La crisis de la adolescencia

niños
Imagina que has planeado el día, por cierto muy ocupado, en la oficina. Has dicho a la secretaria de la iglesia que no quieres que se te interrumpa. Estás sentado trabajando en el sermón. No obstante, se produce la interrupción. Una muchacha adolescente, que pertenece al grupo de jóvenes, entra visiblemente trastornada y dice: «Su secretaria insiste en que está usted muy ocupado, pero yo necesito hablar con alguien. No puedo esperar. Por favor, hable conmigo durante unos minutos.» Dejas de escribir y te dispones a escuchar. La historia es, más o menos, ésta:
«No sabía a quién hablar de esto. (Pausa). He salido con un chico del grupo de jóvenes. Usted le conoce, es Presidente del grupo de jóvenes de la escuela secundaria. (Pausa). Nosotros …, bueno, acabo de descubrir que estoy embarazada. ¡Y no quiero estar embarazada! (Empieza a llorar). ¿Qué puedo hacer? Quiero abortar. ¿Qué debo hacer?»
Al día siguiente, por la mañana, cuando estás de nuevo preparando el sermón, se produce otra interrupción. Esta vez es Juan, un chico de catorce años que está en su primer año de enseñanza secundaria. Hablas con él durante un minuto y te dice:
«No estoy seguro de qué es exactamente lo que no funciona. Hoy no he querido asistir a la escuela. No sirve para nada, puesto que da la sensación de que no aprendo nada. Lo he intentado, de veras. Pero leo toda la materia y no me queda nada en la cabeza. Me encuentro cansado durante todo el día. Por mucho que duermo, no consigo dormir lo suficiente, pero aun así me siento cansado. Creo que me pasa algo. Tengo dolores por todas partes que antes no tenía. No he querido hablar con mis padres sobre esto, pero tengo que decírselo a alguien. Usted dio una charla en nuestra clase hace tres semanas y dijo que si alguno necesitaba hablar con usted se sintiera en libertad de hacerlo. Así que aquí estoy. ¿Qué es lo que me pasa?»
Aquella misma tarde recibes una llamada frenética de un padre o una madre anunciándote que estará en tu despacho dentro de quince minutos, con su hijo de dieciséis años. Cuando llega, su hijo la sigue con mirada hosca. «¡Tiene que hablar con él y averiguar qué es lo que le pasa!», exclama. «No quiere decírmelo pero he hallado estas pastillas y otras cosas en su habitación. Yo no sé lo que son, pero estoy segura de que son drogas, quizá marihuana. Creo que ha estado tomándolas. ¿Puede usted hablar con él y hacer algo?»
Al día siguiente por la mañana, te llama uno de los miembros de tu iglesia, que es médico. Te dice que acaba de admitir en el hospital a una chica, que ha estado asistiendo al grupo de jóvenes de vez en cuando. Te pide que vayas a verla. Le dices que lo harás y más tarde acudes al hospital. Cuando entras en la habitación te quedas asombrado de lo que ves. Una chica de quince años, sentada en la cama, pero su aspecto es el de un esqueleto. Mide 1,70 metros, pero sólo pesa 35 kgs. Sufre de anorexia nerviosa. Sus padres están muy preocupados y piden desesperadamente tu ayuda.
Cada uno de los casos descritos es una situación distinta de crisis en la adolescencia.
Para algunos jóvenes, la adolescencia es un período de crisis continua con algunos pocos claros de calma. Para otros, el proceso de desarrollo se hace algo más suave. Pero, en conjunto, la adolescencia es una de las transiciones más difíciles de la vida. Una experiencia tipo montaña rusa, un período de tensión y borrasca. Suele ser un período de dudas sobre uno mismo, en el que los sentimientos de inferioridad se intensifican y las presiones sociales alcanzan su cumbre. El sentido de la autoestima del adolescente se apoya sobre uno de los pilares más inestables que existen: la aceptación por parte de amigos y compañeros. El Dr. Urie Bronfenbrenner, de la Universidad de Cornell, una autoridad en el proceso de desarrollo de los niños, dice que los años de la adolescencia son, probablemente, los más difíciles y críticos en el desarrollo de la salud mental.
El adolescente, de trece a diecinueve años, pasa a ser independiente de sus padres y, al mismo tiempo, experimenta una crisis radical de identidad. Muchos pueden establecer y afirman su identidad durante este período, en tanto que otros lo aplazan hasta la edad adulta (1).
Los adolescentes de hoy día se ven obligados a hacer frente a toda una gama peculiar de presiones. Experimentan el bombardeo de los distintos medios informativos que, generalmente, transmiten valores antitéticos a los de la fe y creencias cristianas. Es importante recordar que los niños y la juventud de hoy en día son educados en una sociedad promiscua, violenta y no cristiana. Y el ser cristiano puede crearles una tensión adicional que genera conflicto interior.
Se ven obligados a tomar decisiones morales a una edad mucho más temprana que antes. Tales decisiones afectan al sexo, las drogas, los amigos y la bebida. Una reciente encuesta realizada en USA, indica que uno de cada cinco estudiantes de la escuela secundaria ya ha mantenido relaciones sexuales.
La generación actual vive, también, bajo la presión psicológica de ser, quizás la generación final. Los jóvenes se enfrentan a la posibilidad de no tener futuro. Las guerras siempre han sido parte de la vida, pero nunca antes habíamos tenido una generación que viva bajo la amenaza de poder verse destruida instantáneamente. ¿Qué es lo que oyen los jóvenes a través de los medios de comunicación? La amenaza de guerras, bombas, contaminación del ambiente, quiebra de los sistemas de pensiones y seguridad social, y otras perspectivas aterradoras. Todo ello les conduce a no querer pensar en nada y escapar mediante la búsqueda del placer, doquiera se encuentre.
Cada vez hay más adolescentes que proceden de hogares inestables. El divorcio es cada día un fenómeno más común, y los modelos tanto de matrimonios estables, como de vida familiar estable, cada vez son menos.
Es, también, una generación insegura, incapaz de entender lo que es la entrega personal, la responsabilidad social, y si acaso lo entienden, son incapaces de ponerlo en práctica. Quizás esto sea debido, en parte, a que la presente generación ha recibido globalmente mucho más mimo y comodidades que las anteriores. Acostumbrados de niños a tenerlo todo, resulta difícil esperar para recibir la recompensa. No saben cómo manejar o resolver el desánimo y la desilusión y por ello son propensos a experimentar crisis con más facilidad. Esperan soluciones instantáneas. Muchos usan las drogas como vía de escape y en algunos casos cuando nada de lo que buscan les viene a mano, optan por el suicidio (2).
Podrá decirse que es un cuadro desconsolador pero, por desgracia, son muchos los adolescentes que encajan en este escenario. Hay, sin embargo, muchos otros que pese a todo, son responsables, futuros adultos, equilibrados y reflexivos. No por ello dejan de atravesar en su adolescencia situaciones de crisis.
El período de la adolescencia es un período de transición entre la infancia y la edad adulta. En él hay tres fases psicológicas importantes que necesitan superar los adolescentes. El Dr. Keith Olson las describe de la siguiente manera:
1.     Desarrollar un sentido de identidad personal que de modo consecuente establezca su concepto de individuo, definiendo su papel en la vida, separado y diferente de todas las demás personas.
2.     Iniciar el proceso de establecer relaciones caracterizadas por la entrega personal y la intimidad.
3.     Empezar a tomar decisiones que lleven hacia la elección, preparación, aprendizaje y adopción de una ocupación en particular (3).
El futuro, en la edad adulta, está básicamente ligado al éxito con que se superen estas fases. La parte principal de la crisis de la adolescencia está vinculada en estas cuestiones de desarrollo. (Para una ampliación práctica y detallada de este proceso de desarrollo, ver el capítulo 1 del libro Counseling Teenagers, por el Dr. Keith Olson.)
Para llegar a ser un adulto maduro, el adolescente tiene que abandonar su dependencia de los padres, típica de la infancia. Pero este avanzar hacia la independencia, a menudo, crea una crsisis no sólo en él, sino también en los padres, puesto que no tienen control de cómo ocurre este movimiento y les da la sensación de perder el timón. Si los padres se resisten a este desentenderse y separarse, se produce tensión por ambas partes. Demos una mirada a este soltar las amarras, o rotura del cordón umbilical que, pese a que para muchos padres es un trauma, no deja de ser normal en el proceso de desarrollo.
El adolescente necesita disponer de tiempo para estar solo y con los de su edad. No tiene mucho interés en las reuniones familiares, y el que tenía antes va desapareciendo. Puede retraerse de muchas actividades previas, incluyendo la asistencia a la iglesia. Tiende a mantener muchas cosas secretas cara a sus padres y no confía en ellos como acostumbraba hacerlo. Los padres, por su parte, que usaban de sus hijos para mantener sus propias necesidades de identidad y autoestima tienen dificultades en manejar esta falta de confianza y desean volver a los «años pasados», que fueron mucho mejores.
El adolescente se resiste a aceptar críticas o consejos de sus padres. Debido a su propia inseguridad, se convierte en altamente sensible a sus sugerencias, sensibilidad que se acrecienta cuando la sugerencia toma el carácter de consejo o crítica. Su falta de identidad todavía no formada y su bajo nivel de autoestimación le hacen más sensible. No tolera las críticas. La disciplina y los consejos los interpreta como sujeción y le da la impresión de que si les presta atención está perdiendo el control sobre sí mismo.
La rebeldía es una reacción muy común. No obstante, cuanto más seguro se sienta el adolescente, menor será la rebeldía. Cuanto más inseguro, más radical y virulenta será la rebeldía (4).
Durante los últimos años de la adolescencia, la lealtad y compromisos se desvían hacia compañeros de su misma edad, tanto del mismo sexo como del opuesto. La intensidad de esta transición en la vida del adolescente se ilustra mediante la siguiente gráfica (5):
La progresiva actividad y compromisos con los amigos y compañeros, con frecuencia crea ansiedad en los padres. Las horas que, tras la cena, pasa hablando por teléfono, los horarios y las exigencias constantes de estar con los amigos se convierten en caballo de batalla. Los cambios en la forma de vestir, hablar y gustos musicales, actividades y comportamiento en general, buscan su patrón y norma en los de su misma edad (6).
A menudo, el adolescente es absorbido por su propio mundo y se encierra en una actitud egocéntrica. Reacciona de manera subjetiva. Y si tiene sentido crítico de sí mismo, tiende a asumir, en contrapartida, que los otros le critican a él de la misma forma. Creen que son únicos y especiales. Están satisfechos con sus antiguas amistades que les dan apoyo y no desean ni procuran, por tanto establecer de nuevas. El traslado a otra población en esta fase de la vida, suele resultar muy traumático.
Los temores sociales ocupan un lugar preferente. No les gusta sentirse rechazados, que se censure lo que hacen, que no se les haga caso. Les horroriza hacer el ridículo o que alguien puede pensar que no tienen control de sí mismos. Las figuras autoritarias les resultan abominables.
La forma de pensar de los adolescentes es distinta a la de los niños. Admiten tanto lo posible como lo real. Tienden a idealizar en exceso y piensan de modo conceptual, en abstracto y en términos universales. Además de una búsqueda desesperada para hallar su identidad personal, su sentido acusado de idealismo crea en ellos ira y frustración. Crean su esquema de cómo deben ir las cosas y son intolerantes cuando no van como ellos piensan o imaginan que deberían ir. Sus ideas sobre los temas de la vida y los valores están en constante fluctuación.
Dependen en extremo de la información que sobre ellos mismos puedan recibir de sus compañeros y, por tanto, su comportamiento puede variar radicalmente según el grupo en que se encuentren.
Cuando se enfrentan con una crisis inesperada, pueden perder la capacidad de valorar correctamente las cosas. Se desilusionan, y cuando esto sucede, tienden a volverse cínicos e, incluso, a menospreciar a los demás. Esto desemboca en una resistencia al cambio, que hace difícil el aconsejarles (7).
Los distintos enfoques de aconsejar que hemos discutido en capítulos anteriores, se aplican también al aconsejar a los adolescentes, así como también las técnicas para tratar de la depresión y el suicidio. Pero es esencial el poder identificar algunos puntos específicos que son únicos del adolescente cuando se plantea una situación de crisis.
Depresión en la primera adolescencia
Debido a que los adolescentes se encuentran en una fase de transición entre la infancia y la edad adulta, su depresión es mixta, y participa de las características de la depresión de ambos períodos de la vida. En algunos casos, la depresión está íntimamente relacionada con sus luchas en el desarrollo.
Como sea que está en proceso de separarse de sus padres y esforzándose por establecer su propia identidad, experimenta frecuentemente el sentimiento de pérdida. Y como ya hemos visto, la pérdida es la base de muchas depresiones. Probablemente la pérdida más común de los adolescentes es la de la propia estima.
La depresión es en realidad más normal en esta fase del desarrollo, que en otros. Por desgracia, algunas de las depresiones de la adolescencia no tienen diagnóstica porque se confunde la depresión con la transición, al considerar que está pasando por los trances del reajuste «normales en los adolescentes».
Hay una diferencia importante entre la depresión de los adolescentes entre los trece y dieciséis años y la de los adolescentes a partir de esta edad. Los primeros tienen una fuerte necesidad de negar las actitudes autocríticas. Evitan por todos los medios mostrar y admitir sus problemas ante los demás. Debido a ello, no exhiben ni aun experimentan la falta de esperanza, abatimiento y autodesprecio que son típicos en las depresiones del adulto. También, al estar en una fase de desarrollo, como los niños, están menos inclinados a pensar qué van a hacer. Es más probable que manifiesten su depresión por medio de un comportamiento franco y abierto que por medio de las preocupaciones introspectivas que caracterizan a los adultos.
Al observar el comportamiento de los adolescentes se notan tres manifestaciones de depresión:
1) Los que reflejan veladamente su estado de depresión interior.
2) Los que hacen evidente su esfuerzo para librarse de la depresión o evitarla.
3) Los que piden desesperadamente auxilio.
Demos ahora una mirada a los síntomas de la depresión en los adolescentes, a partir de estas tres manifestaciones.
La depresión que refleja el estado interior de sentirse deprimido, generalmente se evidencia por tres síntomas principales.
     1.     Un exceso de fatiga. Si se queja de fatiga a pesar de tener el reposo adecuado, es posible que esté sufriendo una depresión que no puede resolver ni expresar.
     2.     La hipocondria es otro síntoma. El adolescente está preocupado por los cambios que tienen lugar en él y que son normales en los de su edad, pero cuando esta preocupación se centra excesivamente en los cambios físicos, puede reflejar una depresión generada por una falta de adaptación. Es una situación difícil, puesto que le resulta muy difícil admitir esto por sí mismo y menos expresarlo a otros.
     3.     Incapacidad para concentrarse. Es posible que ésta sea la causa más común que lleva a la persona a buscar ayuda. Suele hacerse más evidente en los resultados escolares, pero puede aparecer en otras situaciones también. El adolescente niega, con bastante frecuencia, que sea apático o que tenga nada en la mente que le esté molestando. Es posible que admita que su rendimiento en la escuela disminuye, pero ignora la razón. Según él, no importa cuánto se esfuerza en estudiar; le resulta imposible entender las materias ni retenerlas. Cuando dicen esto hay que pensar inmediatamente en una depresión.
La depresión caracterizada por los intentos desesperados de combatirla o evitarla, presenta dos síntomas muy comunes. El primero es el hastío y el desasosiego o inquietud. Una forma de evitar el sentimiento de depresión es mantenerse activo de modo que la mente se mantenga constantemente ocupada en otras cosas. Debido a que el adolescente desea evitar por todos los medios el sentimiento de depresión, su actividad se vuelve excesiva. Parece como si le empujaran, y se muestra muy inquieto y hastiado. Navega entre su alto nivel de interés en nuevas actividades y el sentirse rápidamente cansado y desencantado de ellas. Hay que prestar atención a los adolescentes que muestran dificultades para llevar a término las cosas rutinarias de la vida y, por contra, buscan constantemente nuevas actividades más emocionantes. Puede ser un mecanismo de defensa contra la depresión.
La segunda característica es la huida o aislamiento que, en algunos casos, puede convertirse en todo lo contrario. En este último caso, temen estar solos y buscan constantemente compañía. Por ello, van de uno a otro mirando de hallar a los que pueden darles tiempo y prestarles atención. Necesitan como compañía a otros que no estén preocupados con sus propias actividades. Por desgracia, esta búsqueda frenética les deja poco tiempo para las funciones vitales y necesarias. El sueño, el estudio, obligaciones y trabajo de la casa, se tienen que conformar con el poco tiempo que les sobra.
Hay otros que prefieren estar solos, ya que cuando están en medio de gente aumenta su temor de verse rechazados. Si el adolescente adopta, por contra, la vía del aislamiento y la soledad, se entregara a sus actividades con irenesi. Puede desarrollar un interés especial en hobbies, animales domésticos, o todo aquello que no tiene potencial de rechazo, que es lo que teme principalmente.
La tercera manifestación de depresión está representada por algún tipo de petición de auxilio. Esto suele evidenciarse por alteraciones en el comportamiento que puede incluir rabietas, ataques de nervios, marcharse de casa, hurtar, y toda variedad de actos antisociales y de rebeldía.
El comportamiento anómalo tiene un propósito definido en sus intentos de afrontar la depresión. El estar ocupado en algún hecho dramático, si es nuevo y atrae la atención de los demás, le evita el tener que enfrentarse con aquello que realmente le molesta. Si el nuevo modo de comportarse le proporciona información sobre sí mismo procedente de los de su edad o grupo, el resultado es un robustecimiento o mejora de su propia imagen. Pero demuestra, a la vez, su falta de control de los impulsos, y esto en sí mismo es una petición de ayuda. Es un mensaje indicando a los demás que está en apuros y que no puede controlar su propia vida. Esta forma de comportamiento negativo no es secreto. Las acciones suelen ser públicas hasta cierto punto y llevadas a cabo intencionadamente, de forma que los demás se den cuenta de que está atrapado en ellas (8).
La depresión en la adolescencia tardía
Los adolescentes de más edad tienden a manifestar su depresión en formas similares a las de los adultos. No obstante, pueden todavía expresar síntomas indirectos, por medio de comportamientos que indican una mala adaptación. ¿Cuáles son éstos?
Las drogas pueden ser, en algunos casos, un medio de expresión. Es cierto, hay multitud de razones para el uso de las drogas, pero no debemos olvidar que algunas pueden estar relacionadas con la depresión. En este caso, sirven varios proposnos. Ayudan al joven a defenderse físicamente de los síntomas de depresión y, a la vez, el compartir la experiencia de la droga, le ofrece oportunidades de relación con sus iguales. El riesgo en la obtención de drogas ilegales puede añadir un elemento más de emoción.
La promiscuidad sexual es otro de los medios de defensa contra la depresión, con más frecuencia en las chicas que en los chicos. La atención conseguida y los sentimientos de sentirse necesitado y querido pueden generar una sensación de alivio para los sentimientos de tristeza y soledad que la depresión comporta.
El intento de suicidio es otra de las manifestaciones. En los últimos años se ha producido un aumento tanto en los intentos como en los suicidios reales entre adolescentes. El suicidio puede ser una manifestación de la depresión, aunque puede también estar vinculado a otras causas. W. Blackburn destaca siete factores básicos que han influido en este incremento en los suicidios: Una degradación de los estándares morales, la alta movilidad de la sociedad, el alto porcentaje de divorcios, el abuso de alcohol y drogas, la popularización y exaltación de la violencia en los medios de comunicación, la facilidad, en algunos países, para adquirir armas, y la difusión del propio índice alarmante de suicidios (9).
El sentimiento de soledad que acompaña a la depresión es un factor clave en los casos que culminan en el suicidio. El propio Blackburn ofrece una explicación simple de cómo al fallar el sistema de apoyo puede conducir a un comportamiento suicida.
«Las fuentes de apoyo se tambalean sobre sus bases. Cuando las bases son endebles, algunos jóvenes buscan la salida en el alcohol y otras drogas. Estos factores, cuando se unen a las ideas idealísticas y románticas del adolescente sobre la muerte, y a una sociedad que ensalza la violencia facilitando el acceso al suicidio, combinan en una mescolanza tan poderosamente letal que esparce la muerte entre un número cada vez mayor de adolescentes. La intencionalidad culmina en un suicidio real. Cada suicidio, se quede en intento o culmine en muerte, es una semilla que siembra la idea de una muerte autogenerada en la mente de otro. Un suicidio en la familia atrae a otros miembros de la misma o personas allegadas hacia esta opción» (10).
El adolescente se expresa muchas veces en clave, mediante comportamientos que tienen escondido un mensaje. Por ejemplo, la automutilación que practican algunos adolescentes, manifiesta su deseo de independencia. Este comportamiento puede ser también, en cierta manera, un intento de controlar su temor o sus pensamientos sexuales, sus impulsos violentos y agresivos. Al hablar con un joven, es posible que responda: «Es mi cuerpo y puedo hacer con él lo que me dé la gana, y nadie puede impedírmelo. Intentadlo. No lo conseguiréis.» Cualquier esfuerzo encaminado a controlar su comportamiento externo, sin tratar antes sus sentimientos, resultará ineficaz (11).
La alienación y el retraimiento de la personalidad son todavía otras de las manifestaciones depresivas. Los adolescentes deprimidos se vuelven apáticos y evitan el contacto con los demás. Mantienen, no obstante, cierta relación social con aquellos que les inspiran la idea de intimidad y de pertenencia. Sin embargo, sus relaciones suelen ser con otros en las mismas características, lo que implica que su relación refuerza el sentimiento mutuo de depresión. Este encerrarse en sí mismo conduce a la falta de acción. El joven evita todo aquello que considera pueda conducirle al fracaso y cualquier aspiración que pueda llevarle a una decepción. Por tanto, no acepta ningún esfuerzo ni se implica en acción alguna que pueda acarrearle riesgos.
¿Cuáles son las causas de la depresión en la adolescencia? Son prácticamente las mismas que en la mayor parte de los adultos, a las que se añaden los problemas de la transición generacional. Muchas de sus reacciones proceden de sentimientos de pérdida o de fracaso que, de nuevo deben mirarse bajo la perspectiva del adolescente. El rechazo por parte de otro, el perder una competición artética, el tener que llevar prótesis dental a los dieciséis, y así sucesivamente, son, para el adolescente, sentimientos reales de fracaso y pérdida. Con el agravante de que los mira bajo el prisma de la fantasía. Como pérdida entendemos, en este sentido, una preocupación no realista o inconsciente que hace que la persona se sienta privada o empobrecida por la ausencia de toda evidencia objetiva que justifique su preocupación excesiva (12).
Hay otras pérdidas más serias. La pena es parte de la pérdida y el tipo de pena varía según el tipo de pérdida. Cuando los adolescentes pierden al padre o la madre por fallecimiento, recurren a la negación como medio de protección ante esta experiencia amenazadora y los sentimientos que la siguen. Si la relación era íntima habrá pena intensa a la que se añadirá la ira, al quedarse solo.
La muerte de un hermano produce también un sentimiento de pérdida, de características mucho más dispares, debido a la mezcla de sentimientos positivos y negativos que caracterizan a las relaciones entre hermanos y hermanas.
Si un adolescente pierde a un amigo genera un sentimiento de ansiedad muy fuerte. Los adolescentes se dan cuenta de que los adultos mueren, pero la muerte de uno de su edad es un shock muy superior, que los anonada. Tienen que hacer frente a su propia mortalidad en una edad en que no están preparados para ello.
Otra pérdida a la que muchos se ven obligados a enfrentarse es el divorcio de los padres. Cuando ocurre se produce una pérdida de seguridad y confianza en el futuro. La ira hacia uno de los padres, el que se va, es fuerte, y dura más tiempo que si la persona hubiese muerto. En la muerte el padre o madre no se marcharon por su propia decisión. En el divorcio la persona que se ha ido podía no haberlo hecho. Así que, ¿por qué se ha marchado? La parte de culpa que el joven descarga en el que ha marchado, es fuerte y difícil de resolver. No obstante, no se culpa ni autoresponsabiliza a sí mismo por el divorcio, como hacen muchos niños. Después del divorcio, el adolescente tiende a pasar más y más tiempo fuera de casa, puesto que la casa ya no le infunde la misma seguridad que antes. Puede que experimente un exceso de libertad y tentaciones que no está preparado para afrontar. Puede que tema la pérdida de sus amigos. Si tenía ya tendencia a la depresión y al retraimiento, éstos, lógicamente, se acentúan. (Discutiremos la pérdida por fallecimiento y divorcio con más detalle posteriormente, en este mismo capítulo).
Otra de las pérdidas con que tienen que enfrentarse los adolescentes tiene lugar cuando uno de los padres, un hermano o amigo, sufre una enfermedad crónica, degradante. Esto le crea temor sobre su propia vulnerabilidad. El temor puede hacer que se aísle y se retraiga, lo cual le crea sentimientos de culpa, puesto que considera que no se está comportando como debiera.
Incluso la ausencia de un amigo debida a un traslado puede producir sentimientos de pérdida. El dolor sufrido es tan severo como un rechazo. El mismo sentido de pérdida puede producirse cuando tiene lugar un cambio de escuela, o cualquier otro tipo de cambio (13).
La diferencia más importante entre la pérdida real y la imaginaria o fantaseada es ésta: La pérdida real tiende a acarrear una depresión reactiva en la que las características depresivas son fácilmente observables. La pérdida imaginaria tiende a ser el tipo de depresión en que las manifestaciones no son aparentes en el que las padece, ante un profesional no acostumbrado a tratarlas.
Un factor importante a tener en cuenta es que el proceso normal de desarrollo implica en los adolescentes cierto número de pérdidas reales que amenazan su autoestima. Durante este período se supone que se desprendan de su dependencia de los padres, lo cual es probable que hagan. Pero algunos se adhieren a sus padres más que otros y vacilan, en tanto que otros se sueltan tan rápidamente como pueden. Deben transferir la dependencia emocional de sus padres a compañeros y amigos de su misma edad, lo cual es mucho menos estable y seguro. Se espera también que acepten responsabilidades respecto a su futuro y, finalmente, que tomen el control de sus vidas. Ello les obliga a tener que aprender a vivir sin algunas de sus fuentes previas de gratificación, lo cual puede ser un factor subyacente de depresión. Recuerda que cuanto mejor preparado esté el adolescente para hacer frente a los retos transicionales de la adolescencia, a renunciar a sus vínculos anteriores y a asimilar las pérdidas reales, o imaginarias, mejor podrá evitar los episodios depresivos. Cuando te enfrentes con un adolescente deprimido, ésas son algunas de las cuestiones más corrientes a considerar antes de trazar un plan de tratamiento.
Pérdida a causa de muerte o divorcio
Cuando un adolescente pierde a uno de los padres por fallecimiento, con frecuencia se queda sin amarras y va a la deriva, por su cuenta. Van Ornum y Murdock describen este proceso de la siguiente manera:
«La adolescencia es un período de progresiva separación de los padres. Pero cuando ésta tiene lugar abruptamente, el proceso gradual requerido para una identificación saludable con uno de los padres, no tiene lugar. Los adolescentes para desarrollar sus propias ideas se ven obligados a resistir primero a las ideas de los otros. A través de su rebeldía descubren lo que son. Cuando muere uno de los padres, el proceso de resistencia, de enfrentamiento, de desarrollar ideas independientes, y luego redescubrir el punto de vista del padre, no cubre todo su círculo, de inicio a final. La muerte del padre o la madre pueden lanzar al adolescente a un polvorín» (14).
Pasa a ocuparse más de sí mismo, pero esto puede crearle preocupaciones adicionales. Por ejemplo, si uno de los padres muere debido a una enfermedad, el joven puede presentar temores y síntomas psicógenos de enfermedad, dolor o desfiguración.
Aliéntale a que exprese abiertamente su ira. No se la enjuicies ni se la critiques. Lo que menos necesita son juicios y críticas, sean tuyos o de otros.
Procura averiguar qué otras personas pueden llenar el vacío creado por la muerte del padre o la madre; le ayudará a no interrumpir el proceso de transición.
El divorcio de los padres impide el desarrollo normal del adolescente durante cierto período. Se siente abandonado, y su canal de energía y fuerza moral procedente de la familia se estronca. Ello produce la aceleración del proceso de autonomía —le obliga a crecer antes de tiempo. El divorcio de los padres puede tener un efecto duradero tanto sobre sus actitudes como sobre sus valores. Se desilusiona en lo referente al valor de los compromisos, de la entrega y de las relaciones. «Si tus propios padres se divorcian, ¿en quién puedes confiar? ¿Cómo sabes, cuando te casas, cuánto va a durar?»
Los mecanismos de defensa para hacer frente al divorcio de los padres incluyen sentimientos de vacío, temor, problemas para concentrarse y fatiga. Los adolescentes hijos de divorciados, adoptan una actitud crítica hacia sus padres y su comportamiento. Se sienten traicionados y temen hablar de su dolor y bochorno, por temor a que otros los vean como fracasados. ¿Cómo se defienden contra esto? Por medio del rencor y de la ira (15).
Hay otros casos en los que el divorcio produce un sentimiento de alivio, ya que con él terminan las luchas. Pero esto resulta muy difícil de expresar. El proceso de la pena está tan ligado a la muerte del padre o la madre, como puede estarlo al divorcio. Pero en la muerte está el carácter final del proceso de la pena, en tanto que en el divorcio no hay término. El dolor y las heridas siguen durante años.
La mayor parte de técnicas de aconsejar al joven deprimido son, como hemos dicho ya, las mismas que vimos para el adulto. Quisiera recomendarte, en este punto, que leas nuevamente los principios sobre aconsejar expuestos en el capítulo sobre la depresión.
Si tenemos en cuenta las implicaciones del concepto de pérdida en la vida del adolescente, veremos que tu intervención puede resultar vital. El que le hagas patente tu respeto e interés por él como persona, puede proporcionarle la relación que precisa para compensar parte de su pérdida, y le ayude a levantar su estado de ánimo. Esto te permitirá dirigir sus esfuerzos de modo eficaz para que se enfrente con lo que origina su depresión y encuentre soluciones.
Si trabajas con un adolescente que sufre de pérdida real, ayúdale, si te es posible, a través de su conversación sobre el tema, analizando distintas perspectivas, tales como hacerle ver que la tragedia no es tan trágica y menos permanente de lo que él imagina. Si la pérdida es fantástica, la tarea será más difícil. Puedes verte obligado a recurrir a interpretaciones más especulativas de lo que ha sucedido, con objeto de que él mismo llegue a descubrir aquello que no existe y que, aunque existe, para él resulta desconocido (16).
Algunos adolescentes que experimentan tensión y crisis responden con la huida. Para ellos es una solución lógica. Pero, no sólo huyen de la tensión; también corren hacia algo. Generalmente corren en busca de sentimientos menos alienantes y de un mayor autocontrol de sus vidas. Cuando un joven está desilusionado por una crisis, necesita restablecer vínculos de relación significativa con otros, aumentar la estimación de sí mismo y hallar algún propósito por el que vivir. Esto lo quiere inmediatamente, pero falla en darse cuenta de que para conseguirlo tiene que dominar antes el estado de shock en que la crisis le tiene inmerso y que bloquea sus esfuerzos transformándolos en stress.
Recuerda que el entender la situación, por sí mismo, no es suficiente. La persona necesita hacer algo con respecto a los síntomas y la dirección de su vida. Muchos consejeros experimentan situaciones frustrantes, al aconsejar a adolescentes, porque proporcionan caminos y expectativas de adulto a una persona que no lo es aún. El adolescente, debido parte a su fantasía, parte a su estado depresivo, puede que espere demasiado de ti, incluyendo una cura mágica, instantánea. Es muy común que diga, simplemente: «No sé qué hacer. Dígame lo que debo hacer.» Como sabes, esto puede ser una trampa mortal, si caes en el error de responder a sus deseos. Date cuenta que cuando esto sucede y tú respondes, es él quien está dirigiendo la sesión de consejería y no tú. Debes mantener siempre el timón y el control. Y al hacerlo, recuerda, que al no darle la respuesta o ayuda según él la percibe, vas a ser el objeto de su ira en una forma u otra. Esto es parte del riesgo de aconsejar.
Cuando los adolescentes vienen a verte, bien sea por su cuenta o porque alguien los hace venir, podrás distinguir en ellos toda una gama de reacciones. Algunos vacilarán mucho antes de conversar contigo. En este caso, usa algunos procedimientos indirectos, tales como reflejar su silencio o responder a su comunicación no verbal. Los que son reacios a hablar generalmente es porque están asustados. Pueden estar asustados de ti o de ellos mismos. El miedo a su propia vulnerabilidad, les hace temer que los domines en la sesión; que les digas a otros lo que ellos te dicen; no poder hallar las palabras exactas para decirte lo que sienten, y así sucesivamente. Otros pueden mostrarse airados contigo. Déjales que lo estén; acéptalo, simplemente, y diles que no hay ningún problema en que muestren enojo, también, si esto les acomoda (17).
No todos los consejeros pueden trabajar de modo efectivo con adolescentes, y es necesario que estés dispuesto a aceptar esta posibilidad. El referirlos o enviarlos a otros no es una señal de fallo o debilidad por tu parte, sino un paso positivo a fin de dar la mayor ayuda posible a la persona en crisis, sea un niño, un adolescente o un adulto.
El Dr. Keith Olson sugiere algunas de las cualidades que deben poseer aquellos que desean trabajar efectivamente con adolescentes deprimidos. Evalúate a ti mismo en base a esta lista.
1.     Mucha capacidad para desarrollar con facilidad contactos cálidos y empáticos con los jóvenes.
2.     Ser fiable y consecuente en tus respuestas.
3.     Controlarte a ti mismo y el ambiente mediante el uso inteligente de tu autoridad de modo que no rebaje o devalúe al adolescente aconsejado.
4.     Presentarte de modo que tu personalidad ofrezca una imagen positiva al adolescente cara a la formación de su propio ego.
5.     Tolerar el que se desconfíe de ellos, sin generar sentimientos defensivos de ira o vacilaciones personales.
6.     Ser capaz de desarrollar relaciones con los adolescentes aconsejados, de modo confortable, a pesar de las características narcisistas y egocéntricas de los mismos.
7.     Ser muy estimulantes y dar sostén a los movimientos del aconsejado hacia la independencia.
8.     Tolerar los ataques airados y hostiles de los aconsejados sin reaccionar con ira, defensa propia o dudas sobre ti mismo.
9.     Por su apariencia, personalidad, estilo de aconsejar, y presentación en conjunto, ser aceptado en general y bien recibido por los adolescentes (18).
Es posible que los adolescentes no se queden muy impresionados al ver a un pastor tratando una situación de crisis, a menos que ya se haya establecido la relación anteriormente.
Para ayudar en el proceso de aconsejar, procura informar a la persona sobre los límites de la confidencialidad. El adolescente está preocupado de que puedas informar a sus padres. Debe tener la seguridad de que lo que dice será mantenido en secreto. Sin embargo, es posible que creas conveniente decirle que si se implica a sí mismo en alguna clase de conducta que sea en extremo destructiva y no pueda detenerse después que tú hayas trabajado con él, te verás obligado a recurrir a la posibilidad de que otros sepan lo que te ha dicho, para su propia protección, aunque él no quiera que tú lo digas (19).
Debido a la tendencia del adolescente a centrarse en las experiencias negativas y desagradables, es posible que tengas que hacer resaltar lo positivo e intentar reflejar sentimientos optimistas. Empezará a sentirse más capaz cuando tú le ayudes a desarrollar sus puntos fuertes. Hazle ver que tú has solucionado los mismos o similares problemas con anterioridad. Ayúdale, asimismo, a recordar cómo en otras ocasiones ha resuelto por sí mismo dificultades parecidas. Habrá veces en las que puede ser conveniente decirle lo que a ti te ha dado resultado, pero, ten cuidado, que no parezca que estás dándole consejos o moralizándole.
Al trabajar con un adolescente, puede serte útil animarle a plasmar por escrito sus sentimientos, puesto que muchos de ellos tienen dificultad en expresarse oralmente frente a otra persona. Escribir es un proceso privado y ayuda a expresar sentimientos esquivados o negados. El escribir puede ayudarle a centrarse en su situación, y en sus sentimientos sin sentirse nervioso o abochornado.
T.J. Tuzil, sugiere, en el trabajo con adolescentes, el uso de un diario escrito. A medida que esta persona va avanzando a través de la crisis, esta actividad le ayuda a clarificar los sentimientos y aumentar su nivel de objetividad.
El diario, o cuaderno diario, puede organizarse en dos categorías diferentes: «situaciones» y «yo mismo». Al usar la columna «situaciones», el adolescente debe escribir relatos de, por lo menos, dos situaciones que le hayan acaecido y cuáles han sido sus sentimientos y reacciones después de las mismas. Esto es importante puesto que muchas crisis tienen su origen en situaciones externas.
En la columna «yo mismo» anotará acciones iniciadas por él, dando sus razones, reacciones y sentimientos. Después de completar este cuaderno durante varios días o semanas, el aconsejado se da cuenta de un modo más claro de sus sentimientos y de por qué se comporta en la forma en que lo hace (20).
A veces, el escribir cartas que no se envían, puede ayudar al adolescente a manejar sus sentimientos de crisis. Por ejemplo, puede escribir a un padre o hermano que no está presente debido a un divorcio, separación o muerte.
Si un adolescente se siente desilusionado debido a una crisis, ayúdale a desarrollar un sistema de apoyo; eleva su propia estima y descubre significados y propósitos. ¿Cómo? Siguiendo los pasos necesarios que ayudan a toda persona en crisis, pero especialmente a través de empatía, escuchándole primero y luego tratando de resolver los problemas. El mejor apoyo que puedes prestar a un joven es cuando le escuchas y comprendes sus sentimientos. Su necesidad y su ilusión está en que su punto de vista sea atendido y respetado. Si tú le escuchas, él te escuchará, a su vez, cuando le presentes tus sugerencias.

1 Adaptado de Jay Kesler, Parents & teenagers (Wheaton: Victor, 1984), p. 17.
2 Ibid., pp. 151–55.
3 Dr. G. Keith Olson, Counseling teenagers (Loveland, Colo.: Group Books, 1984), pp. 27–28.
4 Ibid., pp. 55–56.
5 Fred Steit, Parents & problems: Through the eyes of youth, citado en Peter H. Buntman y Eleanor M. Saris, How to live with your teenager (Pasadena, Calif.: Birch Tree Press, 1979), p. 14.
6 Olson, p. 57.
7 Adaptado de William E. Van Ornum y John B. Mordock, Crisis counseling with children and adolescents (New York: Continuum, 1983), pp. 41–43.
8 Adaptado de Frederic F. Flach y Suzanne C. Draughi, The nature and treatment of depression (New York: Wiley, 1975), pp. 104–06.
9 Bill Blackburn, What you should know about suicide (Waco: Word, 1982), p. 24.
10 Ibid., p. 31.
11 Adaptado de R.R. Ross y B. McKay, Self-mutilation (Lexington, Mass.: Lexington Books, 1979), n.p.
12 Adaptado de Flach y Draughi, pp. 104–7.
13 Adaptado de Olson, pp. 495–96.
14 Van Ornum y Mordock, p. 76.
15 Adaptado de J.S. Wallerstein y J.B. Kelly, «The effects of parental divorce: The adolescent experience», en E.J. Anthony and C. Koupernik, eds., The child in his family: Children and psychiatric Risk (New York: Wiley, 1974).
16 Adaptado de Flach y Draughi, pp. 106–11.
17 Adaptado de W. Van Ornum y John B. Mordock, p. 50.
18 Olson, pp. 360–61.
19 Adaptado de R.A. Garner, Psyhotherapeutic approaches to the resistant child (New York: Jason Aronso, 1975), p. 62.
20 Adaptado de T.J. Tuzil, «Writing: A problem-solving process» Social Work, 23 (1978), pp. 63–70.
Wright, H. N. (1990). Cómo aconsejar en situaciones de crisis (267). Terrassa: Editorial CLIE.

Ministrando a los niños en estado de crisis

Supongamos que eres niño otra vez. Tienes siete años. Tus padres acaban de trasladarse y éste es tu primer día en una nueva escuela. Todo es extraño y te asusta. No has dormido bien. No te sientes bien del estómago y tienes que ir al retrete con frecuencia. Mientras bajas las escaleras para entrar en clase, piensas que preferirías escapar adonde fuera. Al abrir la puerta ves treinta y cinco rostros extraños que se giran y fijan los ojos en ti. ¡Estás a punto de entrar en crisis!
Quizá para un adulto una experiencia semejante no adquiriría el carácter de crisis (aunque para muchos adultos la experiencia de una nueva situación semejante les genera una pequeña crisis). Pero a los ojos de un niño la situación puede convertirse en dramática. El cambiar de residencia, la separación o divorcio de los padres, el rechazo por parte de un amigo, la pérdida de un perro o gato queridos, una mala nota en la escuela; éstos y muchos otros sucesos pueden producir un trastorno equivalente en intensidad, para el niño, a una crisis emocional.
El niño experimenta muchos trastornos y crisis. Padece abundante temores, reales y potenciales. El ministrar a los niños implica ministrar a los padres de estos niños también. Asimismo implica entrenar o educar a los que trabajan con niños en tu iglesia para que identifiquen las señales de los problemas de crisis, y los preparen para ayudar tanto como puedan. Algunas personas suponen que nunca van a trabajar directamente con niños. Quizá será verdad, excepto cuando ocurre una crisis y se ven forzados a resolverla. Todos tenemos necesidad de estar preparados.
Como ministro o consejero lego, en algunos casos tendrás que ver a los padres inicialmente. Es posible que puedas operar a través de ellos, dándoles consejos y sugerencias que ayuden a los niños. En otras ocasiones, sin embargo, tendrás que ayudar al niño directamente. Tienes que ser capaz de hacer las dos cosas.
En este capítulo vamos a considerar varios problemas específicos de los niños. Estos problemas tienden a sobreponerse en algunos casos y, con todo, son distintos. Las sugerencias que damos en este capítulo van a ser útiles no sólo para tratar las situaciones discutidas, sino para otros problemas también.
Las crisis en un niño pueden tener efectos muy prolongados y duraderos, debido a que el niño es menos capaz de resolver sus traumas en el futuro cuando éstos han sido frecuentes y serios. Éste es un hecho que lo demuestra la investigación del problema (1).
Los niños hacen frente a los sucesos de crisis de forma distinta a la de los adultos. Se ven más limitados en sus recursos para conseguirlo.
Para el niño «hay» dos estadios de resolución. La reacción del primer estadio implica el shock inicial y luego un elevado nivel de ansiedad. Los adultos manjean este estadio mejor, debido a su experiencia previa con crisis. Los niños no tienen experiencia de que valerse. Ignorantes de que la adaptación es únicamente cuestión de tiempo y que su problema va a resolverse, sus sentimentos se hallan en medio de un torbellino. La mente y estado emocional del niño no se han desarrollado todavía suficientemente para resolver sus problemas, al mismo nivel que el adulto. Los adultos se apoyan en recursos y rutinas establecidas; los niños se sumergen en el caos. Pierden su identidad y su sentido del yo.
Los niños carecen tanto de la habilidad verbal como de la fantasía creativa de que dispone un adulto. Si creen haber hallado una solución, aunque ésta sea pobre, se aferran a ella pese a que posiblemente no les convenga o no sea buena para ellos. El niño necesita discutir y aclarar sus temores con la ayuda de un adulto porque es probable que no se dé cuenta de que tiene otras opciones.
Si un niño permanece ansioso y no se comporta a la altura de su potencial, es porque se ha atascado y no ha resuelto todavía la crisis. Cuando ocurren sucesos incontrolables el niño se encuentra impotente. Este estado de impotencia les lleva a perder el control, cuando esta pérdida de control se reproduce en varias ocasiones hay el peligro de que se convierta en crónica. Algunos adultos a veces resuelven sus crisis mediante unas vacaciones o restringiendo sus actividades de alguna forma, pero este enfoque no es válido para los niños. Éstos se ven obligados a retos diarios a los que tienen que hacer frente; por ejemplo: no se les permite faltar a la escuela.
Una de las reacciones características de un niño bajo una crisis es la regresión o retroceso. Cuando el niño se mueve dentro del ambiente y nivel apropiados a su edad, sabe cómo usar su capacidad y habilidades de forma apropiada para relacionarse con los demás y afrontar sus tareas diarias. Pero cuando se desequilibra, como ocurre en una crisis, pierde la capacidad de coordinar todas sus habilidades con las que hacer frente a la situación. Se queda confuso y desorganizado. Cuando intentamos ayudar a un niño debemos ser muy conscientes de sus reacciones y guiarle en su comportamiento.
Cuando tú, alguna persona de la Escuela Dominical u otro consejero trabajéis con niños en crisis, debéis considerar los siguientes factores:
•     El ayudar a un niño a resolver una crisis puede convertirse en crisis para el consejero.
•     La tendencia a forzar la resolución de la crisis o taponándola demasiado pronto, en el caso de los niños produce la reacción contraria.
•     No tienes soluciones mágicas, así que no des al niño la idea de que sí las tienes.
•     Las cosas pueden empeorar antes de mejorar. Esto es cierto no sólo en los niños sino en muchos tipos de aconsejar.
•     Al trabajar con un niño, procura no vacilar entre sentimientos de confianza e incertidumbre.
•     Si muestras mayor interés e inviertes más esfuerzo en ayudar al niño que el interés que el niño tenga en ser ayudado, los resultados van a ser muy pobres.
•     El niño va a influir en ti tanto como tú influyas en él. Sus sentimientos y reacciones se te van a contagiar.
•     Un niño ansioso tenderá a estar de acuerdo con la mayoría de cosas que le digas. A los niños puedes conducirles con gran facilidad, dependiendo de la forma en que les formules las preguntas. Procura no inducirles a afirmaciones falsas.
•     Es posible que tengas que enfrentarte con tus propias limitaciones y tu propio deseo de seguir proporcionando ayuda continuada una vez resuelta la crisis.
•     La mayoría de las personas que intentan ayudar a niños experimentan algunas o quizás todas las consideraciones anteriores (2).
Entre los numerosos enfoques de cómo tratar a los niños destaca el uso de la empatía. La empatía significa entrar en el mundo privado del niño y sentirse confortable en él. Es comprender lo que piensa el niño partiendo de la base que su percepción de las cosas es distinta de la tuya como adulto.
Empatía significa moverse temporalmente dentro del mundo del niño, sin emitir juicio alguno.
Captar el significado de los sucesos de los cuales el niño no se da cuenta.
Poner tus pensamientos y tu ayuda en palabras que el niño pueda entender.
Empatía significa renunciar al intento de descifrar y exponer al niño sus sentimentos inconscientes. Esto resultaría en exceso amenazador y contraproducente.
Una de las principales tareas de la empatía es clarificar los sentimientos confusos del niño, ya que puede darse el caso que esté experimentando un buen número de ellos al mismo tiempo. El poner orden en esta confusión le ayudará a resolver los problemas de acuerdo a su capacidad (3).
La comunicación es una de las claves en el aconsejar a los niños en crisis. Si no has hablado con niños desde hace tiempo, al tratar de entenderlos vas a sentirte como alguien que invade territorio extraño. Algunos afirman y están convencidos de que pueden comunicarse fácilmente con los niños, pero, ¿sienten los niños realmente que hay comunicación entre ellos y estas personas? Ellos tienen su propio estilo de razonamiento, significados de palabras y relaciones entre sucesos. Si ves posibilidades de ministrarles, tu ministerio debe desarrollarse dentro de este marco de referencia. La pauta de pensamiento del niño sigue su propia lógica, no la tuya. Y lo que tiene sentido para ti es posible que no lo tenga para él.
Es, por tanto importante, cuando ministramos a niños en estado de crisis, considerar el modo de pensar y la comunicación con los niños desde diferentes estadios y enfoques. William Van Ornum y John B. Murdock han desarrollado una clasificación interesante del modo de pensar y la comunicación del niño (4).
Los años mágicos de la infancia
Los años mágicos (edad entre tres y seis años) son los años que van desde la primera infancia, hasta el parvulario. Los niños, en esta edad, experimentan crisis. Llamamos a este período el del «pensamiento mágico», puesto que en este estadio el niño está convencido de que sus propios procesos de pensamiento pueden influir en los objetos y sucesos del mundo que le rodea. Es incapaz de entender en qué forma suceden las cosas y por qué suceden, o sea, que la vida es para ellos impredictible. Los adultos aceptan los sucesos súbitos como parte de la vida. Las Escrituras nos enseñan que la vida es incierta y hemos de esperar problemas y trastornos. Pero los niños tienen serías dificultades en comprender esto.
En esta edad, no entienden que sus pensamientos no sean la causa directa de un suceso. Su modo de pensar refleja omnipotencia. Creen que son y están en el centro de la vida y puede afectarles lo que sucede a su alrededor. No entienden, por ejemplo, por qué enferman. Se quedan muy trastornados con los cambios que tienen lugar en el cuerpo cuando ocurren enfermedades. Y creen con frecuencia que ellos son la causa de la enfermedad. Sienten que fueron malos y que el resfriado es un castigo.
Si ésta es la forma en que piensan, ¿qué es lo que vas a hacer cuando te llamen para prestar ayuda a un niño? Te será imposible cambiar totalmente su modo de pensar. Esto tienes que aceptarlo como un hecho y aminorar tu propia frustración. El ayudar a un niño a expresar plenamente sus pensamientos y sentimientos es una de las tareas más hermosas. Esto le llevará a conseguir un mayor control de sí mismo en el proceso de la crisis. Al expresar sus pensamientos en alta voz le haces avanzar hacia una nueva posición. Hay que repetirle pacientemente las preguntas, y animarle a que piense en voz alta. Ayúdale a descubir la razón más probable o el motivo real de lo que ocurre. Intenta ayudarle a que descubra esto por sí mismo, en vez de facilitarle tú la razón. Busca alguna indicación de culpa que es posible que el niño esté experimentando.
Supongamos que un niño pequeño se ha visto separado de su madre a causa de un divorcio y se encuentra viviendo con su padre. El consejero que le ayuda le dice: «Jimmy, puede que alguna vez hubieras pensado o deseado que tu madre se fuera. ¿No es así? Ahora se ha ido. Dime si a veces has pensado cosas así, cosas que deseabas que pasaran.» Después que el niño haya expresado sus sentimientos, el consejero le dice: «Tu madre tenía diversas razones para marcharse, pero ninguna de ellas tiene nada que ver contigo. Vamos a averiguar juntos cuáles eran estas razones. ¿A quién crees que podrías preguntárselo?»
Recuerda que el niño es egocéntrico; todo lo centra en sí mismo. No considera el punto de vista de los demás. Esto no tiene nada que ver con ser engreído u orgulloso, es, simplemente, una parte normal del proceso de desarrollo. Los niños a esta edad hablan como para sí mismos. Tienen su propia forma particular de hablar para y es posible que no se comuniquen con nadie en particular. No se preocupan de si el que escucha les entiende o no. Suponen que sus palabras tienen más significado del que realmente tienen. Lo dan todo por sentado, como un hecho, sin apercibirse de que los adultos precisan clarificación. No es sino hasta la edad de siete años que el niño empieza a aprender a distinguir entre su perspectiva y la de los demás.
Como consejero, es necesario que uses su lenguaje y que seas flexible en tu comunicación. Has de guiar activamente tu conversación con el niño, puesto que de otro modo el resultado será un fracaso.
Un niño toma las cosas de forma literal; todo es según él lo ve. Cuando el padre le dice: «¡Estoy harto de la forma en que te portas!», ¿qué es lo que piensa el niño? Capta la ira de su padre, pero cree también que está literalmente harto y cansado. Piensa, por tanto, en todas las frases y expresiones idiomáticas que tienen otro sentido para nosotros, pero no lo tienen para él. Procura penetrar en su mente. ¡Si pudieras oír lo que está pensando te quedarías asombrado!
Cuando el niño junta dos y dos no forzosamente tiene por qué obtener cuatro como resultado. Sus asociaciones de ideas son especiales. Tales asociaciones tienen sentido para él, pero no para los demás. Un niño puede considerar que la enfermedad y el fútbol están relacionados, puesto que su padre se puso enfermo la última vez que fue a ver un partido de fútbol. Puede, incluso, ponerse muy angustiado y rehusar ir a un partido a causa de la conexión que ha efectuado entre la enfermedad de su padre y dicho partido.
Los niños se centran, con frecuencia, en un solo aspecto de un suceso, excluyendo todos los demás. Los árboles no les dejan ver el bosque. Si les das, durante la conversación, un exceso de información y les hablas de muchos sucesos a la vez, son incapaces de absorberlos. Tienes que introducir los distintos aspectos de la situación de modo gradual, si quieres que los asimilen. Tu trabajo será ayudarles a distinguir todos los aspectos, organizar sus pensamientos, y explorar otras razones por las que aquello ha sucedido. Una de las mejores descripciones que he oído al respecto dice que ayudar a un niño es como trabajar en la resolución de un rompecabezas. Les ayudas haciendo que descubran las otras piezas, señalándoles algunas de dichas piezas, y guiándoles a encajarlas todas.
Cuando te propongas ayudar a un niño recuerda, básicamente lo siguiente: que el niño se siente responsable por lo que ha ocurrido; que las conexiones que hace entre las cosas son diferentes a las tuyas; y que es egocéntrico, se centra en un suceso excluyendo los otros.
A mitad de la infancia
Los niños de los siete a los doce años cambian sustancialmente su modo de pensar. Avanzan en su capacidad de pensar de forma conceptual. Son ya capaces de resolver problemas en su mente, en vez de tener que hacerlo por el método de probar y errar, y volver a probar de nuevo. Pueden ver el punto de vista de los demás, y reconocen también los sentimientos de los otros. Incluso su mundo de fantasía cambia.
Tienen fantasías sobre personas y sucesos reales, en lugar de tenerlas de modo mágico.
Los niños, a mitad de la infancia, suelen ser pacíficos y simples, sosegados y educables. Pero tienen aún dificultades para resolver una situación de crisis. Prefieren evitar el tema en cuestión y, con frecuencia, cambian de conversación cuando se intenta llevar la discusión hacia su problema. Tratan de eludir el dolor y la ansiedad. Es por esto que muchos que trabajan con niños de esta edad usan juegos en el proceso de terapia. El juego facilita al niño una salida camuflada a sus sentimientos y, posteriormente, da al consejero la información que busca. Los juguetes de comunicación, tales como cintas magnetofónicas, teléfonos, materiales para dibujar, muñecos y títeres, son muy útiles.
No obstante, aun cuando los niños a esta edad han desarrollado considerablemente sus procesos de pensamiento, tienden todavía a llegar a conclusiones sin poner en consideración todos los hechos. Presentan una tendencia a prestar atención a información contradictoria, sin darse cuenta de que es incompatible. A menudo no entienden lo que oyen. A veces no entienden lo que los adultos hablan, cosa que se agrava con el hecho de que los adultos no se aperciben de que el niño no les ha comprendido. Cuando trabajes con un niño es necesario que seas muy claro e, incluso, repitas varias veces lo dicho, en otras palabras. Repite y vuelve a repetir. Lo que puede resultar evidente para ti no tiene por qué serlo para el niño.
Basándonos en la forma en que el niño piensa, escucha y razona, ¿qué enfoques adicionales pueden adoptarse cuando se ministra a un niño en situación de crisis? Ante todo, sé flexible y capaz de cambiar los planes sobre la marcha. Si te das cuenta que el trabajar con niños no es cosa para ti, no dudes en abandonar y poner el caso en manos de otro. Es mejor que los niños estén en contacto con personas más aptas y dotadas para entenderlos.
Asegúrate de no intentar forzar tu lógica de adulto sobre el niño. Escucha la forma en que se comunica, porque ésta es una clave para saber cómo comunicarse con él. Los niños son interrogantes con piernas. Hacen preguntas constantes, tanto para pedir información como también para indicarte que algo les molesta. Una pregunta inocente como «¿Se caen los niños y se hacen rasguños?», o bien «¿Bebía vino tu madre?» pueden ser un indicio de que el niño es maltratado en la casa, o que vive en un hogar con problemas de alcohol. Algunas preguntas pueden ser, en realidad, tanto una petición de ayuda como un modo de averiguar si tú piensas que su pregunta es tonta. Una respuesta generalizada, simple y sencilla, como puede ser: «Ésta es una pregunta que hacen muchos niños», o bien «Muchos niños quieren saber esto», puede ayudarte a mantener su confianza en hacerte más preguntas y con ello, tu fuente de información.
No hagas preguntas que puedan ser fácilmente contestadas con un «sí» o un «no». Tienen muy poco valor para ti. Las preguntas de carácter general no generan respuestas directas. Sin embargo, el solicitar comparaciones, como por ejemplo, el pedir al niño que describa dos sucesos diferentes o dos personas distintas, puede ser útil.
Si no entiendes lo que el niño dice o qué significa, no tengas miedo ni recato en decírselo. Puedes decirle: «Juan, creo que entiendo lo que quieres decirme, pero no estoy seguro. ¿Podrías decírmelo otra vez con otras palabras?» Observa la forma en que habla, y en su aspecto cuando habla. Esto le dará a entender que has captado parte del mensaje. Por ejemplo: «Juan, me pareció que cuando me decías esto no te gustaba decírmelo, o te molestaba.» «Me gustaría que me aclarases esto, que me lo explicaras.» «¿Qué te pasa cuando …?»
Si uno de los padres o un maestro de la Escuela Dominical te ha pedido que hables con un niño, asegúrate de que el niño sabe cuáles son tus intenciones. De lo contrario, puede dar lugar a confusiones. El niño puede pensar que va a ser castigado en vez de recibir ayuda, y por tanto, que se niegue o se resista a hablarte de su dificultad, a causa de este temor. No fuerces tus expectativas con el niño. La mayoría de los adultos en casos así se quedan inmóviles y quietos, pero no la mayoría de los niños. Especialmente cuando se le somete a presión, el niño suele menearse y mostrarse nervioso en la silla. Déjale. Algunos se levantan y dan vueltas alrededor. No importa. Esto te facilitará el hablarles con menor tensión y mayor facilidad.
Van Ornum y Mordock sugieren, de un modo sumario, algunas directrices prácticas a seguir, cuando hablan con un niño en estado de crisis. Tu papel como ayudador o consejero difiere del de una figura con autoridad. Por tanto, asegúrate de evitar:
•     Dar ante el niño la impresión de una actitud didáctica y profesional.
•     No abrumarle con tu autoridad y sabiduría.
•     El criticar las figuras con autoridad en su vida.
•     Terminar lo que dices con coletillas tales como «¿no es verdad?»; «¿entiendes lo que digo?», o «¿cierto?». Evitar también el mover la cabeza afirmativa o negativamente, o producir inflexiones en el tono de la voz al terminar la frase. Estas cosas son indicios o pistas para el niño que afectan sus respuestas, le indican lo que esperas y se valdrá de ello.
•     Dejar la puerta abierta o hablar de forma que puedan oírlo otros (esto es un abuso de su intimidad y su derecho de hablar en privado).
•     Ser suave y dulce, de forma empalagosa.
•     Tratar de establecer contacto con el niño con frases hechas que has estudiado o recogido de tus conversaciones con otros niños.
•     Defender sentimientos, ideas o amigos que son negados o atacados por el niño.
•     Quedar tan confuso durante la entrevista que sólo preguntes «¿Qué más?, ¿qué más?»
•     Sentirte inferior en presencia de un niño superdotado o superior en la presencia de uno corriente (5).
Los niños, con frecuencia, cuando se hallan en situación de crisis, necesitan mantenerse en una posición defensiva. Intentar actuar sobre su personalidad interpretando sus acciones y clarificando sus motivos ocultos, es apropiado sólo para los que no están en estado de crisis. Pero adoptar este enfoque cuando el niño está en crisis le crea un exceso de ansiedad. Si le haces patente que has descubierto las defensas que está utilizando para resolver su problema, no harás otra cosa que elevar su nivel de ansiedad. Los niños en crisis manejan su problema incrementando sus defensas. Ésta es su reacción normal. A continuación facilitamos una relación de algunos de estos mecanismos de defensa, utilizados no tan sólo por los niños, sino también por adolescentes y adultos, para que los comprendas mejor.
•     Fantasía —el soñar despierto en soluciones al problema.
•     Hipocondría —el usar la enfermedad como una excusa para no resolver el problema.
•     Proyección —el culpar a otros, personas o cosas, como causa del problema.
•     Desplazamiento —el aplicar los sentimientos a otro o a otra cosa distinta de su causa original.
•     Represión —el bloquear de modo inconsciente los sentimientos fuertes.
•     Supresión —el frenar conscientemente los sentimientos.
•     Sublimación —el sustituir una serie de sentimientos rechazados por otra de sentimientos más aceptables socialmente.
¿Cómo puedes evitar el afectar y dañar el uso que el niño hace de las defensas? Simplemente no objetando a sus reacciones ni a su conducta, siempre y cuando no esté causando daño a nadie. Un niño puede necesitar el uso de la fantasía, la racionalización o el desplazamiento. Un pastor estaba hablando a un niño sobre su perro, que había sido atropellado y muerto. Después de hablar un rato sobre el perro, el niño se detuvo de repente y dijo:
Niño:     «No quiero hablar más de esto.»
Pastor:     «Te molesta el hablar del perro ahora.»
Niño:     «Sí, no quiero.»
Pastor:     «El no hablar del perro te ayuda a no sentirte molesto. ¿Hay algo más que no te haga sentir molesto?»
Niño:     «No sé …»
Pastor     «Bien, ¿usas a veces un recuerdo o una fantasía para sentirte menos molesto? ¿En qué pensabas ahora?»
Niño:     (Pausa) (sonríe). «Pensaba en jugar a un juego.»
Pastor     «Muy bien. Esto podría ser útil.»
Éste es un ejemplo simple de cómo dar aliento al niño en un momento en el que el niño necesita sus defensas.
Otra forma de ayudar a los niños en estado de crisis es estimularles los sentimientos positivos, que hacen el efecto de un calmante.
Niño:     «Hoy en la reunión estaba muy nervioso.»
Pastor     «Parece que sí. ¿Estás todavía molesto?»
Niño:     «No mucho …, pero sí un poco …»
Pastor     «¿Cuándo empezaste a sentirte menos molesto?»
Niño:     «Cuando me marché.»
Pastor:     «¿Qué hiciste?»
Niño:     «Pensaba jugar a un juego con mi hermano.»
Pastor     «Esto parece interesante. Quizá puedas hacer esto la próxima vez que estés en una reunión si empiezas a sentirte molesto.»
Se puede también calmar a un niño animándole a usar sus sentimientos positivios hacia otra persona.
Pastor     «¿Hay ocasiones en que estás menos nervioso?»
Niño:     «Sí, cuando voy a ver a mi padre.»
Pastor     «Dime, ¿qué es lo que pasa entonces?»
Niño:     «Me siento bien; estoy seguro y no tengo miedo.»
Pastor     «Te sientes protegido cuando estás con tu padre.»
Niño:     «Sí, pero cuando él no está cerca, no me siento bien.»
Pastor     «Bien, quizá cuando no te sientas cómodo puedes imaginar que estás con tu padre; piensa en lo que haces cuando estás con él.»
Éstas son técnicas simples, pero efectivas, que dan buenos resultados con los niños.
Recuerda que el aconsejar de crisis a los niños es un aconsejar de sostén. Su objetivo es ayudar al niño que está confuso y anonadado a reconocer sus problemas y ponerlos en la debida perspectiva. Cuando el niño desarrolle confianza en ti, irá recobrando fuerzas y confianza en sí mismo. Recuerda que cuando un niño está angustiado y en crisis, su capacidad para pensar empieza a deteriorarse. Por consiguiente, sus ideas no racionales ni razonables tienen que ser sustituidas por otras razonables. Cualquier comportamiento que dé por resultado lo opuesto a lo que se propone, debes explicárselo con detalle y con cariño, ayudándole a desarrollar tipos de conducta que resuelvan su problema (6).
Demos ahora una mirada a algunos de los tipos de crisis más comunes en los niños.
La depresión en los niños
Quizá pueda parecer extraño hablar de depresión en los niños. Pero la depresión no respeta edades. La depresión infantil, con frecuencia pasa inadvertida a los padres y hasta a veces a los mismos profesionales. Sin duda que los niños son el colectivo, en edad, en el que la depresión queda con más frecuencia por detectar. Los padres, con frecuencia, niegan que sus hijos estén crónicamente tristes y apagados y dejan de reconocer, aceptar y responder de modo apropiado a la depresión del niño. Después de todo, ¿quién quiere admitir que su hijo está deprimido?
¿Cómo se reconoce la depresión en un niño? A continuación facilitamos una breve descripción de cuál sería la descripción de un niño deprimido suponiendo que éste presentara todas y cada una de las características propias de la depresión.
Ante todo el niño se muestra triste, apagado, desgraciado. No se queja verbalmente de ello y es posible que ni se dé cuenta. Pero su comportamiento y sus reacciones dan esta impresión.
Otra característica es el retraimiento y la inhibición. El interés en sus actividades es muy limitado. Muestra una gran falta de interés por todo, hasta el punto de que los padres empiezan a sospechar y a buscar los síntomas de alguna enfermedad física escondida. Ciertamente, puede haber algunos síntomas físicos que enmascaren el hecho de la depresión. Estos síntomas incluyen dolores de cabeza, de estómago y trastornos en el dormir y el comer.
Su forma habitual de humor es el descontento. El niño da la impresión de estar insatisfecho y no saca placer alguno en nada de lo que hace, de modo que los que le rodean empiezan a preguntarse si hay alguien directamente responsable o causante de su malestar.
Puede sentirse rechazado o no querido. Puede tender a retraerse de todo lo que le pueda causar algún desengaño. Como sucede también con los adultos, genera un sentimiento negativo hacia todo, como si nada valiera la pena.
Se vuelve irritable y tiene un nivel muy bajo de tolerancia a la frustración. Pero, normalmente, el niño no es consciente de ninguno de estos síntomas.
Algunos niños deprimidos, no obstante, reaccionan y actúan de manera completamente opuesta. Hacen el tonto y provocan a los demás, como forma de enmascarar sus sentimientos de depresión. Esto se acentúa en las ocasiones en que han hecho algo elogioso y digno de encomio. Este comportamiento provocador generalmente hace que los demás se enojen.
Los niños no siempre experimentan y expresan su depresión en la misma forma que los adultos. Debido a su limitada experiencia y a su fisiología, pueden tender a expresarla en forma de rebelión, negativismo, ira o resentimiento. La depresión generada cuando los padres se divorcian, por ejemplo, se puede manifestar por medio de enuresis (orinarse en la cama), peleando con los amigos o hermanos, estando siempre adheridos y pegados a los padres, en el fracaso en la escuela y en contar cosas exageradas y fantasiosas (7).
Los signos y síntomas de la depresión varían con la edad. Un niño que está deprimido simplemente se estanca y no prospera. La depresión de uno de los padres puede afectar también al niño pequeño. Por ejemplo, una madre deprimida puede retraerse del niño el cual, a su vez, se contagia de la depresión. En este caso, el niño no puede vencer la depresión hasta que la madre vence la suya.
¿Por qué se deprimen los niños? Entre muchas razones podríamos citar las siguientes: un defecto o enfermedad física; el mal funcionamiento de alguna glándula endocrina; la falta de afecto, que puede crear inseguridad; la falta de estímulo y aliento por parte de los padres; la muerte de uno de ellos; el divorcio, separación o deserción de uno de los padres; el favor de los padres hacia uno de los hermanos; la pobre relación entre un padrastro o madrastra con el niño; problemas económicos en el hogar; el traslado a una nueva casa o escuela; castigos por parte de los mayores (8).
Hay muchos cuadros depresivos que pueden ser tratados directamente por los padres sin necesidad de llevar al niño a un consejero. Pero si la depresión es severa y el niño no responde, debe recabarse ayuda profesional.
Como sucede con los adultos, hay que buscar el tipo de pérdida o trauma que pueda haber tenido lugar en la vida del niño. Esta podría ser una situación de divorcio, la pérdida de un gatito o perro, o un amigo, o una experiencia severa de rechazo. Procura descubrir y analizar la causa desde el punto de vista del niño. Recuerda que es fácil interpretar mal la perspectiva del niño, especialmente si no pasas mucho tiempo con ellos.
Acepta la depresión del niño como una reacción normal a la causa que sea. Si está apenado por alguna pérdida, da tiempo para que sea él mismo quien poco a poco se vaya adaptando. Deja que el niño sepa que todos los seres humanos experimentamos tristeza y depresión en un momento u otro. Pero asegúrate de usar, al explicárselo, un lenguaje que él pueda entender. Explícale que los sentimientos de este tipo son normales y que con el tiempo pasarán. Esto le hará sentirse mejor. Que sepa que Dios nos entiende tanto en las ocasiones en que estamos abatidos como en las que estamos contentos.
Mientras el niño pasa por el proceso de la pena, recuerda las características de que hemos hablado antes, las de los años mágicos y las de mitad de la infancia. Si la pérdida que experimenta el niño es la muerte de uno de los padres, ten presente las características del proceso de la pena, que fueron tratados en un capítulo anterior. Los pensamientos y sentimientos de un niño que sufre la pérdida de uno de los padres por divorcio, son similares a los que experimenta cuando la pérdida es por causa de la muerte. En ambos casos, y dependiendo de la edad, el niño necesita:
•     Aceptar el dolor de la pérdida.
•     Recordar y reconsiderar las relaciones con la persona amada.
•     Familiarizarse con los distintos sentimientos que forman parte de la pena, ira, tristeza, desesperanza.
•     Expresar su pena, su ira y su sentimiento de pérdida a otros.
•     Hallar una fórmula aceptable para una relación futura con el finado.
•     Verbalizar los sentimientos de culpa.
•     Hallar una persona con cierta base, que le atienda. Necesita de muchas personas para que le apoyen en esta situación (9).
Anima a los niños para que hablen a Dios acerca de sus sentimientos. Asegúrales que dichos sentimientos de abatimiento no son permanentes y que desaparecerán.
Un niño necesita que se le ayude a experimentar la depresión de modo tan pleno como sea posible. El resistirse a ella no le ayuda. Meramente prolonga la experiencia. Aliéntale para que sea sincero, tanto como le sea posible, para admitir que está deprimido o triste. Si hay pena implicada, es necesario que el niño pueda manifestarla de un modo natural. Si dicha pena es causada por un divorcio, no debe esperarse que el niño la resuelva fácilmente. En este caso particular, la pena puede durar mucho tiempo e incluso resurgir de vez en cuando.
Ayuda al niño a que encuentre algún tipo de actividad que le anime. Un nuevo juego, un hobby, un viaje, o algo que le interese, puede ayudarle.
Halla una forma de que experimente algún tipo de éxito. Averigua lo que hace bien, o bastante bien, y ayúdale a encauzar una actividad especial en esta dirección. Pequeños éxitos pueden elevar su auto estima y darle mayor seguridad en sí mismo.
Ayúdale a romper sus rutinas. Incluso cosas tan simples como una nueva comida, o llevarle a un restaurante especial, puede ser útil. El dejar de ir a la escuela un día determinado para realizar una excursión puede que le haga bien, siempre y cuando no le guste más la escuela que la excursión.
Escúchale atenta y pacientemente sin enjuiciarle ni criticarle. Necesita tu apoyo.
La crisis producida por malos tratos
Aunque recientemente se ha hecho mucha publicidad sobre el maltrato de niños no se trata de un fenómeno de nueva aparición. Desde hace siglos en todas las culturas y estratos sociales se ha maltratado a los niños. Por increíble que pueda parecerte, hay padres en tu población, en tu vecindario y aun en tu iglesia, que maltratan y abusan de sus hijos, físicamente e incluso sexualmente. Y en muchos casos lo disimulan muy bien. Quieras o no, tarde o temprano, te verás enfrentado con uno de ellos. Puede que un padre o madre acuda a ti para contarte que su hijo le ha dicho que ha sido molestado sexualmente por un tío, el otro cónyuge, o alguien del vecindario. Puedes encontrarte con que sea el propio implicado quien acuda a ti para confesarte lo que ha estado haciendo con su propio hijo. Es importante, como ya hemos dicho antes, que conozcas las leyes de tu país y de tu estado en relación a estos casos.
El abuso o maltrato de un niño puede ser pasivo o activo, por negligencia en la atención o bien por abuso físico, emocional o sexual. Cada caso implica sus características propias y distintivas, que afectan y sirven para identificar las reacciones del niño maltratado. A continuación enumeramos algunas de las características más comunes a todos los niños maltratados, al margen del tipo de maltrato.
•     El niño puede tener marcadas diferencias respecto de los otros en su constitución emocional o física. En algunos casos los padres de este niño lo describen como «diferente», e incluso «malo».
•     Puede sentir un temor excesivo hacia sus propios padres. Suele vacilar y mostrar nerviosismo al acercarse al padre o a la madre, y expresa este temor por medio de su vacilación.
•     Pasa de un extremo a otro en su comportamiento habitual, llorando fácilmente o mostrándose hipersensitivo. También puede bloquear sus emociones y aparecer como indiferente, sin importarle nada.
•     Un niño descuidado mostrará evidencias físicas de que no se le cuida. Lleva los vestidos sucios y rasgados o inapropiados de medida. En invierno puede que no lleve vestido adecuado.
•     El niño puede mostrarse en extremo precavido o reacio al contacto físico, especialmente cuando está con un adulto. También es posible que pase al otro extremo, debido a que el niño maltratado anhela el afecto de un adulto, pero sus métodos para conseguirlo son inapropiados.
•     Algunos muestran cambios radicales en su comportamiento general (10).
¿Has considerado cuáles son los sentimientos de un niño maltratado? La mayoría de niños necesitan y anhelan el amor de sus padres. El hogar ofrece al niño la mayor y más adecuada fuente de amor y es natural que desee estar en su hogar. Pero muchos niños maltratados creen que ellos son la causa de que se les maltrate. Les han repetido tantas veces que son malos, que acaban por creérselo. Su experiencia es la de unos padres que les gritan, insultan y amenazan con abandonarlos o echarlos de casa. Muchos crecen con el sentimiento de que no son queridos. Aprenden a sufrir en silencio castigos desconsiderados y exagerados porque es a lo que han estado acostumbrados desde muy pequeños. En la mayoría de los casos, no necesitan desobedecer de modo flagrante ni cometer barbaridades para que se les apalee; el castigo es simplemente una válvula de escape de la ira de sus padres.
El niño maltratado es presa de ira y de rencor, pero en su casa no puede expresar estos sentimientos. Aprende a reprimir y a negar el temor, la ira, el rencor, el odio. Sabe que toda expresión de sus sentimentos da lugar a repercusiones que quiere evitar a toda costa.
Por otra parte, crece bajo la impresión de que nunca podrá hacer nada bien, nunca podrá satisfacer las expectativas exageradas de sus padres. Se le culpa de cualquier problema que ocurra en el seno de la familia.
Se aclimata bajo la clásica tensión de amor-odio. Necesita a sus padres, desea quererlos, pero cuando trata de acercarse a ellos se le maltrata y rechaza. Esta tensión hace mella en él. Y al no poder dar salida a sus sentimientos para con sus padres, se vuelve hostil, rebelde, desafiante con respecto a los demás, como medio de descargar su tensión (11).
Un niño maltratado tiene serias dificultades para confiar en los demás. El trato con un niño en estas circunstancias, en general implica terapia de juegos en un ambiente seguro, en el que el niño pueda expresar sus sentimientos y aprender a enfrentarse con la realidad del abuso. La mayoría de casos precisan la labor de un profesional especializado en el trabajo con niños. Si es la primera vez que te enfrentas con un caso así, procura ponerte en contacto con un equipo de consejeros profesionales a quienes puedas llamar cuando te lleguen noticias de esta clase de crisis que, por desgracia, es excesivamente frecuente en nuestra sociedad.
Los hijos del divorcio
Una de las situaciones más frecuentes y penosas que pueda ocurrir a un niño es el divorcio de sus padres. El divorcio suele ser una de las experiencias más traumáticas para el niño, tanto o más que para los adultos.
La revista Newsweek ha estimado que el 45% de todos los niños americanos antes de llegar a los dieciocho años se ven obligados a la experiencia traumática de tener que vivir con uno solo de sus padres. Hay, en Estados Unidos, doce millones de niños menores de dieciocho años, cuyos padres se han divorciado.
Los resultados de los estudios sobre niños cuyos padres se han divorciado, indican que los efectos del divorcio sobre los niños es más serio y tiene efectos más permanentes de lo que la mayoría de padres divorciados se imaginan y están dispuestos a admitir. Los estudios realizados en Inglaterra en el año 1978 muestran que los niños de padres divorciados tienen una menor expectativa de vida y sufren más enfermedades que los de las familias que no han vivido la experiencia del divorcio. Y normalmente, abandonan los estudios y la escuela antes de tiempo. En la ciudad de Nueva York, que tiene un elevadísimo promedio de sucidios de adolescentes, dos de cada tres suicidios se producen entre jóvenes adolescentes cuyos padres se han divorciado. Muchos otros arrastran una pauta de inseguridad, depresión, ansiedad, e ira, hasta la edad adulta (12).
En el divorcio, los niños experimentan muchos y diversificados sentimientos de pérdida. Éstos pueden incluir no sólo la pérdida de uno de los padres, sino también la pérdida del hogar, vecindario, amigos, nivel de vida de la familia, las salidas conjuntas de familiares, las reuniones familiares, la estimación propia, y así sucesivamente. ¿Te has preguntado alguna vez cuáles pueden ser los sentimientos de un niño al saber que sus padres se han divorciado y luego tener que ir contándolo a sus amigos? El temor y la vergüenza se convierten en compañeros cotidianos.
Al igual que ocurre la pérdida de uno de los padres, por fallecimiento, se produce también una pérdida de esperanza con respecto al futuro. Hay incertidumbre y el niño puede sentirse desorientado de un modo mucho más fuerte de lo que haya podido sentirse en ninguna otra ocasión. Los padres estables, de los que hasta ahora dependía, ya no son para él como roca sólida. Y esto es real en áreas tan prácticas como las finanzas. Si un padre divorciado ha prometido hacerse cargo de los gastos de la familia mediante un cheque mensual, ¿cómo afectará al niño el hecho de que los pagos se hagan irregulares y finalmente cesen?
El divorcio, dependiendo de la edad de los niños, les afecta en formas distintas.
Los pequeños, de 3 a 6 años, se vuelven temerosos. Las separaciones de rutina se convierten ahora en traumáticas. El que uno de los padres se vaya de compras o que el niño tenga que marchar a la escuela pasa a ser una experiencia traumática. Tienden a retroceder a comportamientos previos (con respecto a su edad real) y se vuelven más pasivos y dependientes. Se preguntan más y más, «¿qué es esto?», lo que no es otra cosa que un esfuerzo para dominar la desorientación de la crisis. Tienen gran necesidad de afecto. Pueden rehusar comer por sí solos, y algunos retroceden en cuanto a sus funciones físicas, hasta el nivel de un niñito pequeño. Debido a que se hallan desorientados por lo que está sucediendo, pueden caer víctimas de fantasías vertiginosas. Están como atontados. El juego no les resulta divertido. Y sea cual sea la edad, una idea se convierte en obsesión común: «¿Es culpa mía que mis padres se hayan divorciado? ¿Soy yo el responsable de que no tengamos una familia?» Los niños en edad preescolar pueden volverse agresivos con otros niños.
Entre los 6 y los 8 años generan sus propias reacciones. Principalmente tristeza, pero su sentido de responsabilidad por la ruptura en la relación entre sus padres es aún más fuerte. Tienen sentimientos profundos de pérdida. Temen ser abandonados y, a veces incluso, morir de hambre. Suspiran y desean recobrar al padre o la madre que se ha marchado.
A menudo se muestran airados con el padre que les cuida de modo permanente. Hay conflictos en la lealtad a los padres. Quieren amar a los dos padres, pero luchan contra el sentimiento de que amar a uno es ser desleal al otro. Por ese motivo se hallan confusos y, en cierto modo, divididos en dos. Los síntomas pueden incluir morderse las uñas, enuresis nocturna, pérdida del sueño, y retraimiento hacia fantasías encaminadas a resolver los problemas familiares. Tanto los unos como los otros se vuelven más y más posesivos.
Los preadolescentes, de los 9 a los 12 años, por lo general experimentan ira como su principal respuesta emocional. Esta ira va generalmente dirigida contra el padre, al que creen y consideran responsable de la ruptura de la familia aunque sea el padre el que tiene custodia de él. Pero en ocasiones, esta ira, en vez de dirigirse directamente contra el padre o la madre, pueden volcarla contra otros niños de su edad. Esto puede motivar el que se vean alienados de los otros en el momento en que más los necesitan. La imagen que tienen de sí mismos se resquebraja. A veces, como mejor modo de manejar esta perturbación en sus vidas, se lanzan a sus actividades con mayor intensidad.
La infancia es un período de desarrollo de la consciencia en la que el divorcio puede tener efectos muy destructivos sobre dicho proceso. En tal situación no es extraño que muchos casos deriven en enfermedades psicosomáticas.
Comúnmente, las reacciones del niño se ven muy afectadas por las tensiones entre los padres. Cuando hay enfrentamientos hostiles entre los padres, luchas por la custodia del niño, batallas por el régimen de visitas, o lo que es peor, la utilización del niño como medio para herirse uno a otro, no se puede esperar en la mente del niño otra cosa que un caos emocional, puesto que no cuenta aún con los recursos necesarios para controlar tal cantidad de tensión. Hay padres que utilizan el soborno como medio para ganarse la complicidad del niño. Algunos niños, por desgracia, han aprendido a manipular a los padres y a utilizarlos enfrentándolos el uno contra el otro. Cuanto mayor es la confusión emocional implicada en un divorcio, mayor es el potencial de daño que se causa al niño.
En medio de este caos, los niños parecen tener dos máximas preocupaciones. La primera es soñar con que sus padres se reconcilien. Si ocurriera esto, todos los problemas habrían terminado. Creen, a pesar de los problemas previos al divorcio, que la familia era mejor cuando los dos estaban juntos. El niño puede haber vivido, antes del divorcio, verdaderas situaciones de tensión y conflicto. Pero está dispuesto a vivirlas de nuevo, con tal de que la familia quede intacta. Al fin y al cabo es la única familia que conoce.
La segunda preocupación tiene que ver con sí mismo; le preocupa lo que le vaya a ocurrir a él. Teme que el padre o madre con quien convive pueda marchar y le abandone. Uno de ellos ya lo ha hecho. ¿Por qué no ha de hacerlo el otro?
Si uno de los padres se ve forzado a viajar y abandonarlo temporalmente (como sucede en muchos casos), el niño se ve presa del pánico, temiendo que la ausencia se convierta en permanente, como le ocurrió con su madre o su padre.
Otro de sus temores es el de verse reemplazado por otro en el afecto de los padres. Cuando el padre o madre que le tiene en custodia empieza a salir con otras mujeres (u hombres) el niño se pregunta si esta nueva persona llegará a ser importante para su padre. Teme que si así fuera, le pueda arrebatar el tiempo y atención que ahora le dedican.
Para ayudar en una situación de divorcio al niño o a sus padres, es importante entender lo que éste siente y experimenta. Pero no olvides que los sentimientos de un niño de un matrimonio divorciado cambian con el tiempo. Hay estadios emocionales bien claros por los cuales pasa, en su lucha por entender y hacer frente al divorcio. Estos estadios son normales. No pueden ser evitados ni ignorados. No tienen nada que ver con la espiritualidad del niño. Tu objetivo, al aconsejar tanto a él como a sus padres, es ayudarle a pasar por estos estadios del mejor modo posible, a fin de producir un crecimiento positivo y minimizar los efectos negativos.
Tanto si el hogar del niño es sosegado y pacífico, como lleno de conflictos y enfrentamientos, el niño jamas imagina ni espera que ello pueda acabar en un divorcio. Es posible que no le gusten las batallas y discusiones, pero espera que algún día se acabarán. El descubrir que va a tener lugar una separación o un divorcio supone para el niño un gran shock.
El temor y la ansiedad se producen porque el niño se ve frente a un futuro desconocido. La fuente de su estabilidad es un hogar y una familia con los dos padres. Y ve cómo esto se destruye.
Pueden producirse diversas reacciones de temor y de ansiedad bajo la forma de inquietud, pesadillas, insomnio, sudor, dolores. Son problemas normales. Los padres, llegado este punto, deben darle confianza y discutir con él sus planes en detalle. Es muy importante presentarle los hechos de forma realista pero con mucha cautela, porque la imaginación de un niño se desborda fácilmente. Pero siempre es mejor que sepa que no que se pregunte e imagine. Puede tender a inventarse problemas peores que los que realmente existen.
Después del temor y la ansiedad, vienen los sentimientos de abandono y rechazo. Las reacciones iniciales desaparecen o pasan a segundo término, para dar paso a esta lucha interna. El niño, a un cierto nivel, es consciente de que no va a ser rechazado o abandonado pero, con todo, sigue preocupado por lo que pueda ocurrir. Tiene dificultad en distinguir entre el que los padres se dejen el uno al otro y el que los padres le dejen a él. Y es posible que se ofusque en esto. Esta situación puede perpetuarse debido a promesas no cumplidas por parte de uno de los dos padres: el que se marcha.
Pero normalmente, los sentimientos de abandono y rechazo se ven reemplazados por la soledad y la tristeza. Cuando la estructura de la familia cambia y este cambio se establece, empieza a hacerse sentir la realidad de lo que ha ocurrido. El niño siente, en este punto, dolor en el estómago y opresión en el pecho. Es un período de depresión y surge la tendencia a descuidar las actividades regulares. Muchos niños sueñan mucho, aunque suelen hacerlo despiertos, con fantasías de deseos. Estas fantasías versan sobre el mismo tema: los padres vuelven a reunirse y todo marcha bien. Durante este período son muy frecuentes los ataques de llanto.
Luego siguen la frustración y la ira. Los niños cuyos padres se divorcian o se separan, suelen vivir enojados. Es una respuesta natural a la frustración que sienten. Han visto a sus padres airados y trastornados y este ejemplo de ira es emulado por el niño. Y puede seguir siendo la pauta durante muchos años y afectando muchas facetas de su vida.
La ira no tiene por qué manifestarse directamente. Es un sentimiento básico interno que puede ser enmascarado y aparecer a través de negativismo y mal humor. Pero tanto si se manifiesta como si no, es perjudicial. Si se produce ira, es mucho mejor admitirla y tratar de resolverla, antes que enterrarla y esperar a que un día acabe estallando.
La ira del niño se produce por varias razones. En primer lugar, sirve de protección y señal de alarma, lo mismo que la depresión. Es, también, una manera de llamar la atención hacia su problema y, con frecuencia, una reacción al daño, temor o frustración. Es una reacción involuntaria, y por tanto, los padres y consejeros no deben sentirse amenazados por ella ni intentar negar su existencia cara al niño. Si no se le permite su expresión directa, la expresará de forma pasiva e indirecta, lo cual es mucho más peligroso.
La ira del niño puede manifestarse a través de una perspectiva de negativismo a la vida: irritabilidad, retraimiento, aislamiento, y resistencia a realizar las tareas escolares o todo aquello a lo que decida oponerse.
Los sentimientos de ira nunca deben ser negados. Antes bien hay que ayudarle a expresarlos y drenarlos. Según su capacidad, ayúdale a comprender la causa de su ira y su propósito.
El niño necesita pasar tiempo a solas con su padre o madre cada semana. Y esto puede ser difícil si hay varios hijos en la familia, pero es necesario. Insta a los padres a que le escuchen bien y le ayuden a expresar sus sentimientos, lo cual le ayudará, al mismo tiempo, a resolver su ira.
Está atento a las posibles reacciones indirectas. El sarcasmo y el negativismo son fáciles de detectar, pero hay otras reacciones que pueden aparecer en forma de síntomas físicos como asma, vómitos, insomnio y dolor de estómago. Acepta que la ira en el niño es normal. Anímale a hablar de ella abiertamente y no a enmascararla a través de otros síntomas.
Eventualmente el niño pasa de la ira al rechazo y resentimiento. No ha eliminado completamente sus sentimientos de ira, pero trata de crear una cierta distancia emocional entre él y su padre o madre. Éste es un mecanismo de protección. El lloriqueo puede convertirse en una de las formas de rechazo, como también lo es el mutismo. El niño no responde a las sugerencias u órdenes, y con frecuencia «se olvida» de hacer lo que le mandan o tiene la obligación de hacer. Se vuelve hipercrítico (13).
Este comportamiento en realidad es de tipo reactivo. Si bien aleja aparentemente de sí a su padre o madre, en realidad quiere estar más cerca de él o de ella. Hace manifestaciones de desprecio y, con todo, quiere amar. Está tratando, simplemente, deprotegerse a sí mismo del rechazo, y para conseguirlo es él quien rechaza primero.
La fase final del proceso en la crisis infantil por divorcio es el restablecimiento de la confianza. Es difícil decir cuánto tiempo tardará en llegar, puesto que varía con la situación y el niño, y puede tratarse de meses o de años.
¿Qué consejos se pueden dar un padre o madre que están preocupados respecto al efecto de su divorcio sobre el niño? Dales a conocer algunos de los principios básicos expuestos y comentados en este libro. El escuchar, alentar, tranquilizar y dar confianza, el estar disponible, serán muy útiles al niño. Como pastor encargado de la juventud durante casi siete años, yo mismo quedé sorprendido al ver la forma en que esto daba soporte a los adolescentes con los cuales trabajaba. Y, al hablar con otros que trabajaban con niños, comprobé que usaban los mismos principios.
Sugiere a los padres que hagan lo siguiente:
1.     No preocuparse en exceso por sus propios sentimientos, hasta el punto de descuidar los sentimientos del niño. Dedicarle tiempo cada día, para discutir lo que está experimentando y sintiendo.
2.     Tener la suficiente paciencia para que el niño procese sus sentimientos. No hay soluciones ni curas rápidas.
3.     Un ambiente estable es beneficioso para el niño. Si es posible, el seguir viviendo en el mismo hogar o vecindario, le ayudará. Cuanto mayor es el cambio mayores son en el niño la tensión y la disconformidad.
4.     Informar y responder al niño sobre lo que pregunte y crearle un clima de confianza en sí mismo.
5.     Asegúrale que él no es la causa del divorcio o la separación. Ambos padres deben darle amor sustancial y en cantidades iguales.
6.     Según el nivel de comprensión del niño, ayúdale a conocer de antemano los diferentes tipos de sentimientos que va a experimentar. Tenerle al corriente en todo momento de los cambios que hay que esperar con el fin de que esté preparado de antemano para los mismos.
Cuando estás aconsejando a un niño de 3 a 6 años de edad, cuyos padres están divorciándose, ayúdale a expresar verbalmente el dolor o pena que siente, y haz que exponga su idea de por qué se divorcian sus padres. Recuerda que a esta edad el niño puede pensar que su comportamiento o pensamientos son la causa real del divorcio. Y no es fácil convencerle de lo contrario. Ayúdale a ver otras posibilidades. He aquí un ejemplo.
Pastor: «Habías dejado la mesa desordenada otras veces antes? ¿Se había marchado tu padre entonces por esto? ¿No han dejado la mesa sucia tus hermanos también?»
Dale a entender que sus sentimientos son los mismos que los de otros niños.
Pastor: «Quizá tienes miedo de no ver a tu padre otra vez. Hay muchos niños que piensan lo mismo» (14).
Comentarios de este tipo ayudan mucho a los niños a hablar con franqueza sobre sus pensamientos y sentimientos.
El niño necesita que le aseguren que aunque su madre y su padre van a pasar por todas estas dificultades no por ello dejarán de cuidarle. Los padres, los amigos y otros parientes, han de repetírselo, de modo que se convenza de que más de una persona le apoya en esta idea. Ayúdale a seleccionar alguna tarea que pueda realizar y que le ayude a vencer su sentimiento de inutilidad e impotencia.
Explica y enseña a los padres de tu congregación la forma de cómo ministrar a sus propios hijos durante períodos de crisis de menor importancia. Éste es el mejor modo de preparar y equipar a los niños no tan sólo para afrontar crisis mayores que puedan producirse, sino todos los períodos de crisis en su vida adulta.

1 J. Isherwood, K.S. Adams, A.R. Hornblow, and A.R. Lifte, «Life event stress, psychological factors, suicide attempt, and auto-accident proclivity, Journal of psychosomatic research, 26 (1982), pp. 371–83.
2 Adaptado de William Van Ornum y John B. Mordock, Crisis counseling with children and adolescents: A guide for non-professional counselors (New York: Continuum, 1983), p. 15.
3 Adaptado de Car Rogers, «A way of being» (Boston: Houghton-Mifflin, 1980).
4 Adaptado de Brent Q. Hafen y Brenda Peterson, The Crisis intervention handbook (Englewood Cliffs, N.J.: Prentice-Hall, 1982), pp. 21–39.
5 Adaptado de Van Ornum y Mordock, pp. 37–38.
6 Adaptado de Van Ornum y Mordock, pp. 62–67.
7 Adaptado de Archibald Hart, Children y divorce: What to expect and how to help (Waco: Word, 1982), pp. 124–125.
8 Adaptado de Hafen y Peterson, pp. 110–111.
9 Adaptado de E. Lindemann, «Symptomatology and management of Acute Grief», American Journal of psychiatry, 139 (1982), pp. 141–48.
10 Adaptado de Hafen y Peterson, p. 83.
11 Adaptado de Van Ornum y Mordock, pp. 146–147.
12 Adaptado de Hart, pp. 9–10.
13 Adaptado de Hart, pp. 66–74.
14 Adaptado de Van Ornum y Mordock, pp. 94–95.
Wright, H. N. (1990). Cómo aconsejar en situaciones de crisis (235). Terrassa: Editorial CLIE.