La crisis de la adolescencia

niños
Imagina que has planeado el día, por cierto muy ocupado, en la oficina. Has dicho a la secretaria de la iglesia que no quieres que se te interrumpa. Estás sentado trabajando en el sermón. No obstante, se produce la interrupción. Una muchacha adolescente, que pertenece al grupo de jóvenes, entra visiblemente trastornada y dice: «Su secretaria insiste en que está usted muy ocupado, pero yo necesito hablar con alguien. No puedo esperar. Por favor, hable conmigo durante unos minutos.» Dejas de escribir y te dispones a escuchar. La historia es, más o menos, ésta:
«No sabía a quién hablar de esto. (Pausa). He salido con un chico del grupo de jóvenes. Usted le conoce, es Presidente del grupo de jóvenes de la escuela secundaria. (Pausa). Nosotros …, bueno, acabo de descubrir que estoy embarazada. ¡Y no quiero estar embarazada! (Empieza a llorar). ¿Qué puedo hacer? Quiero abortar. ¿Qué debo hacer?»
Al día siguiente, por la mañana, cuando estás de nuevo preparando el sermón, se produce otra interrupción. Esta vez es Juan, un chico de catorce años que está en su primer año de enseñanza secundaria. Hablas con él durante un minuto y te dice:
«No estoy seguro de qué es exactamente lo que no funciona. Hoy no he querido asistir a la escuela. No sirve para nada, puesto que da la sensación de que no aprendo nada. Lo he intentado, de veras. Pero leo toda la materia y no me queda nada en la cabeza. Me encuentro cansado durante todo el día. Por mucho que duermo, no consigo dormir lo suficiente, pero aun así me siento cansado. Creo que me pasa algo. Tengo dolores por todas partes que antes no tenía. No he querido hablar con mis padres sobre esto, pero tengo que decírselo a alguien. Usted dio una charla en nuestra clase hace tres semanas y dijo que si alguno necesitaba hablar con usted se sintiera en libertad de hacerlo. Así que aquí estoy. ¿Qué es lo que me pasa?»
Aquella misma tarde recibes una llamada frenética de un padre o una madre anunciándote que estará en tu despacho dentro de quince minutos, con su hijo de dieciséis años. Cuando llega, su hijo la sigue con mirada hosca. «¡Tiene que hablar con él y averiguar qué es lo que le pasa!», exclama. «No quiere decírmelo pero he hallado estas pastillas y otras cosas en su habitación. Yo no sé lo que son, pero estoy segura de que son drogas, quizá marihuana. Creo que ha estado tomándolas. ¿Puede usted hablar con él y hacer algo?»
Al día siguiente por la mañana, te llama uno de los miembros de tu iglesia, que es médico. Te dice que acaba de admitir en el hospital a una chica, que ha estado asistiendo al grupo de jóvenes de vez en cuando. Te pide que vayas a verla. Le dices que lo harás y más tarde acudes al hospital. Cuando entras en la habitación te quedas asombrado de lo que ves. Una chica de quince años, sentada en la cama, pero su aspecto es el de un esqueleto. Mide 1,70 metros, pero sólo pesa 35 kgs. Sufre de anorexia nerviosa. Sus padres están muy preocupados y piden desesperadamente tu ayuda.
Cada uno de los casos descritos es una situación distinta de crisis en la adolescencia.
Para algunos jóvenes, la adolescencia es un período de crisis continua con algunos pocos claros de calma. Para otros, el proceso de desarrollo se hace algo más suave. Pero, en conjunto, la adolescencia es una de las transiciones más difíciles de la vida. Una experiencia tipo montaña rusa, un período de tensión y borrasca. Suele ser un período de dudas sobre uno mismo, en el que los sentimientos de inferioridad se intensifican y las presiones sociales alcanzan su cumbre. El sentido de la autoestima del adolescente se apoya sobre uno de los pilares más inestables que existen: la aceptación por parte de amigos y compañeros. El Dr. Urie Bronfenbrenner, de la Universidad de Cornell, una autoridad en el proceso de desarrollo de los niños, dice que los años de la adolescencia son, probablemente, los más difíciles y críticos en el desarrollo de la salud mental.
El adolescente, de trece a diecinueve años, pasa a ser independiente de sus padres y, al mismo tiempo, experimenta una crisis radical de identidad. Muchos pueden establecer y afirman su identidad durante este período, en tanto que otros lo aplazan hasta la edad adulta (1).
Los adolescentes de hoy día se ven obligados a hacer frente a toda una gama peculiar de presiones. Experimentan el bombardeo de los distintos medios informativos que, generalmente, transmiten valores antitéticos a los de la fe y creencias cristianas. Es importante recordar que los niños y la juventud de hoy en día son educados en una sociedad promiscua, violenta y no cristiana. Y el ser cristiano puede crearles una tensión adicional que genera conflicto interior.
Se ven obligados a tomar decisiones morales a una edad mucho más temprana que antes. Tales decisiones afectan al sexo, las drogas, los amigos y la bebida. Una reciente encuesta realizada en USA, indica que uno de cada cinco estudiantes de la escuela secundaria ya ha mantenido relaciones sexuales.
La generación actual vive, también, bajo la presión psicológica de ser, quizás la generación final. Los jóvenes se enfrentan a la posibilidad de no tener futuro. Las guerras siempre han sido parte de la vida, pero nunca antes habíamos tenido una generación que viva bajo la amenaza de poder verse destruida instantáneamente. ¿Qué es lo que oyen los jóvenes a través de los medios de comunicación? La amenaza de guerras, bombas, contaminación del ambiente, quiebra de los sistemas de pensiones y seguridad social, y otras perspectivas aterradoras. Todo ello les conduce a no querer pensar en nada y escapar mediante la búsqueda del placer, doquiera se encuentre.
Cada vez hay más adolescentes que proceden de hogares inestables. El divorcio es cada día un fenómeno más común, y los modelos tanto de matrimonios estables, como de vida familiar estable, cada vez son menos.
Es, también, una generación insegura, incapaz de entender lo que es la entrega personal, la responsabilidad social, y si acaso lo entienden, son incapaces de ponerlo en práctica. Quizás esto sea debido, en parte, a que la presente generación ha recibido globalmente mucho más mimo y comodidades que las anteriores. Acostumbrados de niños a tenerlo todo, resulta difícil esperar para recibir la recompensa. No saben cómo manejar o resolver el desánimo y la desilusión y por ello son propensos a experimentar crisis con más facilidad. Esperan soluciones instantáneas. Muchos usan las drogas como vía de escape y en algunos casos cuando nada de lo que buscan les viene a mano, optan por el suicidio (2).
Podrá decirse que es un cuadro desconsolador pero, por desgracia, son muchos los adolescentes que encajan en este escenario. Hay, sin embargo, muchos otros que pese a todo, son responsables, futuros adultos, equilibrados y reflexivos. No por ello dejan de atravesar en su adolescencia situaciones de crisis.
El período de la adolescencia es un período de transición entre la infancia y la edad adulta. En él hay tres fases psicológicas importantes que necesitan superar los adolescentes. El Dr. Keith Olson las describe de la siguiente manera:
1.     Desarrollar un sentido de identidad personal que de modo consecuente establezca su concepto de individuo, definiendo su papel en la vida, separado y diferente de todas las demás personas.
2.     Iniciar el proceso de establecer relaciones caracterizadas por la entrega personal y la intimidad.
3.     Empezar a tomar decisiones que lleven hacia la elección, preparación, aprendizaje y adopción de una ocupación en particular (3).
El futuro, en la edad adulta, está básicamente ligado al éxito con que se superen estas fases. La parte principal de la crisis de la adolescencia está vinculada en estas cuestiones de desarrollo. (Para una ampliación práctica y detallada de este proceso de desarrollo, ver el capítulo 1 del libro Counseling Teenagers, por el Dr. Keith Olson.)
Para llegar a ser un adulto maduro, el adolescente tiene que abandonar su dependencia de los padres, típica de la infancia. Pero este avanzar hacia la independencia, a menudo, crea una crsisis no sólo en él, sino también en los padres, puesto que no tienen control de cómo ocurre este movimiento y les da la sensación de perder el timón. Si los padres se resisten a este desentenderse y separarse, se produce tensión por ambas partes. Demos una mirada a este soltar las amarras, o rotura del cordón umbilical que, pese a que para muchos padres es un trauma, no deja de ser normal en el proceso de desarrollo.
El adolescente necesita disponer de tiempo para estar solo y con los de su edad. No tiene mucho interés en las reuniones familiares, y el que tenía antes va desapareciendo. Puede retraerse de muchas actividades previas, incluyendo la asistencia a la iglesia. Tiende a mantener muchas cosas secretas cara a sus padres y no confía en ellos como acostumbraba hacerlo. Los padres, por su parte, que usaban de sus hijos para mantener sus propias necesidades de identidad y autoestima tienen dificultades en manejar esta falta de confianza y desean volver a los «años pasados», que fueron mucho mejores.
El adolescente se resiste a aceptar críticas o consejos de sus padres. Debido a su propia inseguridad, se convierte en altamente sensible a sus sugerencias, sensibilidad que se acrecienta cuando la sugerencia toma el carácter de consejo o crítica. Su falta de identidad todavía no formada y su bajo nivel de autoestimación le hacen más sensible. No tolera las críticas. La disciplina y los consejos los interpreta como sujeción y le da la impresión de que si les presta atención está perdiendo el control sobre sí mismo.
La rebeldía es una reacción muy común. No obstante, cuanto más seguro se sienta el adolescente, menor será la rebeldía. Cuanto más inseguro, más radical y virulenta será la rebeldía (4).
Durante los últimos años de la adolescencia, la lealtad y compromisos se desvían hacia compañeros de su misma edad, tanto del mismo sexo como del opuesto. La intensidad de esta transición en la vida del adolescente se ilustra mediante la siguiente gráfica (5):
La progresiva actividad y compromisos con los amigos y compañeros, con frecuencia crea ansiedad en los padres. Las horas que, tras la cena, pasa hablando por teléfono, los horarios y las exigencias constantes de estar con los amigos se convierten en caballo de batalla. Los cambios en la forma de vestir, hablar y gustos musicales, actividades y comportamiento en general, buscan su patrón y norma en los de su misma edad (6).
A menudo, el adolescente es absorbido por su propio mundo y se encierra en una actitud egocéntrica. Reacciona de manera subjetiva. Y si tiene sentido crítico de sí mismo, tiende a asumir, en contrapartida, que los otros le critican a él de la misma forma. Creen que son únicos y especiales. Están satisfechos con sus antiguas amistades que les dan apoyo y no desean ni procuran, por tanto establecer de nuevas. El traslado a otra población en esta fase de la vida, suele resultar muy traumático.
Los temores sociales ocupan un lugar preferente. No les gusta sentirse rechazados, que se censure lo que hacen, que no se les haga caso. Les horroriza hacer el ridículo o que alguien puede pensar que no tienen control de sí mismos. Las figuras autoritarias les resultan abominables.
La forma de pensar de los adolescentes es distinta a la de los niños. Admiten tanto lo posible como lo real. Tienden a idealizar en exceso y piensan de modo conceptual, en abstracto y en términos universales. Además de una búsqueda desesperada para hallar su identidad personal, su sentido acusado de idealismo crea en ellos ira y frustración. Crean su esquema de cómo deben ir las cosas y son intolerantes cuando no van como ellos piensan o imaginan que deberían ir. Sus ideas sobre los temas de la vida y los valores están en constante fluctuación.
Dependen en extremo de la información que sobre ellos mismos puedan recibir de sus compañeros y, por tanto, su comportamiento puede variar radicalmente según el grupo en que se encuentren.
Cuando se enfrentan con una crisis inesperada, pueden perder la capacidad de valorar correctamente las cosas. Se desilusionan, y cuando esto sucede, tienden a volverse cínicos e, incluso, a menospreciar a los demás. Esto desemboca en una resistencia al cambio, que hace difícil el aconsejarles (7).
Los distintos enfoques de aconsejar que hemos discutido en capítulos anteriores, se aplican también al aconsejar a los adolescentes, así como también las técnicas para tratar de la depresión y el suicidio. Pero es esencial el poder identificar algunos puntos específicos que son únicos del adolescente cuando se plantea una situación de crisis.
Depresión en la primera adolescencia
Debido a que los adolescentes se encuentran en una fase de transición entre la infancia y la edad adulta, su depresión es mixta, y participa de las características de la depresión de ambos períodos de la vida. En algunos casos, la depresión está íntimamente relacionada con sus luchas en el desarrollo.
Como sea que está en proceso de separarse de sus padres y esforzándose por establecer su propia identidad, experimenta frecuentemente el sentimiento de pérdida. Y como ya hemos visto, la pérdida es la base de muchas depresiones. Probablemente la pérdida más común de los adolescentes es la de la propia estima.
La depresión es en realidad más normal en esta fase del desarrollo, que en otros. Por desgracia, algunas de las depresiones de la adolescencia no tienen diagnóstica porque se confunde la depresión con la transición, al considerar que está pasando por los trances del reajuste «normales en los adolescentes».
Hay una diferencia importante entre la depresión de los adolescentes entre los trece y dieciséis años y la de los adolescentes a partir de esta edad. Los primeros tienen una fuerte necesidad de negar las actitudes autocríticas. Evitan por todos los medios mostrar y admitir sus problemas ante los demás. Debido a ello, no exhiben ni aun experimentan la falta de esperanza, abatimiento y autodesprecio que son típicos en las depresiones del adulto. También, al estar en una fase de desarrollo, como los niños, están menos inclinados a pensar qué van a hacer. Es más probable que manifiesten su depresión por medio de un comportamiento franco y abierto que por medio de las preocupaciones introspectivas que caracterizan a los adultos.
Al observar el comportamiento de los adolescentes se notan tres manifestaciones de depresión:
1) Los que reflejan veladamente su estado de depresión interior.
2) Los que hacen evidente su esfuerzo para librarse de la depresión o evitarla.
3) Los que piden desesperadamente auxilio.
Demos ahora una mirada a los síntomas de la depresión en los adolescentes, a partir de estas tres manifestaciones.
La depresión que refleja el estado interior de sentirse deprimido, generalmente se evidencia por tres síntomas principales.
     1.     Un exceso de fatiga. Si se queja de fatiga a pesar de tener el reposo adecuado, es posible que esté sufriendo una depresión que no puede resolver ni expresar.
     2.     La hipocondria es otro síntoma. El adolescente está preocupado por los cambios que tienen lugar en él y que son normales en los de su edad, pero cuando esta preocupación se centra excesivamente en los cambios físicos, puede reflejar una depresión generada por una falta de adaptación. Es una situación difícil, puesto que le resulta muy difícil admitir esto por sí mismo y menos expresarlo a otros.
     3.     Incapacidad para concentrarse. Es posible que ésta sea la causa más común que lleva a la persona a buscar ayuda. Suele hacerse más evidente en los resultados escolares, pero puede aparecer en otras situaciones también. El adolescente niega, con bastante frecuencia, que sea apático o que tenga nada en la mente que le esté molestando. Es posible que admita que su rendimiento en la escuela disminuye, pero ignora la razón. Según él, no importa cuánto se esfuerza en estudiar; le resulta imposible entender las materias ni retenerlas. Cuando dicen esto hay que pensar inmediatamente en una depresión.
La depresión caracterizada por los intentos desesperados de combatirla o evitarla, presenta dos síntomas muy comunes. El primero es el hastío y el desasosiego o inquietud. Una forma de evitar el sentimiento de depresión es mantenerse activo de modo que la mente se mantenga constantemente ocupada en otras cosas. Debido a que el adolescente desea evitar por todos los medios el sentimiento de depresión, su actividad se vuelve excesiva. Parece como si le empujaran, y se muestra muy inquieto y hastiado. Navega entre su alto nivel de interés en nuevas actividades y el sentirse rápidamente cansado y desencantado de ellas. Hay que prestar atención a los adolescentes que muestran dificultades para llevar a término las cosas rutinarias de la vida y, por contra, buscan constantemente nuevas actividades más emocionantes. Puede ser un mecanismo de defensa contra la depresión.
La segunda característica es la huida o aislamiento que, en algunos casos, puede convertirse en todo lo contrario. En este último caso, temen estar solos y buscan constantemente compañía. Por ello, van de uno a otro mirando de hallar a los que pueden darles tiempo y prestarles atención. Necesitan como compañía a otros que no estén preocupados con sus propias actividades. Por desgracia, esta búsqueda frenética les deja poco tiempo para las funciones vitales y necesarias. El sueño, el estudio, obligaciones y trabajo de la casa, se tienen que conformar con el poco tiempo que les sobra.
Hay otros que prefieren estar solos, ya que cuando están en medio de gente aumenta su temor de verse rechazados. Si el adolescente adopta, por contra, la vía del aislamiento y la soledad, se entregara a sus actividades con irenesi. Puede desarrollar un interés especial en hobbies, animales domésticos, o todo aquello que no tiene potencial de rechazo, que es lo que teme principalmente.
La tercera manifestación de depresión está representada por algún tipo de petición de auxilio. Esto suele evidenciarse por alteraciones en el comportamiento que puede incluir rabietas, ataques de nervios, marcharse de casa, hurtar, y toda variedad de actos antisociales y de rebeldía.
El comportamiento anómalo tiene un propósito definido en sus intentos de afrontar la depresión. El estar ocupado en algún hecho dramático, si es nuevo y atrae la atención de los demás, le evita el tener que enfrentarse con aquello que realmente le molesta. Si el nuevo modo de comportarse le proporciona información sobre sí mismo procedente de los de su edad o grupo, el resultado es un robustecimiento o mejora de su propia imagen. Pero demuestra, a la vez, su falta de control de los impulsos, y esto en sí mismo es una petición de ayuda. Es un mensaje indicando a los demás que está en apuros y que no puede controlar su propia vida. Esta forma de comportamiento negativo no es secreto. Las acciones suelen ser públicas hasta cierto punto y llevadas a cabo intencionadamente, de forma que los demás se den cuenta de que está atrapado en ellas (8).
La depresión en la adolescencia tardía
Los adolescentes de más edad tienden a manifestar su depresión en formas similares a las de los adultos. No obstante, pueden todavía expresar síntomas indirectos, por medio de comportamientos que indican una mala adaptación. ¿Cuáles son éstos?
Las drogas pueden ser, en algunos casos, un medio de expresión. Es cierto, hay multitud de razones para el uso de las drogas, pero no debemos olvidar que algunas pueden estar relacionadas con la depresión. En este caso, sirven varios proposnos. Ayudan al joven a defenderse físicamente de los síntomas de depresión y, a la vez, el compartir la experiencia de la droga, le ofrece oportunidades de relación con sus iguales. El riesgo en la obtención de drogas ilegales puede añadir un elemento más de emoción.
La promiscuidad sexual es otro de los medios de defensa contra la depresión, con más frecuencia en las chicas que en los chicos. La atención conseguida y los sentimientos de sentirse necesitado y querido pueden generar una sensación de alivio para los sentimientos de tristeza y soledad que la depresión comporta.
El intento de suicidio es otra de las manifestaciones. En los últimos años se ha producido un aumento tanto en los intentos como en los suicidios reales entre adolescentes. El suicidio puede ser una manifestación de la depresión, aunque puede también estar vinculado a otras causas. W. Blackburn destaca siete factores básicos que han influido en este incremento en los suicidios: Una degradación de los estándares morales, la alta movilidad de la sociedad, el alto porcentaje de divorcios, el abuso de alcohol y drogas, la popularización y exaltación de la violencia en los medios de comunicación, la facilidad, en algunos países, para adquirir armas, y la difusión del propio índice alarmante de suicidios (9).
El sentimiento de soledad que acompaña a la depresión es un factor clave en los casos que culminan en el suicidio. El propio Blackburn ofrece una explicación simple de cómo al fallar el sistema de apoyo puede conducir a un comportamiento suicida.
«Las fuentes de apoyo se tambalean sobre sus bases. Cuando las bases son endebles, algunos jóvenes buscan la salida en el alcohol y otras drogas. Estos factores, cuando se unen a las ideas idealísticas y románticas del adolescente sobre la muerte, y a una sociedad que ensalza la violencia facilitando el acceso al suicidio, combinan en una mescolanza tan poderosamente letal que esparce la muerte entre un número cada vez mayor de adolescentes. La intencionalidad culmina en un suicidio real. Cada suicidio, se quede en intento o culmine en muerte, es una semilla que siembra la idea de una muerte autogenerada en la mente de otro. Un suicidio en la familia atrae a otros miembros de la misma o personas allegadas hacia esta opción» (10).
El adolescente se expresa muchas veces en clave, mediante comportamientos que tienen escondido un mensaje. Por ejemplo, la automutilación que practican algunos adolescentes, manifiesta su deseo de independencia. Este comportamiento puede ser también, en cierta manera, un intento de controlar su temor o sus pensamientos sexuales, sus impulsos violentos y agresivos. Al hablar con un joven, es posible que responda: «Es mi cuerpo y puedo hacer con él lo que me dé la gana, y nadie puede impedírmelo. Intentadlo. No lo conseguiréis.» Cualquier esfuerzo encaminado a controlar su comportamiento externo, sin tratar antes sus sentimientos, resultará ineficaz (11).
La alienación y el retraimiento de la personalidad son todavía otras de las manifestaciones depresivas. Los adolescentes deprimidos se vuelven apáticos y evitan el contacto con los demás. Mantienen, no obstante, cierta relación social con aquellos que les inspiran la idea de intimidad y de pertenencia. Sin embargo, sus relaciones suelen ser con otros en las mismas características, lo que implica que su relación refuerza el sentimiento mutuo de depresión. Este encerrarse en sí mismo conduce a la falta de acción. El joven evita todo aquello que considera pueda conducirle al fracaso y cualquier aspiración que pueda llevarle a una decepción. Por tanto, no acepta ningún esfuerzo ni se implica en acción alguna que pueda acarrearle riesgos.
¿Cuáles son las causas de la depresión en la adolescencia? Son prácticamente las mismas que en la mayor parte de los adultos, a las que se añaden los problemas de la transición generacional. Muchas de sus reacciones proceden de sentimientos de pérdida o de fracaso que, de nuevo deben mirarse bajo la perspectiva del adolescente. El rechazo por parte de otro, el perder una competición artética, el tener que llevar prótesis dental a los dieciséis, y así sucesivamente, son, para el adolescente, sentimientos reales de fracaso y pérdida. Con el agravante de que los mira bajo el prisma de la fantasía. Como pérdida entendemos, en este sentido, una preocupación no realista o inconsciente que hace que la persona se sienta privada o empobrecida por la ausencia de toda evidencia objetiva que justifique su preocupación excesiva (12).
Hay otras pérdidas más serias. La pena es parte de la pérdida y el tipo de pena varía según el tipo de pérdida. Cuando los adolescentes pierden al padre o la madre por fallecimiento, recurren a la negación como medio de protección ante esta experiencia amenazadora y los sentimientos que la siguen. Si la relación era íntima habrá pena intensa a la que se añadirá la ira, al quedarse solo.
La muerte de un hermano produce también un sentimiento de pérdida, de características mucho más dispares, debido a la mezcla de sentimientos positivos y negativos que caracterizan a las relaciones entre hermanos y hermanas.
Si un adolescente pierde a un amigo genera un sentimiento de ansiedad muy fuerte. Los adolescentes se dan cuenta de que los adultos mueren, pero la muerte de uno de su edad es un shock muy superior, que los anonada. Tienen que hacer frente a su propia mortalidad en una edad en que no están preparados para ello.
Otra pérdida a la que muchos se ven obligados a enfrentarse es el divorcio de los padres. Cuando ocurre se produce una pérdida de seguridad y confianza en el futuro. La ira hacia uno de los padres, el que se va, es fuerte, y dura más tiempo que si la persona hubiese muerto. En la muerte el padre o madre no se marcharon por su propia decisión. En el divorcio la persona que se ha ido podía no haberlo hecho. Así que, ¿por qué se ha marchado? La parte de culpa que el joven descarga en el que ha marchado, es fuerte y difícil de resolver. No obstante, no se culpa ni autoresponsabiliza a sí mismo por el divorcio, como hacen muchos niños. Después del divorcio, el adolescente tiende a pasar más y más tiempo fuera de casa, puesto que la casa ya no le infunde la misma seguridad que antes. Puede que experimente un exceso de libertad y tentaciones que no está preparado para afrontar. Puede que tema la pérdida de sus amigos. Si tenía ya tendencia a la depresión y al retraimiento, éstos, lógicamente, se acentúan. (Discutiremos la pérdida por fallecimiento y divorcio con más detalle posteriormente, en este mismo capítulo).
Otra de las pérdidas con que tienen que enfrentarse los adolescentes tiene lugar cuando uno de los padres, un hermano o amigo, sufre una enfermedad crónica, degradante. Esto le crea temor sobre su propia vulnerabilidad. El temor puede hacer que se aísle y se retraiga, lo cual le crea sentimientos de culpa, puesto que considera que no se está comportando como debiera.
Incluso la ausencia de un amigo debida a un traslado puede producir sentimientos de pérdida. El dolor sufrido es tan severo como un rechazo. El mismo sentido de pérdida puede producirse cuando tiene lugar un cambio de escuela, o cualquier otro tipo de cambio (13).
La diferencia más importante entre la pérdida real y la imaginaria o fantaseada es ésta: La pérdida real tiende a acarrear una depresión reactiva en la que las características depresivas son fácilmente observables. La pérdida imaginaria tiende a ser el tipo de depresión en que las manifestaciones no son aparentes en el que las padece, ante un profesional no acostumbrado a tratarlas.
Un factor importante a tener en cuenta es que el proceso normal de desarrollo implica en los adolescentes cierto número de pérdidas reales que amenazan su autoestima. Durante este período se supone que se desprendan de su dependencia de los padres, lo cual es probable que hagan. Pero algunos se adhieren a sus padres más que otros y vacilan, en tanto que otros se sueltan tan rápidamente como pueden. Deben transferir la dependencia emocional de sus padres a compañeros y amigos de su misma edad, lo cual es mucho menos estable y seguro. Se espera también que acepten responsabilidades respecto a su futuro y, finalmente, que tomen el control de sus vidas. Ello les obliga a tener que aprender a vivir sin algunas de sus fuentes previas de gratificación, lo cual puede ser un factor subyacente de depresión. Recuerda que cuanto mejor preparado esté el adolescente para hacer frente a los retos transicionales de la adolescencia, a renunciar a sus vínculos anteriores y a asimilar las pérdidas reales, o imaginarias, mejor podrá evitar los episodios depresivos. Cuando te enfrentes con un adolescente deprimido, ésas son algunas de las cuestiones más corrientes a considerar antes de trazar un plan de tratamiento.
Pérdida a causa de muerte o divorcio
Cuando un adolescente pierde a uno de los padres por fallecimiento, con frecuencia se queda sin amarras y va a la deriva, por su cuenta. Van Ornum y Murdock describen este proceso de la siguiente manera:
«La adolescencia es un período de progresiva separación de los padres. Pero cuando ésta tiene lugar abruptamente, el proceso gradual requerido para una identificación saludable con uno de los padres, no tiene lugar. Los adolescentes para desarrollar sus propias ideas se ven obligados a resistir primero a las ideas de los otros. A través de su rebeldía descubren lo que son. Cuando muere uno de los padres, el proceso de resistencia, de enfrentamiento, de desarrollar ideas independientes, y luego redescubrir el punto de vista del padre, no cubre todo su círculo, de inicio a final. La muerte del padre o la madre pueden lanzar al adolescente a un polvorín» (14).
Pasa a ocuparse más de sí mismo, pero esto puede crearle preocupaciones adicionales. Por ejemplo, si uno de los padres muere debido a una enfermedad, el joven puede presentar temores y síntomas psicógenos de enfermedad, dolor o desfiguración.
Aliéntale a que exprese abiertamente su ira. No se la enjuicies ni se la critiques. Lo que menos necesita son juicios y críticas, sean tuyos o de otros.
Procura averiguar qué otras personas pueden llenar el vacío creado por la muerte del padre o la madre; le ayudará a no interrumpir el proceso de transición.
El divorcio de los padres impide el desarrollo normal del adolescente durante cierto período. Se siente abandonado, y su canal de energía y fuerza moral procedente de la familia se estronca. Ello produce la aceleración del proceso de autonomía —le obliga a crecer antes de tiempo. El divorcio de los padres puede tener un efecto duradero tanto sobre sus actitudes como sobre sus valores. Se desilusiona en lo referente al valor de los compromisos, de la entrega y de las relaciones. «Si tus propios padres se divorcian, ¿en quién puedes confiar? ¿Cómo sabes, cuando te casas, cuánto va a durar?»
Los mecanismos de defensa para hacer frente al divorcio de los padres incluyen sentimientos de vacío, temor, problemas para concentrarse y fatiga. Los adolescentes hijos de divorciados, adoptan una actitud crítica hacia sus padres y su comportamiento. Se sienten traicionados y temen hablar de su dolor y bochorno, por temor a que otros los vean como fracasados. ¿Cómo se defienden contra esto? Por medio del rencor y de la ira (15).
Hay otros casos en los que el divorcio produce un sentimiento de alivio, ya que con él terminan las luchas. Pero esto resulta muy difícil de expresar. El proceso de la pena está tan ligado a la muerte del padre o la madre, como puede estarlo al divorcio. Pero en la muerte está el carácter final del proceso de la pena, en tanto que en el divorcio no hay término. El dolor y las heridas siguen durante años.
La mayor parte de técnicas de aconsejar al joven deprimido son, como hemos dicho ya, las mismas que vimos para el adulto. Quisiera recomendarte, en este punto, que leas nuevamente los principios sobre aconsejar expuestos en el capítulo sobre la depresión.
Si tenemos en cuenta las implicaciones del concepto de pérdida en la vida del adolescente, veremos que tu intervención puede resultar vital. El que le hagas patente tu respeto e interés por él como persona, puede proporcionarle la relación que precisa para compensar parte de su pérdida, y le ayude a levantar su estado de ánimo. Esto te permitirá dirigir sus esfuerzos de modo eficaz para que se enfrente con lo que origina su depresión y encuentre soluciones.
Si trabajas con un adolescente que sufre de pérdida real, ayúdale, si te es posible, a través de su conversación sobre el tema, analizando distintas perspectivas, tales como hacerle ver que la tragedia no es tan trágica y menos permanente de lo que él imagina. Si la pérdida es fantástica, la tarea será más difícil. Puedes verte obligado a recurrir a interpretaciones más especulativas de lo que ha sucedido, con objeto de que él mismo llegue a descubrir aquello que no existe y que, aunque existe, para él resulta desconocido (16).
Algunos adolescentes que experimentan tensión y crisis responden con la huida. Para ellos es una solución lógica. Pero, no sólo huyen de la tensión; también corren hacia algo. Generalmente corren en busca de sentimientos menos alienantes y de un mayor autocontrol de sus vidas. Cuando un joven está desilusionado por una crisis, necesita restablecer vínculos de relación significativa con otros, aumentar la estimación de sí mismo y hallar algún propósito por el que vivir. Esto lo quiere inmediatamente, pero falla en darse cuenta de que para conseguirlo tiene que dominar antes el estado de shock en que la crisis le tiene inmerso y que bloquea sus esfuerzos transformándolos en stress.
Recuerda que el entender la situación, por sí mismo, no es suficiente. La persona necesita hacer algo con respecto a los síntomas y la dirección de su vida. Muchos consejeros experimentan situaciones frustrantes, al aconsejar a adolescentes, porque proporcionan caminos y expectativas de adulto a una persona que no lo es aún. El adolescente, debido parte a su fantasía, parte a su estado depresivo, puede que espere demasiado de ti, incluyendo una cura mágica, instantánea. Es muy común que diga, simplemente: «No sé qué hacer. Dígame lo que debo hacer.» Como sabes, esto puede ser una trampa mortal, si caes en el error de responder a sus deseos. Date cuenta que cuando esto sucede y tú respondes, es él quien está dirigiendo la sesión de consejería y no tú. Debes mantener siempre el timón y el control. Y al hacerlo, recuerda, que al no darle la respuesta o ayuda según él la percibe, vas a ser el objeto de su ira en una forma u otra. Esto es parte del riesgo de aconsejar.
Cuando los adolescentes vienen a verte, bien sea por su cuenta o porque alguien los hace venir, podrás distinguir en ellos toda una gama de reacciones. Algunos vacilarán mucho antes de conversar contigo. En este caso, usa algunos procedimientos indirectos, tales como reflejar su silencio o responder a su comunicación no verbal. Los que son reacios a hablar generalmente es porque están asustados. Pueden estar asustados de ti o de ellos mismos. El miedo a su propia vulnerabilidad, les hace temer que los domines en la sesión; que les digas a otros lo que ellos te dicen; no poder hallar las palabras exactas para decirte lo que sienten, y así sucesivamente. Otros pueden mostrarse airados contigo. Déjales que lo estén; acéptalo, simplemente, y diles que no hay ningún problema en que muestren enojo, también, si esto les acomoda (17).
No todos los consejeros pueden trabajar de modo efectivo con adolescentes, y es necesario que estés dispuesto a aceptar esta posibilidad. El referirlos o enviarlos a otros no es una señal de fallo o debilidad por tu parte, sino un paso positivo a fin de dar la mayor ayuda posible a la persona en crisis, sea un niño, un adolescente o un adulto.
El Dr. Keith Olson sugiere algunas de las cualidades que deben poseer aquellos que desean trabajar efectivamente con adolescentes deprimidos. Evalúate a ti mismo en base a esta lista.
1.     Mucha capacidad para desarrollar con facilidad contactos cálidos y empáticos con los jóvenes.
2.     Ser fiable y consecuente en tus respuestas.
3.     Controlarte a ti mismo y el ambiente mediante el uso inteligente de tu autoridad de modo que no rebaje o devalúe al adolescente aconsejado.
4.     Presentarte de modo que tu personalidad ofrezca una imagen positiva al adolescente cara a la formación de su propio ego.
5.     Tolerar el que se desconfíe de ellos, sin generar sentimientos defensivos de ira o vacilaciones personales.
6.     Ser capaz de desarrollar relaciones con los adolescentes aconsejados, de modo confortable, a pesar de las características narcisistas y egocéntricas de los mismos.
7.     Ser muy estimulantes y dar sostén a los movimientos del aconsejado hacia la independencia.
8.     Tolerar los ataques airados y hostiles de los aconsejados sin reaccionar con ira, defensa propia o dudas sobre ti mismo.
9.     Por su apariencia, personalidad, estilo de aconsejar, y presentación en conjunto, ser aceptado en general y bien recibido por los adolescentes (18).
Es posible que los adolescentes no se queden muy impresionados al ver a un pastor tratando una situación de crisis, a menos que ya se haya establecido la relación anteriormente.
Para ayudar en el proceso de aconsejar, procura informar a la persona sobre los límites de la confidencialidad. El adolescente está preocupado de que puedas informar a sus padres. Debe tener la seguridad de que lo que dice será mantenido en secreto. Sin embargo, es posible que creas conveniente decirle que si se implica a sí mismo en alguna clase de conducta que sea en extremo destructiva y no pueda detenerse después que tú hayas trabajado con él, te verás obligado a recurrir a la posibilidad de que otros sepan lo que te ha dicho, para su propia protección, aunque él no quiera que tú lo digas (19).
Debido a la tendencia del adolescente a centrarse en las experiencias negativas y desagradables, es posible que tengas que hacer resaltar lo positivo e intentar reflejar sentimientos optimistas. Empezará a sentirse más capaz cuando tú le ayudes a desarrollar sus puntos fuertes. Hazle ver que tú has solucionado los mismos o similares problemas con anterioridad. Ayúdale, asimismo, a recordar cómo en otras ocasiones ha resuelto por sí mismo dificultades parecidas. Habrá veces en las que puede ser conveniente decirle lo que a ti te ha dado resultado, pero, ten cuidado, que no parezca que estás dándole consejos o moralizándole.
Al trabajar con un adolescente, puede serte útil animarle a plasmar por escrito sus sentimientos, puesto que muchos de ellos tienen dificultad en expresarse oralmente frente a otra persona. Escribir es un proceso privado y ayuda a expresar sentimientos esquivados o negados. El escribir puede ayudarle a centrarse en su situación, y en sus sentimientos sin sentirse nervioso o abochornado.
T.J. Tuzil, sugiere, en el trabajo con adolescentes, el uso de un diario escrito. A medida que esta persona va avanzando a través de la crisis, esta actividad le ayuda a clarificar los sentimientos y aumentar su nivel de objetividad.
El diario, o cuaderno diario, puede organizarse en dos categorías diferentes: «situaciones» y «yo mismo». Al usar la columna «situaciones», el adolescente debe escribir relatos de, por lo menos, dos situaciones que le hayan acaecido y cuáles han sido sus sentimientos y reacciones después de las mismas. Esto es importante puesto que muchas crisis tienen su origen en situaciones externas.
En la columna «yo mismo» anotará acciones iniciadas por él, dando sus razones, reacciones y sentimientos. Después de completar este cuaderno durante varios días o semanas, el aconsejado se da cuenta de un modo más claro de sus sentimientos y de por qué se comporta en la forma en que lo hace (20).
A veces, el escribir cartas que no se envían, puede ayudar al adolescente a manejar sus sentimientos de crisis. Por ejemplo, puede escribir a un padre o hermano que no está presente debido a un divorcio, separación o muerte.
Si un adolescente se siente desilusionado debido a una crisis, ayúdale a desarrollar un sistema de apoyo; eleva su propia estima y descubre significados y propósitos. ¿Cómo? Siguiendo los pasos necesarios que ayudan a toda persona en crisis, pero especialmente a través de empatía, escuchándole primero y luego tratando de resolver los problemas. El mejor apoyo que puedes prestar a un joven es cuando le escuchas y comprendes sus sentimientos. Su necesidad y su ilusión está en que su punto de vista sea atendido y respetado. Si tú le escuchas, él te escuchará, a su vez, cuando le presentes tus sugerencias.

1 Adaptado de Jay Kesler, Parents & teenagers (Wheaton: Victor, 1984), p. 17.
2 Ibid., pp. 151–55.
3 Dr. G. Keith Olson, Counseling teenagers (Loveland, Colo.: Group Books, 1984), pp. 27–28.
4 Ibid., pp. 55–56.
5 Fred Steit, Parents & problems: Through the eyes of youth, citado en Peter H. Buntman y Eleanor M. Saris, How to live with your teenager (Pasadena, Calif.: Birch Tree Press, 1979), p. 14.
6 Olson, p. 57.
7 Adaptado de William E. Van Ornum y John B. Mordock, Crisis counseling with children and adolescents (New York: Continuum, 1983), pp. 41–43.
8 Adaptado de Frederic F. Flach y Suzanne C. Draughi, The nature and treatment of depression (New York: Wiley, 1975), pp. 104–06.
9 Bill Blackburn, What you should know about suicide (Waco: Word, 1982), p. 24.
10 Ibid., p. 31.
11 Adaptado de R.R. Ross y B. McKay, Self-mutilation (Lexington, Mass.: Lexington Books, 1979), n.p.
12 Adaptado de Flach y Draughi, pp. 104–7.
13 Adaptado de Olson, pp. 495–96.
14 Van Ornum y Mordock, p. 76.
15 Adaptado de J.S. Wallerstein y J.B. Kelly, «The effects of parental divorce: The adolescent experience», en E.J. Anthony and C. Koupernik, eds., The child in his family: Children and psychiatric Risk (New York: Wiley, 1974).
16 Adaptado de Flach y Draughi, pp. 106–11.
17 Adaptado de W. Van Ornum y John B. Mordock, p. 50.
18 Olson, pp. 360–61.
19 Adaptado de R.A. Garner, Psyhotherapeutic approaches to the resistant child (New York: Jason Aronso, 1975), p. 62.
20 Adaptado de T.J. Tuzil, «Writing: A problem-solving process» Social Work, 23 (1978), pp. 63–70.
Wright, H. N. (1990). Cómo aconsejar en situaciones de crisis (267). Terrassa: Editorial CLIE.

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