La enseñanza del Reino de los cielos para el creyente de hoy.

Mateo 13:44–52

Las parábolas conciernen a los valores y responsabilidades del Reino, y están dirigidas a los creyentes. La verdad central es el valor inmenso del Reino, que vale más que cualquier sacrificio o inconveniente que uno pudiera encontrar en la tierra para poseerlo. Estas parábolas parecen haber sido pensadas para comunicar una misma lección, el tesoro lo halló uno que no parecía estar buscándolo, y la perla la halló uno que precisamente estaba buscando perlas; la reacción de los que encontraron estas cosas es la misma: los dos vendieron todo lo que tenían para poder comprar lo que habían hallado; y es a partir de este punto la enseñanza de ambas parábolas se convierte en una sola. Podemos saber que el hombre de ambas parábolas es Cristo, quien de tal forma nos estimó, que dio todo cuanto tenía, incluida la vida por comprarnos o redimirnos (volvernos a comprar); de esta idea hay numerosos ejemplos en el Nuevo Testamento (1 Corintios 6:20; 7:23; 1 Pedro 1:18–19; 2 Pedro 2:1). Porque por baja que haya descendido una persona humana, todavía quedan en ella rasgos de la imagen divina, y no podemos estimar en poco lo que Dios estimó tanto, que entregó a la muerte de cruz a Su propio y único Hijo, para rescatarla del abismo de perdición. Cristo había comparado el reino de los cielos a cosas pequeñas, pero ahora vemos aquí que lo compara a algo de gran valor.

Definitivamente las personas que estén realmente convencidas de la importancia de la salvación dejarán todo para estar con Cristo y tener vida eterna. El cristiano es lo que es, y hace las cosas que hace a causa de su fe, porque está totalmente convencido de que merece y vale la pena. Abandona el mundo; se despoja del viejo hombre; deja las malas compañías de su vida pasada. Lo deja todo, lo estima como pérdida por Cristo, ¿Y por qué? Porque está convencido de que Cristo le compensará todo lo que deje. Ve en Cristo un tesoro infinito; ve en Cristo una perla preciosa; por ganar a Cristo hará cualquier sacrificio, y hay gratitud en su corazón por este don perfecto e inmerecido, y que Dios nos estimó como valiosos que estuvo dispuesto a dar su propia vida y pagar rescate por nosotros. Esta es la verdadera fe; este es el sello de una obra genuina del Espíritu Santo. Así cuando un hombre no arriesga nada por Cristo, debemos sacar la conclusión de que posiblemente no posee la gracia de Dios.

  1. El reino de los cielos es como un gran tesoro, v. 44. Cuando sucede que un hombre esconde (ekrupsen) un tesoro, puede que lo esconde para impedir que nadie lo robara o simplemente para prevenir que alguien se le anticipara en la compra del campo. La esencia es que la enorme riqueza del Reino es tal que vale cualquier sacrificio, todo lo que tenga, para conseguirla, es de tal valor, que quien lo encuentra, vende todo lo que tiene por adquirirlo.

(A) Este tesoro nos confiere la bendición de servir a Cristo y ser súbdito del reino de los cielos. Este tesoro está escondido a los ojos de la carne, pero aquellos cuyos ojos espirituales han sido iluminados por el Espíritu Santo (Efesios 1:18), ven el tesoro (Juan 3:3) yendo entonces por el camino recto y viviendo de acuerdo al método correcto.

(B) Este tesoro es extraordinario y encierra un inmenso valor. Las minas mejores se encuentran con frecuencia bajo terrenos que parecen estériles al exterior. Para los inconversos, la Biblia es un libro más. Pero quienes se llegan a la Escritura con las debidas disposiciones, encuentran en ella un tesoro inagotable: encuentran a Cristo como Señor y la vida eterna (Juan 5:39).

(C) Este tesoro es codiciable de conseguir (Cantares 8:7b). Por eso dice Pablo: Cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo … por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura (desperdicios), para ganar a Cristo (Filipenses 3:7–8). No es de extrañar que el gran Apóstol corriera como un campeón olímpico para obtener la mejor marca (1 Corintios 9:24–27; Filipenses 3:13–14). El reino de los cielos es el tesoro supremo porque satisface plenamente las necesidades del corazón. Produce paz y satisfacción interior (Hechos 7:54–60). Todos debiéramos captar su única e importante lección: el valor incalculable de la salvación para quienes la descubren y obtienen la posesión de ella sin haberla buscado. Y también para los que obtienen la posesión del reino después de una búsqueda diligente, éste es el sumo bien.

2. El reino de los cielos es como un mercader que busca perlas preciosas. 13:45–46. Cuando encuentra la perla Fue y vendió. Se cuenta así de una manera llena de deseo y con gran viveza: Ha salido y ha vendido, luego la compró; uno que es un mercader, uno que sale y entra, que viaja como representante de comercio. El mercader buscaba diligentemente la perla elegida; cuando la halló, vendió todo lo que tenía para comprarla. No importa hoy cómo una persona es guiada al Reino de Cristo, sus valores y deleites de este están más allá de toda estimación (Mateo 6.19–21; 16.24–27).

 (A) Los hombres otorgan valor a cosas que no la tienen. Se afanan por hallar objetos que consideran de valor: riquezas, honores, conocimientos científicos o artísticos; pero la mayoría son malos mercaderes y toman por oro lo que es oropel, y por original lo que es imitación. Hay una fascinación en las trivialidades vacías de lo material, de lo presente, de lo cotidiano, que no deja percibir la realidad verdaderamente valiosa de las cosas que no se ven (2 Corintios 4:18).

(B) Los hombres que realmente se encuentran con Jesucristo dan un valor infinito. Teniéndole a Él se tiene todo lo que posee algún valor (Colosenses 2:3, Colosenses 2:9–10, Cantares 5:16; 1 Pedro 2:7). Si consideramos que el mercader es el Señor Jesús. La perla de gran precio es la iglesia. En el Calvario Él vendió todo lo que tenía para comprar esta perla. Así como una perla se forma en el interior de una ostra por un sufrimiento provocado por una irritación, así la iglesia fue formada por el traspasamiento y herida del cuerpo del Salvador.

(C) Los hombres que han comprendido bien el valor de esta perla, estarán prestos a dejarlo todo para seguir a Cristo. No a todos les pide Dios que lo dejen todo para seguir a Cristo (19:21 27, Lucas 19:8–9), pero a todos les pide la disposición para hacerlo (10:37–39; 16:24). Cualquiera puede quedar perplejo ante el precio que se le pida por una joya, pero esta perla del reino de los cielos no tiene precio. Es un don gratuito de Dios (Isaías 55:1). La podemos comprar solamente en el sentido que obtenemos una posesión lícita de ella. Esto es por gracia por medio de la fe en el Señor Jesucristo, comprendiendo que aun esa fe es don de Dios (Efesios 2:8) Debemos ser claros que el pecador no halla a Cristo; Cristo lo halla a él. Ningún pecador puede pagar por su salvación, aunque vendiera todo lo que tuviera. Los hombres que son creyentes buscan y hallan la gran perla de la gracia; y desean ser espiritualmente ricos. El Cielo es un lugar de comunión con Dios (Apocalipsis 21:3) y de descanso (Apocalipsis 14:13), pero también de servicio y de reinado (Apocalipsis 22:3, 5) por los siglos de los siglos; si podemos obtener esas riquezas eternas, ¿nos contentaremos con una herencia raquítica, estrecha y vergonzante? (v. 2 Pedro 1:11; 1 Juan 2:28). Es un error frecuente, y funesto, creer que todos los creyentes disfrutarán de la misma gloria en el Cielo. Toda la porción de 2 Pedro 1:3–15 tiende a inculcar fuertemente en la mente del creyente que la gloria eterna de cada uno ha de corresponder al nivel del conocimiento experimental de nuestro Señor Jesucristo, adquirido durante la vida presente.

3. El reino de los cielos es como una red.  Jesús describe una gran red, la cual cerca un área extensa y se arrastra desde el fondo del lago. El tiempo es la consumación del siglo; esto es, al final del periodo de la Tribulación. Es el momento de la Segunda Venida de Cristo. Los pescadores son los ángeles. Los peces buenos son los justos, esto es, los salvos, tanto de los judíos como de los gentiles. Los peces malos son los injustos, esto es, los incrédulos de todas las razas. Tiene lugar una separación. Los justos entran en el reino de su Padre, mientras que los injustos son consignados a un horno de fuego donde será el llanto y el crujir de dientes. Pero aún no es el juicio final: esto sucede al principio del Milenio; el juicio final ocurre después de acabar los mil años (Apocalipsis 20:7–15). Pero cabe la pregunta: “¿Por qué añadió Jesús esta parábola?” ¿Enseña algo distintivo, algo que él no hubiera tocado en ninguna de las otras parábolas, particularmente en la de la cizaña en medio del trigo? La búsqueda de algo diferente es infructuosa. Pero esta misma repetición de una idea idéntica bajo otro símbolo, ¿no es exactamente lo que debiéramos admirar más? ¿No quiere decir esto que el Salvador está imprimiendo en los discípulos, para el propio bien de ellos y para bien de quienes iban a recibir de ellos el mensaje, la certeza absoluta y el carácter irrevocablemente decisivo del juicio venidero, con el fin de, hasta donde fuera posible, evitar la desesperación eterna?¿No les está diciendo: “Lo que ustedes habéis estado haciendo muchas veces o habéis visto hacer a sus condiscípulos pescadores, esto es, separar lo malo de lo bueno y desecharlo, será hecho de una vez para siempre por los ángeles cuando se lo ordene”? ¿No está indicando: “¿Por lo tanto, amonesten a todos los hombres en todo lugar que se arrepientan”? Y a la luz de lo que antecede (vv. 44–46), ¿no está agregando, al parecer, “En vista del carácter irreversiblemente decisivo del juicio venidero conmuevan a los hombres con la extraordinaria hermosura del reino de los cielos y la necesidad de que todos tomen posesión de él aquí y ahora”?

A. Esta red reúne peces de toda clase, sin discriminación. Similarmente, la responsabilidad de los discípulos sería pescar tantos «peces» de todo tipo como sea posible. Sin embargo, el trabajo de juzgar o escudriñar la pesca no es un trabajo que los discípulos estén llamados o equipados para realizar. Ese trabajo es asignado a los ángeles en el retorno de Cristo. Mucha gente es atraída a la iglesia de Cristo o se integra en su iglesia o permanece dentro de la iglesia visible por razones equivocadas. Tal vez sólo hacen lo mismo que los demás porque así fueron criados. Algunos están allí para complacer a sus cónyuges, otros esperan alcanzar un grado de respetabilidad o ventaja personal u obtener ganancias asociándose con el pueblo de Dios en una congregación cristiana. Aprendamos de esta parábola que todas las congregaciones de quienes dicen ser cristianos deberían considerarse conjuntos heterogéneos: todas ellas son grupos que contienen peces buenos y malos, convertidos e inconversos, hijos de Dios e hijos del mundo, y deberían ser descritas y referidas como tales.

B. La red se basa en una experiencia muy común entre los discípulos. Cuando Jesús hubo concluido esta serie de parábolas, preguntó a sus discípulos si las comprendieron y ellos con confianza respondieron: “Sí, Señor”. Comprender implica ser responsable. Es voluntad de Cristo que todos los que leen y oyen la Escritura, la entiendan y saquen provecho espiritual de ella, de lo contrario, de nada les serviría leerla y estudiarla. Las verdades divinas se explican mutuamente; por eso, un conocimiento progresivo de toda la Biblia ayuda a entender cada vez mejor las porciones particulares de ella. Es sumamente importante tener las lecciones de esta parábola bien grabadas en nuestras mentes. En muy pocos aspectos del cristianismo existen más errores que en el de la naturaleza de la Iglesia visible.

C. La red nos llama a estar dentro de ella los buenos y malos peces. Por último, adoptemos como uno de nuestros firmes principios el no contentarnos nunca con ser simplemente miembros externos de una iglesia. Se puede estar dentro de la red y, sin embargo, no estar “en Cristo”. Las aguas del bautismo se derraman sobre multitudes de personas que nunca se han lavado en el agua de la vida; el pan y el vino de la Cena del Señor lo comen y lo beben miles que nunca han buscado su alimento en Cristo por la fe. ¿Estamos nosotros convertidos? ¿Pertenecemos al grupo de “peces buenos”? Es la gran pregunta, es una pregunta que habremos de contestar tarde o temprano. La red será sacada “a la orilla” muy pronto; al final se sacará a la luz la verdad de la religión de cada uno. Habrá una separación eterna de los peces buenos y los malos, y habrá un horno de fuego para los impíos.

Conclusión. El tesoro escondido y la perla de gran precio representan el reino de Dios o a Cristo el Salvador, quien estableció ese reino y lo gobierna con el evangelio. Ese reino es más precioso que cualquier otra cosa en el mundo, y sólo quienes son recibidos en él pueden valorar correctamente sus otras posesiones. Los que reconocen el reino de Dios como su máximo bien considerarán las demás posesiones por su utilidad para apoyarlo y extenderlo. Ése debe ser nuestro principal propósito en este mundo. Algunas personas de hoy pueden encontrarse con la perla de gran precio mientras buscan perlas de menor valor entre los escritos de grandes pensadores y filósofos de este mundo. Ni siquiera saben que existe la perla perfecta. Sin embargo, una vez que la encuentran y el Espíritu Santo las convence de su valor, se dan cuenta de que el evangelio de Cristo es inigualable y es el único camino para la salvación de los pecadores.

 Así como los dos hombres de estas parábolas vendieron todo lo que tenían para comprar lo que encontraron, así el reino de Dios debe ser apreciado por todos nosotros. El precio es mucho mayor de lo que pudiéramos pagar. La totalidad del mundo no sería suficiente pago por una sola alma. Los trapos de inmundicia de nuestra justicia personal ni siquiera podrían comenzar a pagar una cuota inicial. La única solución posible era que alguien más pagara el precio por nosotros y el único que pudo hacerlo fue el santo Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo. El precio que pagó fue su santa y preciosa sangre y su inocente sufrimiento y muerte. Nos ofrece todas las bendiciones de su reino ahora y por la eternidad, como dones de su gracia. Él compró y pagó completamente todas estas bendiciones, no para él sino para nosotros, y nosotros no perdemos estos tesoros cuando los compartimos. Entre más los regalamos, los poseemos con más abundancia.

Hoy los tesoros del reino de Cristo están al alcance de todo el mundo en las Sagradas Escrituras. No hay libro más fácil de conseguir que la Biblia, y cada año está disponible en más traducciones y en más idiomas. A pesar de eso, muchos la consideran sólo como un libro extraño y antiguo, difícil de entender. Aunque no la leen, les creen a las personas que les dicen que la Biblia es oscura y está llena de contradicciones. No se dan cuenta de que la palabra de Dios es lámpara a sus pies y luz a su camino, y que hasta un niño puede entender el mensaje fundamental de la Escritura: soy pecador, pero Jesús murió por mis pecados, me perdona gratuitamente y me invita a compartir la gloria del cielo con él y con todos los creyentes. Todo lo demás en la Biblia lo comprendemos sólo mientras tengamos presente esta verdad central y relacionemos todo el resto de las Escrituras con ella.

En el contexto del rechazo del Mesías que vivimos hoy en día y las enseñanzas del programa de Dios para estos tiempos nos obligan a una autoevaluación. Cada uno debe evaluar su propia vida a la luz del plan de Dios para esta época. ¿En qué grupo estoy? ¿Formo parte del pueblo verdadero de Dios? ¿Estoy produciendo fruto para la gloria de Dios? ¿Estoy listo para el regreso de Cristo? Oremos para que nuestro buen Dios nos permita sabiduría y discernimiento de como cumplir su mandato en estos tiempos tan turbulentos. Amén.

22 de marzo del 2020, Ajijic, Jalisco, Mexico.

Misión Cristiana Bautista Agua Viva.

Ibrahim Mauricio Mateo Cruz

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