni emperador que tenga la prerrogativa de poder quebrantar las leyes divinas. Y cuando los dictadores de este mundo las quebrantan, es menester que los ministros de Dios se lo hagan saber, con todo respeto pero también con toda firmeza.

Lo que impedía a Herodes deshacerse cuanto antes de Juan era que temió al pueblo, porque tenían a Juan por profeta. No es porque temiese a Dios (de lo contrario, no habría encarcelado a Juan, sino que habría devuelto a su hermano la mujer), ni porque temiese a Juan, sino porque temía al pueblo; era un temor nacido del miedo a perder su seguridad personal. También los tiranos tienen sus temores. Por muy altos que estén colocados los malvados, nunca escapan del temor al atentado, aunque se rodeen de guardaespaldas y viajen en coches blindados. Sólo quien teme de veras a Dios, puede perder el temor a los hombres. Cuando los tiranos (y todos los perversos) refrenan en algo su tiranía, no es sino por intereses temporales: por temor a perder su posición, su poder o su vida, no por temor de Dios. El mal que los tales presienten o imaginan no es el mal de la culpa, el cual induce a creer y arrepentirse, sino el mal de la pena, el cual induce a temer y remorderse.

Parafraseando Juan 3:30: «Hasta en la muerte menguó Juan, mientras que Cristo crecía, ya que Juan fue decapitado; Cristo, levantado en la cruz». El brillo de Juan no se oscureció con la aparición de Jesús en público, sino que, «Juan en su ministerio no fue como la estrella de la tarde, que se pierde en las tinieblas de la noche, sino como la estrella de la mañana que se pierde de vista en la claridad del día». De los discípulos de Juan, hemos de aprender a acudir con nuestras angustias a Jesús; será un gran alivio para nuestro corazón afligido descargar nuestro peso en el regazo de un amigo en quien podemos depositar toda nuestra confianza. A veces, ciertos consuelos que para nosotros tienen gran valor, nos son retirados precisamente porque se interponen entre nosotros y Cristo, y tienden a llevarse el amor y la estima que son debidos a Cristo solamente. Es preferible ser atraído hacia Cristo por la aflicción y la necesidad que ser apartado de Él por la abundancia y el bienestar.

Tengamos en cuenta estas palabras que hemos escuchado hoy y considerémoslas motivos suficientes para tener celebraciones de alguien que ha encontrado en Cristo Jesús su Señor y Salvador en su vida y estemos orando por aquellos que hoy están inundados de falsos placeres que les tienen extraviados, entenebrecidos y dispersos, llenos de temores, dudas, desconsuelos, sin sabores, angustias y desesperanza, oremos para que la luz de Cristo ilumine sus vidas y vengan al dulce manantial de agua viva, al manantial de vida eterna, de la vida eterna que es Cristo nuestra verdadera Pascua.

Oremos.

12 de abril del 2020, Ajijic, Jalisco, México.

Misión Cristiana Bautista Agua Viva

Ibrahim Mauricio Mateo Cruz

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